Dice Eduardo Punset en su libro “Por qué somos como somos”: “El habla, que
es el aire transformado en ondas sonoras, esconde los secretos de esa paradoja
que es el cerebro humano, algo muy complejo. Cuando hace tiempo el hombre
primitivo pasó de proferir gritos e interjecciones a la comunicación verbal, esta
capacidad de comunicación le sirvió para sobrevivir y se convirtió en una
cualidad que muchos consideran única a su especie, en algo que le distinguiría
del resto de los animales más evolucionados con los que comparte otras
habilidades. A pesar de las numerosas investigaciones que se han llevado a
cabo, no sabemos con certeza cómo y cuándo surgió el lenguaje, pero sí que está
relacionado con la evolución del cerebro porque, para entenderse, para
comunicarse entre sí, los hombres necesitamos poseer un cerebro muy complejo.
Por eso cuando hablamos del lenguaje estamos hablando también del origen del
cerebro humano”.
Es decir, que conforme ha ido
evolucionando el lenguaje, nuestro cerebro ha aumentado de tamaño y además la
comunicación verbal a nuestros antepasados, les sirvió para sobrevivir.
Francamente lo tenemos mal, comunicarse, lo que se dice comunicarse, poco o
nada; tal como van desarrollándose las cosas, cada vez, la comunicación es más
monólogo apabullante y cargado de soberbia. Parece que lo que ha costado tantos
miles años de instrumentarse, nos hemos empeñado en reducirlo a la nada, da la
impresión de que no está lejano el día, que la comunicación irá de miradas y
gestos unido a algún “gruñido” parecido al sonido de las palabras sin vocales
de los “sms”.
Cuanta desfachatez y que poca practicidad
de vida; que prefiere utilizar las palabras para confundir, o al menos tener
esa intención al pronunciarlas. Quienes por razón de su cargo tienen la
potestad de dirigirse a mucha gente, emitiendo mensajes sobre asuntos –
relevantes o no – han interiorizado un lenguaje, vacío de contenido y lleno de
hipérboles - difíciles de entender -, incluso para ellos. Nada hay tan
incongruente como tomar la palabra para “no decir”, porque ya se sabe que Decir compromete y no están los días
para compromisos serios.
Con lo fácil que sería utilizar
el lenguaje para compartir, es decir, para sumar. Pero no, la consigna más
frecuente, es “yo tengo la razón y el discernimiento justo” y o estás conmigo o
contra mi. Cuanta energía perdida en el juego de la sinrazón, cuanto tiempo
vacío de contenido y lleno de incongruencias, eso sí, pertrechado con un
lenguaje rimbombante y poco inteligible, cuanto más, mejor.
Dadas las circunstancias, no
entender ese lenguaje, casi es mejor. Parece, que no entender, ni seguir ese
lenguaje es casi liberador de la alienación, que se acaba padeciendo, si uno
interioriza lo que le dicen desde las tribunas de “decir”, aunque sienta en el
fondo, que algo le ocultan los “oradores” o peor aun, atisbe de modo
incipiente, que tratan de “mentalizarlo” con argumentos espurios y carentes de
contenido real.
Pero aun desentendiéndose de
estos contenidos absurdos; de la cita de Punset, me invade una preocupación,
que es: “Si cuando hablamos del lenguaje estamos identificando también del origen
del cerebro humano”, dados los tiempos aciagos que corren en este aspecto, ¿nos
estamos descerebrando?
No hay comentarios:
Publicar un comentario