Tenemos tendencia a estar muy condicionadas por lo que piensan los demás sobre nosotros. Buscamos con el gesto, la palabra, el comentario, etc, tratar de identificar cual es su estado de opinión, en éste sentido. Necesitamos además, percibir que es "buena". Cuando es así nos congratula y satisface mucho.
No hay duda que una buena reputación, es un buen bagaje, la realidad es que tener "buena fama" en cualquier campo, facilita en gran manera el desarrollo de las actividades inherentes al mismo. Es como si las oportunidades llegasen con mas facilidad y todos los caminos fueran menos pesados.
Por contra la opinión general desfavorable sobre alguien, certera o no, en mucha ocasiones le merma sus posibilidades. Algunas propuestas nunca las recibirá, porque serán cercenadas antes de ser planteadas, la desconfianza en el desempeño adecuado, hará que se provoque inseguridad de cumplimiento efectivo y por tanto cierto rechazo a encargarle trabajos, relegándolo, solo a actividades de segundo nivel o bajo supervisión de otro.
Esta circunstancia, hace que muchas de nuestras acciones diarias, hayan sido mentalmente acondicionadas, para reforzar la imagen percibida por los demás. Debemos actuar, tal como piensan, que somos, no como lo somos de verdad. Y eso en cada uno de los ambientes en los que nos desenvolvemos, porque tenemos mas de una imagen virtual. Evitamos con demasiada frecuencia la espontaneidad, sobre todo, si intuimos que pueda ir en detrimento de nuestra posición.
El dilema se plantea cundo la distancia que hay entre, lo que somos y la imagen virtual, que hemos logrado hacer creer a los demás, es muy grande. Porque entonces, para poder mantener el status, hay que seguir "actuando", mucho, cada día. Esta posición, acaba produciendo un cansancio adicional, hacer las cosas, pensando como creemos que quieren los demás que las hagamos, es casi, como hacerlas dos veces.
Y al final siempre el mismo resultado, una gran insatisfacción, porque por grandes dotes persuasivas que tengamos, para presentarnos de modo diferente, lo que aún no hemos adquirido es la capacidad de engañarnos a nosotros mismos. Sea cual sea nuestra imagen virtual, nosotros conocemos la real y eso pesa como una gran losa. No estamos tan adormecidos para aceptar, sin ningún efecto colateral, la poca o mucha suplantación.
Que esfuerzo tan inútil. Quienes nos tienen que querer, quienes valen la pena, quienes estarán siempre a nuestro lado, lo harán aún sabiendo como somos en realidad. Es decir, montamos la tramoya y el teatro, para un conjunto de personas, que seguro nos dejaran "tirados" a la primera de cambio. Vaya esfuerzo baldío, vaya insensatez, querer que crean lo que no somos, como si con ello consiguiéramos un mundo y aunque así fuera, si lo miramos con detenimiento, en ese mundo no es en el que queremos vivir nosotros.
Ser lo que somos y comportarse con arreglo a ello, es mas gratificante, sin lugar a dudas, que seguir siendo un personaje toda la vida. No fingir, es quererse; incrementando la autoestima y eso si que, no tiene precio. Ser auténtico es una gran decisión y una demostración de seguridad en uno mismo. Los personajes, dejémoslos para los cómicos y el teatro.
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