Dice Séneca en su libro “Cartas a Lucilio”: “Todo, Lucilio, es ajeno
a nosotros; solo el tiempo es nuestro. La naturaleza nos ha puesto en posesión
de esa única cosa fugaz y escurridiza, y nos la quita quien quiere. Y es que la
estupidez de los mortales llega a tanto que, al obtener lo más ínfimo y de
menos valor, lo que sin duda se puede reemplazar, admiten que les sea cargado
en su cuenta, mientras que nadie cree que deba nada al tomar el tiempo de otro,
cuando eso es lo único que, aun queriendo, no se puede devolver.”
¿El tiempo nuestro?, pero si
hemos diseñado nuestra vida, basándola en una estructura de compromiso tal, que
cuando nos levantamos ya llegamos tarde, es decir, ya no tenemos tiempo para
disfrutar el devenir, ya debemos estar dispuesto a correr y correr, sin fin y
sin destino concreto. Tenemos que llegar, como si llegar fuera la meta. Tal es
nuestra celeridad en nuestro quehacer, que no nos damos cuenta de todos los
sucesos pequeños que se desarrollan a nuestro alrededor, no podemos
saborearlos, somos presos de nuestro derroche de tiempo, para asuntos carentes
de relevancia.
No es esta la sociedad que pasará
a la historia, por situarse en la confortable placidez de un devenir calmado y
placentero. Somos una generación o varias, que hemos aprendido a desenvolvernos
en un ambiente, que prima a quien no sabiendo a donde realmente va, se empeña
en hacer un recorrido a ese “ningún
lugar”, eso si, de forma veloz. Como si llegando antes consiguiera algo. Ir
deprisa no es evidencia de resolver y menos con acierto.
Pero hay otra vertiente, quizás
mas acorde con lo que dice Séneca. No es suficiente que malgastamos nuestros
minutos en asuntos superfluos, carentes de relevancia; es que además, quienes
nos rodean no se percatan de que en ocasiones, disponen de nuestro tiempo, para
nimiedades y otras historias carentes de todo interés; en algún caso es disculpable
su actitud, ya que nosotros también tenemos la misma “costumbre”.
No utilizar nuestro tiempo
cotidiano en temas de interés, perderse en la dejadez suave de dejarse llevar
por la corriente mayoritaria, en los asuntos que nos son cercanos,; acaba
siendo una apuesta por la insatisfacción personal, al comprobar que nuestra
dedicación la hemos aplicado a asuntos que no nos aporta nada o casi nada; es un devenir
preñado de lo que se dice en términos coloquiales “perder el tiempo”, como si
luego lo pudiéramos encontrar. Como dice Séneca: “No está en ningún sitio, quien está en todas partes”
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