viernes, 9 de marzo de 2012

Éxito






Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación: “El número de vencidos en esta sociedad, en la que el "principio de realidad" a que debemos acomodarnos es, al decir de Marcuse, "principio de rendimiento", es decir, éxito (económico), es extraordinariamente grande. Porque no sólo hay que incluir como tales vencidos a los que este tipo de éxito no alcanzó, sino, precisamente, a los muchos que por alcanzar este tipo de éxito dejaron de ser aquel que han podido y habrían debido ser”.

El espíritu de competitividad, que nos va transmitiendo la vida, nos envuelve de un modo absolutamente férreo; anula nuestro discernimiento y nos convierte en fieles seguidores de los parámetros sociales del triunfo. Como si fuéramos, personajes en busca de autor. A fuerza de dejarnos llevar, por lo que se debe hacer, atendiendo poco o nada a lo que verdaderamente querríamos ser, nos embarcamos en una espiral vertiginosa, en busca del “prestigio” social.

Casi sin darnos cuenta, cada vez nos comprometemos mas con aquello que nos van proponiendo y simultáneamente distanciándonos de nuestra propia vocación, que tratamos de silenciar, con todos signos de “status” obtenidos, que nos va inculcando nuestro propio entorno social y que acabamos interiorizando como propios.

Poco a poco, nuestra conciencia se adormece y se cansa de mandarnos mensajes de alarma para recordarnos, que la felicidad no esta basada nunca en la cantidad de objetos; que la felicidad es aquello que nos hace sentirnos bien y cómodo con nuestra posición real, no con la que nos otorga por nuestro entorno.

Cada escalón representa un compromiso mayor y simultáneamente alguna renuncia – familia, amigos, ciudad, etc. -, pero ya hace muchos años que hemos borrado de nuestro lenguaje el “no” y solo sabemos callar o decir que “si”, aunque por dentro tengamos unos grandes deseos de renunciar. Seguimos y seguimos, porque para haber ganado, verdaderamente en nuestra vida, jamás deberíamos haber comenzado.

Pero tal como lo hemos ido aceptando, seguimos progresando en cargos y responsabilidades y llegamos sin darnos cuenta a posiciones de admiración externa, pero sin embargo lo que experimentamos no es felicidad; no, es soledad, pero de la profunda. Hemos ido muy lejos, a fuerza de esfuerzo y de renuncia y ahora resulta, que lo conseguido, no estamos seguros de si compensa el esfuerzo y equilibra el valor de todas las “plumas” perdidas por el camino.

Pero ya es tarde. Para parar hay que ir disminuyendo la velocidad poco a poco y nosotros llevamos una marcha y en un terreno tan resbaladizo, que si intentásemos frenar, seguramente volcaríamos. Ya estamos donde nos hemos dejado llevar y sin embargo el sabor es agridulce, cada vez somos menos nosotros mismos y mucho más lo que quieren otros. Descubrimos también que solo nos aprecian en función de lo que seamos capaces de aguantar y aceptar. Pero eso sí, nos hacen ver con cierta insistencia, que si seguimos renunciando a lo nuestro y siguiendo con lo suyo, al final llegaremos a la “tierra prometida”, adornada de éxito económico.

El objetivo debería regirse por ser siempre lo que uno quiere ser; la felicidad está muy de la mano de lo que uno hace; lo que uno hace debe de fundamentarse en lo que uno desea hacer; lo que uno desea hacer, siempre es un escenario mejor, que lo que los demás desean que hagamos; la satisfacción plena debería ser siempre el objetivo.

Difícil balance, lo que ganamos es mayoritariamente material y/o dinero para comprarlo; lo que perdemos es inmaterial siempre….Y ya sabemos, lo mas complicado, es valorar en términos económicos lo intangible…

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