Dice Fernando Savater en su libro
“El valor de elegir”: “…la tolerancia
exige establecer un marco común de
cultura democrática – prioritaria sobre cualquier otra – que debe ser acatado:
de modo que los ciudadanos que viven bajo dicho marco habrán de renunciar al
ejercicio de la intolerancia, según criterios privados, para gozar por igual de
la tolerancia pública”.
Es decir, lo contrario que
plantean el Parlamento y el Senado, los Parlamentos Autonómicos, las
Diputaciones, los Ayuntamientos, etc., etc. Escritos con mayúscula por respeto
institucional, pero que en absoluto lo merecen como colectivo, dado el
comportamiento incívico habitual como debaten; más propio un mercadillo de
venta de rebajas. No son solo las palabras inadecuadas y descalificadoras de
los que se dirigen al auditorio, son además, los “abucheos” y “griterío” de
quienes escuchan, bueno, o aparentan que escuchan.
La política se ha sumido en una
mediocridad asombrosa, los llamados parlamentarios, abandonan el fondo de las
cuestiones sometidas a debate y se dejan llevar por una corriente irrefrenable
de descalificaciones. No importa tanto clarificar los hechos, como la capacidad
de aflorar comportamientos no deseados en los partidos opuestos; como si la
evidencia de tal circunstancia, eximiera al orador de su responsabilidad.
Parece como si “hacerlo muchos” sea una potente justificación de las conductas no normales.
Este ambiente tan absolutamente
indeseado ha traspasado el entorno de estas asambleas y se ha instalado también
en la tv y los medios de comunicación. Los llamados tertulianos, tienen más
interés en descalificar que en argumentar. Vale todo, tan es así, que triunfan
(o a ellos les parece que es así), quien más potencia de voz tiene, porque
logran sobreponerse a la de su adversario y procuran que sus argumentos queden inteligibles y después de esta reprobable acción, creerán
que han ganado en el debate. En realidad lo que ganado es en “el juego sucio”.
Lamentablemente los ciudadanos de
“a pie”, asistimos atónitos a esta demostración de falta de respeto, no solo
entre ellos, sino también hacia nosotros, que los elegimos con nuestros votos,
para que administren del modo más adecuado los caudales públicos y no para que
se dediquen a seguir las “consignas” de su partido. Cada vez con mas frecuencia
sentimos una manifiesta “desilusión” y confiamos menos en ellos, como lo vienen
demostrando las encuestas; pero es curioso, en lugar de rectificar y adoptar
posiciones tolerantes, para propiciar un análisis sereno en el debate; la
tendencia es “erre que erre”.
Como dice Savater: “Ser tolerante es convivir con lo que uno
desaprueba… ¡y con quienes le desaprueban a uno.! Así nos va y lamentablemente nos irá.
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