La mayoría de las empresas viven cada día con la "fiebre" de la planificación. La fijación de objetivos, para organizar cualquier tipo de trabajo es cotidiano. Bien venido sea, ya que ejecutar acciones sin tener una meta, es como caminar sin concierto y sin rumbo.
El problema se plantea, cuando la determinación de las cifras, no esta especialmente basada en datos objetivos, ni es fruto de un análisis equilibrado de la posición real de la empresa en ese aspecto. Mayoritáriamente son consecuencia de extrapolación, de posiciones anteriores y casi siempre tratando de superarlas.
Se transforma entonces, la planificación en un saco vacío. Los que tienen que ejecutar, en estas condiciones, están muy atentos en negociar unas cifras cómodas, es decir, no basadas en expectativas reales, sino conformadas de modo tal, que nos permita cumplirlas con cierta holgura. Mas todavía, cuando alguien ya ha alcanzado su objetivo, se detiene, aunque el periodo no haya finalizado. Su mente le recomienda hacerlo así, porque si supera mas de lo necesario sus metas prefijadas, es muy posible que se vea sorprendido, con un incremento - poco racional - para el periodo siguiente.
Planteadas así las cosas, se desprende todo un cúmulo de argucias, para tratar de llegar a las posiciones marcadas, sin meterse en un posible "callejón sin salida" en el futuro inmediato. Se vulnera de este modo la esencia del planteamiento. Porque las metas no son reales, ya que la forma de estimarlas es anárquica y además el ejecutor será poco proclive a superarlas, para que no le "aprieten algo mas el cinturón" con las cifras del siguiente periodo.
Otra de las cosas que se ha asentado con fuerza, es que estamos tan absortos con el cumplimiento, a todos los niveles, que en muchas ocasiones nos quedamos sin interpretar adecuadamente los mensajes, que nos da el día a día. Desaprovechamos de un plumazo la posibilidad de ir extrayendo las pistas adecuadas para mejorar. Nos quedamos atrapados en la carrera "sin fin" en la que estamos sumidos.
Cuando uno pierde la capacidad de comentar con libertad y buenas razones, la conveniencia o no de un determinado objetivo, cuando no puede argumentar con sinceridad la bondad del mismo, cuando la organización lo único que le demanda es que lo cumpla sin rechistar; queda cercenada la continuidad del crecimiento equilibrado y el propio interesado se sume en una especie de tedio, que le perseguirá a lo largo del periodo. Caminando hacia el desanimo si intuye que no lo cumplirá o gozando de satisfacción si cree que lo alcanzará. Empañado con demasiada rapidez, porque ya tiene que pensar en el nuevo. El recientemente finalizado, ya es historia.
Creo que lo he dicho en otra ocasión y lo repito "Un objetivo solo lo es, si quien lo fija lo hace con cierta cordura y el que lo tiene que ejecutar lo asume como propio, sin verse forzado a ello". Lo demás son verdaderas "paparruchas", desafortunadamente demasiado frecuentes en los tiempos que corren. Así nos va...
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