Siguiendo con Sam Deep y Lyle Sussman, en el libro citado; clasifican a los jefes en doce grupos, incluyo en esta entrada del seis al doce. Os propongo un juego, después de leerlo, cada uno que emita su opinión, sobre el o los jefes que se ha encontrado a lo largo de su experiencia, que coincidan con los tipos descritos en jefes I y II.
El “favoritista”:
Responde a los empleados según lo mucho que le agraden.
Da a los favoritos los mejores encargos, a expensas de otros.
Tiene favoritos que le halagan, le traen siempre buenas noticias, le gustan sus ideas o proceden del lado “correcto”.
Trata más o menos decentemente a los que nos son favoritos, pero con mayor distancia y quizás un más alto grado de profesionalidad, y con mucho menos participación personal.
Ensalza con frecuencia el trabajo de los favoritos, que pone como ejemplo.
La frase favorita: “¿por qué no puedo contar con ustedes de la misma forma que cuento con “fulano?”
El gallina:
Los temores le van a golpear a usted y a sus colegas.
Las gallinas no arriesgan en ningún caso, sus relaciones con los superiores, para salir en defensa de usted.
No tiene suficiente influencia sobre los superiores como para conseguirle a usted lo que necesita para realizar el trabajo.
Califica la mayoría de las decisiones y parece muy vacilante, incluso tímido.
Censura sus ideas antes de que lleguen a los superiores, para evitar cualquier posible transgresión.
No expresa desacuerdos con sus superiores; es muy charlatán ante la alta dirección, se inclina ante los clientes arrogantes.
Habitualmente, mira hacia otro lado cuando se trata de corregir a los empleados.
Su frase favorita: “Mi jefe nunca aceptará eso”.
El hipócrita:
Le pide que haga cosas que él no está dispuesto a hacer.
Dice una cosa delante de usted y hace otra a sus espaldas.
Puede llegar a condenar el mismo comportamiento que caracteriza su forma de dirigir a los demás.
Mantiene dos conjuntos de normas, una para los empleados y otra para el jefe.
Lo critica por tratar a sus subordinados de la misma forma que él lo trata a usted y a sus colegas.
Lo envía a aprender técnicas de dirección de personal, pero no lo apoya cuando intenta ponerlas en práctica.
Se comporta de forma inconsciente, y parece operar a partir de una visión organizativa hoy, para pasar a hacerlo desde otra completamente diferente mañana.
Su frase favorita: “No le importaría mecanografiar esta tarde el discurso de fin de carrera de mi hijo ¡verdad?”.
El oídos sordos:
Raras veces dispone de tiempo para escuchar los problemas de los empleados.
Se preocupa poco de las opiniones de los demás.
No es fácil aproximarse o acceder a él.
Esta convencido de que una reunión es un foro para la difusión de las ideas del jefe.
Le corta las ideas en mitad de la frase con una respuesta que no tiene, necesariamente, relación con lo que estaba diciendo.
La mayoría de las quejas le parecen injustificadas.
Acusa a los demás de no saber escuchar.
Su frase favorita: “Ahora no tengo tiempo: le ruego que me pida una cita”.
El que retiene:
No quiere delegar autoridad.
Lo controla todo muy de cerca. Tiene la impresión de que las mejores decisiones son las que toma.
Raras veces ofrece información suficiente para realizar su trabajo, aunque disponga de esa información.
Ofrece poca retroalimentación acerca de la calidad de su trabajo, no aporta una adecuada alabanza o crítica.
Parece filtrar la información procedente de los superiores.
Puede mostrase claro a la hora de decirle qué debe hacer; pero raras veces le explica por qué.
Su frase favorita: “No pregunte por qué; simplemente hágalo”.
El perfeccionista:
Insiste en que haga usted el trabajo según se lo indica, de forma “correcta”.
Cree que los resultados nunca son lo bastante buenos.
Pilla a la gente en errores, raramente en aciertos.
Califica las pocas alabanzas que ofrece: “gracias por su esfuerzo. Estoy seguro que la próxima vez será capaz de hacer un trabajo todavía mayor”.
Reacciona en exceso ante errores menudos.
No comprende la diferencia que existe entre insistir en la calidad y esperar la perfección. La calidad es hacer lo correcto la primera vez, siempre y cuando lo permitan las condiciones; la perfección es hacer siempre lo correcto, tal como el jefe quiere que se haga.
Su frase favorita: “¡No está bien hasta que yo lo diga!”.
Responde a los empleados según lo mucho que le agraden.
Da a los favoritos los mejores encargos, a expensas de otros.
Tiene favoritos que le halagan, le traen siempre buenas noticias, le gustan sus ideas o proceden del lado “correcto”.
Trata más o menos decentemente a los que nos son favoritos, pero con mayor distancia y quizás un más alto grado de profesionalidad, y con mucho menos participación personal.
Ensalza con frecuencia el trabajo de los favoritos, que pone como ejemplo.
La frase favorita: “¿por qué no puedo contar con ustedes de la misma forma que cuento con “fulano?”
El gallina:
Los temores le van a golpear a usted y a sus colegas.
Las gallinas no arriesgan en ningún caso, sus relaciones con los superiores, para salir en defensa de usted.
No tiene suficiente influencia sobre los superiores como para conseguirle a usted lo que necesita para realizar el trabajo.
Califica la mayoría de las decisiones y parece muy vacilante, incluso tímido.
