Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación: “El número de vencidos en esta sociedad, en la que el "principio de realidad" a que debemos acomodarnos es, al decir de Marcuse, "principio de rendimiento", es decir, éxito (económico), es extraordinariamente grande. Porque no sólo hay que incluir como tales vencidos a los que este tipo de éxito no alcanzó, sino, precisamente, a los muchos que por alcanzar este tipo de éxito dejaron de ser aquel que han podido y habrían debido ser”.
El espíritu de competitividad, que nos va transmitiendo la vida, nos envuelve de un modo absolutamente férreo; anula nuestro discernimiento y nos convierte en fieles seguidores de los parámetros sociales del triunfo. Como si fuéramos, personajes en busca de autor. A fuerza de dejarnos llevar, por lo que se debe hacer, atendiendo poco o nada a lo que verdaderamente querríamos ser, nos embarcamos en una espiral vertiginosa, en busca del “prestigio” social.
Casi sin darnos cuenta, cada vez nos comprometemos mas con aquello que nos van proponiendo y simultáneamente distanciándonos de nuestra propia vocación, que tratamos de silenciar, con todos signos de “status” obtenidos, que nos va inculcando nuestro propio entorno social y que acabamos interiorizando como propios.
Poco a poco, nuestra conciencia se adormece y se cansa de mandarnos mensajes de alarma para recordarnos, que la felicidad no esta basada nunca en la cantidad de objetos; que la felicidad es aquello que nos hace sentirnos bien y cómodo con nuestra posición real, no con la que nos otorga por nuestro entorno.
Cada escalón representa un compromiso mayor y simultáneamente alguna renuncia – familia, amigos, ciudad, etc. -, pero ya hace muchos años que hemos borrado de nuestro lenguaje el “no” y solo sabemos callar o decir que “si”, aunque por dentro tengamos unos grandes deseos de renunciar. Seguimos y seguimos, porque para haber ganado, verdaderamente en nuestra vida, jamás deberíamos haber comenzado.
Pero tal como lo hemos ido aceptando, seguimos progresando en cargos y responsabilidades y llegamos sin darnos cuenta a posiciones de admiración externa, pero sin embargo lo que experimentamos no es felicidad; no, es soledad, pero de la profunda. Hemos ido muy lejos, a fuerza de esfuerzo y de renuncia y ahora resulta, que lo conseguido, no estamos seguros de si compensa el esfuerzo y equilibra el valor de todas las “plumas” perdidas por el camino.
Pero ya es tarde. Para parar hay que ir disminuyendo la velocidad poco a poco y nosotros llevamos una marcha y en un terreno tan resbaladizo, que si intentásemos frenar, seguramente volcaríamos. Ya estamos donde nos hemos dejado llevar y sin embargo el sabor es agridulce, cada vez somos menos nosotros mismos y mucho más lo que quieren otros. Descubrimos también que solo nos aprecian en función de lo que seamos capaces de aguantar y aceptar. Pero eso sí, nos hacen ver con cierta insistencia, que si seguimos renunciando a lo nuestro y siguiendo con lo suyo, al final llegaremos a la “tierra prometida”, adornada de éxito económico.
El objetivo debería regirse por ser siempre lo que uno quiere ser; la felicidad está muy de la mano de lo que uno hace; lo que uno hace debe de fundamentarse en lo que uno desea hacer; lo que uno desea hacer, siempre es un escenario mejor, que lo que los demás desean que hagamos; la satisfacción plena debería ser siempre el objetivo.
Difícil balance, lo que ganamos es mayoritariamente material y/o dinero para comprarlo; lo que perdemos es inmaterial siempre….Y ya sabemos, lo mas complicado, es valorar en términos económicos lo intangible…
El espíritu de competitividad, que nos va transmitiendo la vida, nos envuelve de un modo absolutamente férreo; anula nuestro discernimiento y nos convierte en fieles seguidores de los parámetros sociales del triunfo. Como si fuéramos, personajes en busca de autor. A fuerza de dejarnos llevar, por lo que se debe hacer, atendiendo poco o nada a lo que verdaderamente querríamos ser, nos embarcamos en una espiral vertiginosa, en busca del “prestigio” social.
Casi sin darnos cuenta, cada vez nos comprometemos mas con aquello que nos van proponiendo y simultáneamente distanciándonos de nuestra propia vocación, que tratamos de silenciar, con todos signos de “status” obtenidos, que nos va inculcando nuestro propio entorno social y que acabamos interiorizando como propios.
Poco a poco, nuestra conciencia se adormece y se cansa de mandarnos mensajes de alarma para recordarnos, que la felicidad no esta basada nunca en la cantidad de objetos; que la felicidad es aquello que nos hace sentirnos bien y cómodo con nuestra posición real, no con la que nos otorga por nuestro entorno.
Cada escalón representa un compromiso mayor y simultáneamente alguna renuncia – familia, amigos, ciudad, etc. -, pero ya hace muchos años que hemos borrado de nuestro lenguaje el “no” y solo sabemos callar o decir que “si”, aunque por dentro tengamos unos grandes deseos de renunciar. Seguimos y seguimos, porque para haber ganado, verdaderamente en nuestra vida, jamás deberíamos haber comenzado.
Pero tal como lo hemos ido aceptando, seguimos progresando en cargos y responsabilidades y llegamos sin darnos cuenta a posiciones de admiración externa, pero sin embargo lo que experimentamos no es felicidad; no, es soledad, pero de la profunda. Hemos ido muy lejos, a fuerza de esfuerzo y de renuncia y ahora resulta, que lo conseguido, no estamos seguros de si compensa el esfuerzo y equilibra el valor de todas las “plumas” perdidas por el camino.
Pero ya es tarde. Para parar hay que ir disminuyendo la velocidad poco a poco y nosotros llevamos una marcha y en un terreno tan resbaladizo, que si intentásemos frenar, seguramente volcaríamos. Ya estamos donde nos hemos dejado llevar y sin embargo el sabor es agridulce, cada vez somos menos nosotros mismos y mucho más lo que quieren otros. Descubrimos también que solo nos aprecian en función de lo que seamos capaces de aguantar y aceptar. Pero eso sí, nos hacen ver con cierta insistencia, que si seguimos renunciando a lo nuestro y siguiendo con lo suyo, al final llegaremos a la “tierra prometida”, adornada de éxito económico.
El objetivo debería regirse por ser siempre lo que uno quiere ser; la felicidad está muy de la mano de lo que uno hace; lo que uno hace debe de fundamentarse en lo que uno desea hacer; lo que uno desea hacer, siempre es un escenario mejor, que lo que los demás desean que hagamos; la satisfacción plena debería ser siempre el objetivo.
Difícil balance, lo que ganamos es mayoritariamente material y/o dinero para comprarlo; lo que perdemos es inmaterial siempre….Y ya sabemos, lo mas complicado, es valorar en términos económicos lo intangible…
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