miércoles, 17 de septiembre de 2008

Personajes casi de ficción



Ya he comentado en otras ocasiones que mi madre era de Viver un pueblo de la provincia de Castellón del Alto Palancia, de pocos habitantes en invierno (1.611 h. en 2006 y 2.248 h. en el año 1960) y muchos en verano, sobre todo de Valencia, para pasar el estío. Está a unos 500 m de altura sobre el nivel del mar y es ideal para los niños y personas mayores, goza de muchos manantiales de agua y su gente es amable y cordial, aunque quizás algo "peseteros, ahora eureros", ya que explotaban intensamente, como en los demás pueblos circundantes, ésta circunstancia propicia a los ingresos importantes, que significaban los "veraneantes".

No obstante en los meses, en las que la afluencia era menor, es decir, junio y septiembre, el pueblo adquiría (años cincuenta y sesenta) un entrañable y familiar ambiente. Las anécdotas eran sencillas pero jugosas, la diversión sin sofisticaciones y la tranquilidad era absoluta.

El pueblo tiene dos plazas principales, una de ellas con una fuente en forma de cáliz, que esta coronada por la Virgen de la Asunción, que le da nombre. Es del siglo XVI, con caños que manan continuamente, noche y día, agua fresca y cristalina.

La noche de San Juan, 23 de Junio, hay costumbre de celebrar una fiesta, que se conoce con el nombre de "los remojetes", que consiste en tirarse agua de unos a otros primero prudente y tímidamente y luego según lo mojado que uno está, sin medida ni concierto.

Había un hombre, fortachón, noble y rudo, conocido por el sobrenombre de "pillauvas", que en esa noche, se sentaba al lado de la fuente, de cara a las dos terrazas de los dos "cafés", que había en la misma plaza. Primero, solo mirando de forma desafiante a los mozos que estaban en dicho lugar y luego, en posición mas provocadora. Poco a poco se iba animando el ambiente, se producían susurros entre los que allí estaban y al final, los mozos mas valientes o atrevidos se dirigían hacia él, con la intención de empujarlo y tirarlo a la fuente, tal como llegaban y como si fueran plumas, él los cogía y los zambullía.

Comenzaba un espectáculo, que yo contemplaba con los ojos sorprendidos y espectantes de un niño-joven. La diversión consistía en contar, cuantos acababan dentro de la fuente, antes de que hubiera suficientes mozos empapados, que permitieran al unir sus fuerzas, hacerse con aquel hombre recio y tirarlo dentro; que indiscutíblemente al caer, arrastraba consigo mismo, a varios de ellos. Reconozco, que el espectáculo era singular e irrepetible.

Vaya temazo, sentarse para ver cuantos caen a la fuente antes de que tiren a uno, vaya temazo... si pero, es toda una lección de sencillez y humildad; la que producen los actos lúdicos y simples, de las vidas sin relumbrón, pero con una gran carga de naturalidad, poco comprensibles en los tiempos en que vivimos, llenos de soberbia y sofisticado aislamiento. Porque aquél acto acababa, con las risas de todos camino del "café" a tomar alguna cosa y secarse.

Lastima que el transcurso del tiempo extinga algunas costumbres... mi recuerdo añorante a esos personajes anónimos, tan singulares... llenaron pequeños momentos inolvidables... al menos, que sus actos, continúen viviendo en el recuerdo...


2 comentarios:

EMCHAFER dijo...

podriamos ir a Viver un día de estos no?

Aunq claro esto ya lo he dicho unas 12193893483mil veces este verano...

Nuria dijo...

Eran celebraciones en las que participaba todo el mundo, en la calle, instintivamente, compartiendo alegría. Por eso eran tan entretenidas.

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