lunes, 12 de marzo de 2012

Disonancia


Dice Eduardo Punset en su libro “El viaje al poder de la mente”: “No querer cambiar de opinión, a pesar de disponer de todos requisitos mentales para hacerlo, tiene que ver con algunos de los grandes descubrimientos neurológicos de los últimos años, sobre cuyo impacto social o conductal no se ha abundado todavía lo suficiente. Estamos apuntando, en primer lugar, al poder avasallador de las convicciones propias, frente a la percepción real de los sentidos… Muchas personas toman decisiones no en función de lo que ven, de lo que consideran bueno o malo, sino en función de lo que creen, de sus convicciones, de lo que el biólogo evolutivo y etólogo británico Richard Dawkins, tildaba de “código de los muertos”: pautas de conducta excelentes hace miles de años, que han dejado de ser útiles y que, no obstante, siguen vigentes.

En segundo lugar, las convicciones heredadas no sólo nos impiden comprender lo que vemos, sino algo más inesperado: no podemos predecir el futuro porque únicamente sabemos imaginar el futuro recomponiendo el pasado…O para ponerlo en términos más realistas, nuestra predisposición a pensar el futuro sólo en términos de pasado… Los humanos también pueden cambiar de opinión, pero odian tener que hacerlo… Se considera que cambiar de opinión es una frivolidad. Y lo contrario, una señal de cordura y lealtad. El cerebro detesta, sencillamente, alterar sus costumbres porque en ello se juega la superviviencia”.

Al menos tranquiliza, no somos sólo nosotros, los que a pesar de tener evidencias suficientes para variar nuestros criterios, seguimos manteniéndolos de modo inmutable, parece ser, al decir del autor, que es un “mal” general. Debe ser así y de ello deben de tener puntual conocimiento los políticos, que saben, como lo importante es crear una costumbre determinada, porque establecida esta, hagan lo que hagan, tienen un elevado margen de no ser removidos. Puede siempre, mucho más la costumbre, que los hechos.

Esta seudo “patente de corso”, que concedemos por nuestro teórico temor al cambio, hace que en muchas ocasiones, sea un apretado corsé que nos aplicamos; que solemos aliviar, pensando que quizás otros lo harían mucho peor y con ello nos desvinculamos.

Queremos vivir tan cómodamente, que nos preocupamos o mejor dicho, le dedicamos poco tiempo a la “cosa pública”; no me refiero a las anécdotas, que nos sirven a diario nuestros representantes, no, me refiero a las cosas de enjundia, a los temas que son decisivos y que marcan o marcaran las pautas de nuestra vida. Damos por sentado, que los gestores tienen buen “tino” y se preocupan por ejecutar todo lo que mejor vida dará a los ciudadanos.

Tan es así, que juzgamos las acciones, mas por los signos externos de suntuosidad, que por la esencia o utilidad de las mismas. Únicamente nos removemos cuando de modo inesperado, alguien nos recuerda que deberemos de pagar más impuestos o recibir menos servicios, porque el “mana” parece que toca su fin. Entonces si, nos revelamos y pretendemos que todo cambie en poco tiempo. Lo que viene gestándose en años – sin enterarnos, por cierto - , que se resuelva en meses y que no nos toquen lo “nuestro”.

No nos habíamos percatado de que nuestros gobernantes aplicaban en los presupuestos partidas como si estuviéramos en el reino de “jauja” y no en una sociedad con recursos limitados o limitadísimos. Tarde…las cosas son las que son, se han ido elaborando delante de “nuestras narices”, pero como vivimos tan ajetreados, no nos hemos detenido ni un minuto a sopesar, si esa era el mejor destino de los recursos. Porque el dinero público parece que no lo paga nadie, como si saliera de una máquina y no de los impuestos.

El bienestar no necesariamente coincide con la suntuosidad; lo suntuoso y estéril es un gran derroche; el derroche es la tarjeta de presentación, que suelen aplicar los nuevos ricos; querer ser nuevos ricos cuando los recursos son limitados y escasos, tarde o temprano compromete el bienestar.

Cuando los envoltorios valen mas que la sustancia, o las formas más que el contenido, malísima aplicación se ha hecho… por mucho rendimiento futuro que se haya previsto.

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