Hoy hablaré del "Tio Quico", abuelo de mi primo, labrador adusto y modesto, con mas de noventa años (años 60). Vivía de hacer plantones en un huerto que tenía en su casa y venderlos a los que necesitaban. Estaba casi siempre sentado en un banco, que había en la Fuente del Santo (en Viver hay muchas fuentes); en aquel entonces, con un abrevadero grande, donde las caballerías que regresaban del campo saciaban la sed, que les provocaban largas caminatas y el trabajo realizado. Todo ello a la sombra de un enorme Olmo, que fue talado para beneficiar la circulación (¡que barbaridad!). Ver entrada del día 17/9, para situar el entorno geográfico.
Tenía los ojos, siempre semi-entornados, para protegerse de la luz, con la mano puesta sobre la frente cuando se fijaba en algo. Y la boca entreabierta. Arrastraba consigo dos hernias inguinales de considerable tamaño, que le hacían caminar ligeramente encogido. Hablaba con un castellano, casi en desuso, con frases como "si yo lo habiera supido" y no era locuaz; pero reconozco que yo pasaba algunos ratos escuchándole y en éstos rompía su silencio, quizás agradeciéndome mi atención.
En sus años "mozos" (finales del XIX, principios del XX), había ido a segar a Teruel (mas de 70 Km.) y a Valencia al arroz (parecida distancia), lo que no tendría relevancia, si no fuera porque el trayecto de ida y vuelta, lo había hecho andando. Decía que por los caminos y sendas de los montes, no había mas de 4o o 50 Km, medidos en horas de camino.
Me contó en una ocasión y yo lo relato tal cual, que un año de fiestas en el pueblo, se prepararon "ardites y mogigangas". Que salió a dar un paseo y uno de los "circenses" que había venido, portador de una ruleta para hacer jugar al "presonal", le propuso que jugase a la ruleta por la tarde y le dio unos céntimos para ello.
Según relató, el jugaba y siempre "le caya la suerte", es decir lo había seleccionado de gancho, volvía a jugar y otra vez "le caya la suerte". Cuando se había repetido en múltiples ocasiones y se había reunido gente a su alrededor, que empezaban a apostar, contó el dinero que tenía, que para él era mucho, e hizo mutis por el foro. Se metió en casa y no salió hasta que aquel estafador abandonó el pueblo. El de la ruleta pasó el tiempo tratando de identificarlo, pero de forma sutil para no dar pábulo a lo que había montado. Cuando el "Tio Quico" me lo contó a mí, me pareció entrever que él no se había percatado del entramado, aunque sí, de que le había "pispado la pasta".
Así de sencillo... como el personaje.
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