Dice José L. Aranguren, en su libro "De ética y de moral": "Obrar conforme a normas o principios morales que aceptamos dócilmente sólo porque están vigentes en nuestro grupo social, pero sin que nosotros veamos su razón de ser, no es obrar moralmente, porque de este modo no contribuimos a la progresiva moralización, sino que, al contrario, convertimos la moral en una realidad inerte, osificada, muerta, que, lejos de mover a la acción creadora, pasa como una losa que empuja al individuo y, si esta conformista actitud se generaliza, a la comunidad entera, al estado de sociedad cerrada.
Contrastar nuestras acciones con un marco de referencia de principios morales amplio, libre, flexible y aceptado por nosotros, es una forma elogiable de construir nuestra vida cotidiana. Pero por contra, tenerlos como "test" referencial, sin estar en sintonía con ellos y aplicarlos, únicamente, por imposición social, es cuanto menos una insensatez. Coartar nuestra libertad de acción sana, por pacatería o temor, es como pretender viajar en un tren sin conocer su destino y acabar llegando a donde teníamos pensado. La probabilidad es nula.
Por muy arraigados que estén algunos principios, en la Sociedad en la que vivimos, no es suficiente, solo deben ser validados por nosotros, si están entendidos y además los compartimos, es decir, no tenemos ninguna reserva para aceptarlos. Las comunidades imponen servidumbres a los ciudadanos, traídas casi exclusivamente, por la repetición mimética realizada durante generaciones, exentas en muchos casos de una profunda revisión crítica, que permita adaptarlas a los tiempos actuales. Supone, por tanto, correr el peligro de estar fuera de contexto en una Sociedad contemporánea. Es decir, obligar a los ciudadanos que los siguen, por dejadez ó cobardía, a permanecer anclados en un pasado claramente obsoleto.
Un sociedad moderna, debe de estar en permanente "ebullición", debe de situarse en posiciones de revisión continua, para adecuar las normas no escritas de conducta, al dinamismo que imprimen los acontecimientos tan cambiantes de nuestra vida actual. Lo que fue adecuado en años pasados, puede ser absolutamente incongruente hoy. Mantener "varas de medir" antiguas o simplemente desfasadas y exigir al mismo tiempo el seguimiento fiel de los ciudadanos, esgrimiendo la amenaza de la reprobación social a aquellos, que no lo cumplan; puede abocarlos a la práctica perniciosa de la doble moral, que les permita parecer lo que no son, para estar en paz con su entorno. Practica deleznable que conduce a la confusión y el desasosiego.
Tenemos la obligación de ser felices y debemos para ello, si es necesario, liberarnos de "corsés" que cercenen nuestra libertad de vida, sin una razón de peso justificada y desde luego la costumbre no lo es. Claramente, en muchas ocasiones uno debe huir de los modos tradicionales, si quiere progresar... tener principios morales que rijan nuestro comportamiento, no implica en ningún caso, que sean a tenor del mismo marco que tenían nuestros abuelos en su época... por ejemplo.
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