Decía Aristóteles que: "Cuando uno hace una pregunta estúpida, recibe una respuesta inteligente". Vivimos en una época, que el temor a no ser oportuno o hacer el ridículo, hace que, seamos extremadamente parcos con nuestras preguntas; baste asistir a una conferencia, para percatarse, de que al final de la misma, pocos o en ocasiones ninguno, se atreve a levantar la mano, para esbozar algún comentario o solicitar alguna aclaración.
Tanto es así, que en ocasiones, hay que tener pactado con alguien de la sala o el propio moderador, el planteamiento de alguna cuestión para "abrir el fuego" y al mismo tiempo animar a los asistentes. Preguntar lo que uno no sabe o conoce confusamente, en ningún caso es evidenciar la ignorancia, al contrario, es demostrar con toda claridad, la seguridad que tiene uno en sí mismo, que sin ambages está dispuesto a evidenciar sus carencias, pero al mismo tiempo, está también preparado, para acumular mayor conocimiento con la respuesta recibida.
Si no nos hiciésemos preguntas, el mundo no progresaría. Una parte importante de los grandes descubrimientos de la historia, han sido fruto de una pregunta "tonta" para su época. Con toda posibilidad, si el que se la hizo no se la hubiera planteado, se habría demorado el avance.
Estamos tan constreñidos por la sociedad y sus usos y costumbres, vivimos tanto de la apariencia, que todas aquellas acciones, que puedan revelar parte de nuestro interior discordante con la norma, es permanentemente censurada, por nosotros mismos, como si de algo turbio se tratase.
Los que son creativos, por contra, ni se plantean quedarse con una duda, si la pueden resolver con una pregunta. Al contrario, están en constante alerta, para recoger todas la ideas que ofrezca su entorno y utilizarlas si es aplicable para alguno de sus proyectos.
Quizás la única solución que nos queda es imitar a los niños, algunos de ellos, incluso, de tanto preguntar reciben con voz firme el clásico "niño calla", clara premonición del futuro de introspección al que se le avoca. Si fuésemos consecuentes, deberíamos reconvertirlo en "niño habla" en la edad madura, tal vez así, pusiéramos remedio a nuestra imprudencia, cercenando en su temprana intuición la fuente de conocimiento.
Entre los compromisos y proyectos que hacemos para cada día, deberíamos de incluir de modo determinante, preguntar algo, como mínimo una vez al día, sin inhibiciones, tal vez nos fuese mejor a todos. No preguntar es envejecer prematuramente. El cerebro necesita actividad si uno no quiere que vaya languideciendo.
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