Censura sus ideas antes de que lleguen a los superiores, para evitar cualquier posible transgresión.
No expresa desacuerdos con sus superiores; es muy charlatán ante la alta dirección, se inclina ante los clientes arrogantes.
Habitualmente, mira hacia otro lado cuando se trata de corregir a los empleados.
Su frase favorita: “Mi jefe nunca aceptará eso”.
El hipócrita:
Le pide que haga cosas que él no está dispuesto a hacer.
Dice una cosa delante de usted y hace otra a sus espaldas.
Puede llegar a condenar el mismo comportamiento que caracteriza su forma de dirigir a los demás.
Mantiene dos conjuntos de normas, una para los empleados y otra para el jefe.
Lo critica por tratar a sus subordinados de la misma forma que él lo trata a usted y a sus colegas.
Lo envía a aprender técnicas de dirección de personal, pero no lo apoya cuando intenta ponerlas en práctica.
Se comporta de forma inconsciente, y parece operar a partir de una visión organizativa hoy, para pasar a hacerlo desde otra completamente diferente mañana.
Su frase favorita: “No le importaría mecanografiar esta tarde el discurso de fin de carrera de mi hijo ¡verdad?”.
El oídos sordos:
Raras veces dispone de tiempo para escuchar los problemas de los empleados.
Se preocupa poco de las opiniones de los demás.
No es fácil aproximarse o acceder a él.
Esta convencido de que una reunión es un foro para la difusión de las ideas del jefe.
Le corta las ideas en mitad de la frase con una respuesta que no tiene, necesariamente, relación con lo que estaba diciendo.
La mayoría de las quejas le parecen injustificadas.
Acusa a los demás de no saber escuchar.
Su frase favorita: “Ahora no tengo tiempo: le ruego que me pida una cita”.
El que retiene:
No quiere delegar autoridad.
Lo controla todo muy de cerca. Tiene la impresión de que las mejores decisiones son las que toma.
Raras veces ofrece información suficiente para realizar su trabajo, aunque disponga de esa información.
Ofrece poca retroalimentación acerca de la calidad de su trabajo, no aporta una adecuada alabanza o crítica.
Parece filtrar la información procedente de los superiores.
Puede mostrase claro a la hora de decirle qué debe hacer; pero raras veces le explica por qué.
Su frase favorita: “No pregunte por qué; simplemente hágalo”.
El perfeccionista:
Insiste en que haga usted el trabajo según se lo indica, de forma “correcta”.
Cree que los resultados nunca son lo bastante buenos.
Pilla a la gente en errores, raramente en aciertos.
Califica las pocas alabanzas que ofrece: “gracias por su esfuerzo. Estoy seguro que la próxima vez será capaz de hacer un trabajo todavía mayor”.
Reacciona en exceso ante errores menudos.
No comprende la diferencia que existe entre insistir en la calidad y esperar la perfección. La calidad es hacer lo correcto la primera vez, siempre y cuando lo permitan las condiciones; la perfección es hacer siempre lo correcto, tal como el jefe quiere que se haga.
Su frase favorita: “¡No está bien hasta que yo lo diga!”.
7 comentarios:
Yo ya he encontrado el perfil del mío.
Muy interesante Luis.
¿pero solo lo sabrás tú?.
Salu2:
Luis
Bueno, imagino que no leerá este blog jajaja.(es broma)
El último perfil se ajusta. Esa es mi percepción.
Creo que las personas perfeccionistas (conozco alguna otra persona así) carecen de una buena cualidad que es motivar, y reconocer las cosas bien hechas o los esfuerzos, porque dan por sentado que SIEMPRE ha de ser así.
¿No hay perfiles de trabajadores? ¿Podríamos aplicar unos similares?
¿Y tu jefe Luis, a cual se ajustaría, si lo tienes?
Aclaración: cuando digo no motivar ni reconocer esfuerzos, no estoy diciendo que al trabajador le sea imprescindible para ejecutar de manera adecuada su trabajo.
No en el sentido esfuerzo=recompensa. El trabajo y la responsabilidad de uno, no consiste en eso.
Ya.
Nuria:
Buena sugerencia, prepararé los de compañeros de trabajo. Posiblemente siguiendo el mismo manual.
Si, he tenido muchos jefes y he sido jefe también, pero siempre con alguien por encima de mí, no se donde me clasificarían a mí.
Ahora en la Universidad esta función es mas difusa, jefe, jefe en el concepto de empresa no hay.
Pero en la empresa al menos identifico: matón, turbo, barco-teatro, avestruz, volquete, hipócrita, perfeccionista, oídos sordos. A veces mezclados.
Desde luego algunos tipos les pongo cara con claridad.
Salu2:
Luis
Nuria:
A personas seguras de si mismas y cumplidoras de su trabajo - como pareces tú - , puede que no, pero a otras, en ocasiones, necesitan el reconocimiento, les motiva y hace mejorar su desempeño.
Pero además, cuesta poco reconocer las cosas bien hechas, es gratis.
Salu2:
Luis
Creo que uno ha de desempeñar su trabajo y ser responsable, es decir, el jjefe ha de cumplir su parte y tu la tuya.
Pero no por ello hay que olvidar el factor humano, el estímulo, la satisfacción (compartida, no lo olvidemos, si tus empleados están contentos el negocio irá mejor), de un trabajo bien hecho, y es muy meritorio reconocerlo en su justa medida.
¿Cómo has "enfrentado" tú al perfeccionista?
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