miércoles, 27 de noviembre de 2013

Hablar sin decir



Dice Eduardo Punset en su libro “Por qué somos como somos”: “El habla, que es el aire transformado en ondas sonoras, esconde los secretos de esa paradoja que es el cerebro humano, algo muy complejo. Cuando hace tiempo el hombre primitivo pasó de proferir gritos e interjecciones a la comunicación verbal, esta capacidad de comunicación le sirvió para sobrevivir y se convirtió en una cualidad que muchos consideran única a su especie, en algo que le distinguiría del resto de los animales más evolucionados con los que comparte otras habilidades. A pesar de las numerosas investigaciones que se han llevado a cabo, no sabemos con certeza cómo y cuándo surgió el lenguaje, pero sí que está relacionado con la evolución del cerebro porque, para entenderse, para comunicarse entre sí, los hombres necesitamos poseer un cerebro muy complejo. Por eso cuando hablamos del lenguaje estamos hablando también del origen del cerebro humano”.

Es decir, que conforme ha ido evolucionando el lenguaje, nuestro cerebro ha aumentado de tamaño y además la comunicación verbal a nuestros antepasados, les sirvió para sobrevivir. Francamente lo tenemos mal, comunicarse, lo que se dice comunicarse, poco o nada; tal como van desarrollándose las cosas, cada vez, la comunicación es más monólogo apabullante y cargado de soberbia. Parece que lo que ha costado tantos miles años de instrumentarse, nos hemos empeñado en reducirlo a la nada, da la impresión de que no está lejano el día, que la comunicación irá de miradas y gestos unido a algún “gruñido” parecido al sonido de las palabras sin vocales de los “sms”.

Cuanta desfachatez y que poca practicidad de vida; que prefiere utilizar las palabras para confundir, o al menos tener esa intención al pronunciarlas. Quienes por razón de su cargo tienen la potestad de dirigirse a mucha gente, emitiendo mensajes sobre asuntos – relevantes o no – han interiorizado un lenguaje, vacío de contenido y lleno de hipérboles - difíciles de entender -, incluso para ellos. Nada hay tan incongruente como tomar la palabra para “no decir”, porque ya se sabe que Decir compromete y no están los días para compromisos serios.

Con lo fácil que sería utilizar el lenguaje para compartir, es decir, para sumar. Pero no, la consigna más frecuente, es “yo tengo la razón y el discernimiento justo” y o estás conmigo o contra mi. Cuanta energía perdida en el juego de la sinrazón, cuanto tiempo vacío de contenido y lleno de incongruencias, eso sí, pertrechado con un lenguaje rimbombante y poco inteligible, cuanto más, mejor.

Dadas las circunstancias, no entender ese lenguaje, casi es mejor. Parece, que no entender, ni seguir ese lenguaje es casi liberador de la alienación, que se acaba padeciendo, si uno interioriza lo que le dicen desde las tribunas de “decir”, aunque sienta en el fondo, que algo le ocultan los “oradores” o peor aun, atisbe de modo incipiente, que tratan de “mentalizarlo” con argumentos espurios y carentes de contenido real.

Pero aun desentendiéndose de estos contenidos absurdos; de la cita de Punset, me invade una preocupación, que es: “Si cuando hablamos del lenguaje estamos identificando también del origen del cerebro humano”, dados los tiempos aciagos que corren en este aspecto, ¿nos estamos descerebrando? 

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