jueves, 8 de marzo de 2012

Diálogo




Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “Estoy convencido cada día más de que el diálogo es en si mismo fecundo. El diálogo es la expresión más ostensible de la dialéctica de las relaciones en general, es decir, de esa contraposición que entre los distintos elementos de la realidad se verifica, tras la cual surge una nueva situación, algo que ya no es lo mismo que era antes. En el diálogo se verifica el encuentro de dos – sean éstos dos personas en su singularidad o dos grupos en su pluralidad – ante u objeto, es decir, ante aquello que se dialoga. Un diálogo es efectivamente diálogo cuando se posponen las posiciones particulares, personales, de cada cual, a favor de la dilucidación del objeto sobre el que se dialoga. Si ustedes y yo dialogamos sobre una cuestión, lo importante es ahora, no si ustedes o yo tenemos la razón, sino dónde está la razón misma, cuál es la razón, es decir, cuál es la verdad – por muy relativamente histórica que ésta sea – sobre la cuestión misma”.

Bueno, bueno y bueno… creo que lo podía haber dicho más claro, simplemente con que hubiera definido diálogo, como lo contrario de lo que hacen habitualmente los partidos políticos, era suficiente y expeditivo. Vuelvo a mis posts anteriores, la posición se consolida de modo más firme, tanto en postulados, como en opiniones, proporcionalmente al nivel de representación mayoritaria que ostentan.

Si a los políticos – en una virtualidad impensable – les arrebatasen el país, es decir la realidad pública, sin que ellos estuvieran enterados; surgiría en mi opinión, una circunstancia claramente desconcertante, y es que, seguirían trabajando muy intensamente en lo de siempre, es decir: en la descalificación, el improperio, el seudo insulto, la “cerrazón”, la defensa a ultranza de sus opiniones; en fin, para que relacionar más; en lo superfluo e inútil, descuidando lo esencial.

La pertenencia a un partido político, educa la mente para asumir sin rechistar, cualquier acción u omisión de sus compañeros de ideología y criticar, menospreciar y anular, cualquier acción de los otros. Tan es así, que si se les interpelase sobre cualquier tema, aislándolos, del conocimiento de la postura institucional propia, se quedarían traspuestos, sería poco probable obtener respuesta. Basar la acción política en la descalificación o el aplauso enfervorizada, en función de quien venga – ajeno o propio – es de una cortedad de miras muy relevante.

Lo malo es que se transmite un encono elevado, en una sociedad, que en absoluto está en esas circunstancias. Parece como si todos viviéramos permanentemente enfrentados unos contra otros. Lo que se refleja en los arcos parlamentarios, no tiene nada que ver con los ciudadanos, ni el tacto para tratar los temas, ni el tono, ni la forma. Es pura y simplemente una escenificación por malos actores, de lo que no debería ser nunca un Parlamento.

No les importa la verdad sobre los temas, les importa en mucha mayor medida, defender a ultranza “su verdad”, incluso cuando las evidencias reales la cuestionan; cuando esto sucede, se puede cambiar bruscamente el discurso y comenzar a transmitir la idea, de que el contrario tiene errores mayores en el mismo ámbito y con esto uno ya no debe subsanar los propios, pura y simplemente, porque otros lo hacen peor. No hay que buscar la excelencia, hay que preocuparse de la “mediocridad” menos mala, con esto parece suficiente.

Hemos llegado a un punto en el que todo vale, y vale mas, cuanto peor sean las formas y los modos. Las normas de respeto mutuo, se han perdido. No basta resaltar las accione u omisiones - en fin los errores de los contrarios -, con orden y sosiego; no, no se hace así; lo mejor es emplear un lenguaje “barriobajero”, cargado de incomprensión, porque derribar es lo importante y todo ello sobreponiéndose el que está en uso de la palabra, al griterío, también lleno de improperios, que suelen practicar los partidos contrarios u opositores en el hemiciclo.

Descalificar no es tener más razón; la razón no se impone; imponer es un atentado a la libertad individual; la libertad individual y respetuosa es en sí misma un gran logro; para lograr algo, no es necesario descalificar.

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