martes, 28 de febrero de 2012

Triunfar o fracasar






Dice Erich Fromm, en su libro “La condición humana”:”Nuestro sistema económico se centra en la función del mercado como determinante del valor de todo bien de consumo y como regulador de la participación de cada uno en el producto social. Ni la fuerza ni la tradición, tal como en períodos previos de la historia, ni tampoco el fraude ni las trampas, rigen las actividades económicas del hombre. Tiene libertad para producir y para vender; el día de mercado es el día del juicio para valorar sus esfuerzos. En el mercado no solo se ofrecen y venden bienes de consumo; el trabajo humano ha llegado a ser un bien de consumo, vendido en el mercado laboral en igualdad de condiciones de comercio recíproco. Pero el sistema mercantil se ha extendido hasta sobrepasar la esfera de bienes de consumo y trabajo. El hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo, y siente su vida como un capital que debe ser invertido provechosamente; si lo logra, habrá “triunfado” y su vida tendrá sentido; de lo contrario será un “fracasado”. Su “valor” reside en el precio que puede obtener por sus servicios, no en sus cualidades de amor o razón ni en su capacidad artística”.

Triunfar o fracasar, vaya dicotomía, sobre todo porque parece una opinión de los que nos rodean, no una sensación interna de plenitud y de satisfacción con los logros obtenidos y con las proyecciones futuras. No, por mucha plenitud que sintamos, si los demás no lo reconocen, nuestras sensaciones internas son estériles.

Hacer lo que uno quiere, tenerlo como norma de vida y aplicarse a ello, no es suficiente; para validarlo, debe ser reconocido socialmente como lo más adecuado, o expresado de otro modo, debe estar acorde con lo que los demás esperan de nosotros. Estamos cautivos de nuestras relaciones, pues no nos complementan, muy al contrario, en muchos casos nos limitan y encasillan.

Dice fromm, que el hombre debe invertirse provechosamente y que puede ser más útil para nosotros, que abordar aquellos asuntos que nos hacen felices. Parece también como si nuestro nivel de felicidad dependiera en gran parte, de percibir indubitados juicios ajenos de aprobación, tácitos o expresos. Aquellas actividades que nos satisfacen, las conocemos nosotros y a lo mejor los demás, si se lo hemos hecho saber; por tanto es impropio esperar la aprobación “social”, para gozar en plenitud.

El mercado nos ha mercantilizado en exceso, la unidad de medida mas común, que es el dinero, nos ha absorbido nuestro raciocinio natural, en términos económicos lo mas rentable para nosotros, puede no ser lo mejor para nuestra vida; porque somos personas no empresas, administrar nuestra vida como si de un negocio mas se tratase, puede ser muy lucrativo, pero también puede ir alejándonos de la sensación de plenitud y felicidad.

La vocación no es un capricho; un capricho no es equiparable a una necesidad; una necesidad - si es posible - debe satisfacerse; estar satisfecho es aplicarse a lo que uno cree bueno para su vida; una vida plena es llegar a la edad madura, habiendo desarrollado la vocación de la juventud.

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