martes, 28 de febrero de 2012

Comprar



Dice José Luis Aranguren en su libro “De ética y de moral. Lo que sabemos de moral. Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa”: “La felicidad parece estar ahí, a la vuela de un año, cuando al fin podamos adquirir el cochecito, la casa propia o el aumento de sueldo; la felicidad parece así haberse puesto al alcance de todas las fortunas espirituales, a poco que crezcan los ingresos materiales. Claro está que luego la cosa resulta más complicada y, cuando ya hemos logrado aquello en que ilusoriamente, poníamos la felicidad, ésta vuelve a alejarse; ahora ya no basta con el cochecito, para ser feliz hace falta un automóvil suntuoso, nuestra vivienda necesita ser una lujosa villa y tampoco nos parece ya la felicidad ser cuestión sólo de dinero, sino también de status: ¡ si pudiéramos llegar a ser directores de la empresa en que trabajamos, si pudiésemos llegar a ser ministros!...La agridulce verdad es que, a medida que parece que nos acercamos a la felicidad, ella se aleja…

Desde un punto de vista no estrictamente ético, sino simplemente descriptivo, es menester reconocer que en el proyecto vital de la mayor parte de los hombres, los imperativos éticos, cuando se aceptan por sí mismos, ocupan un lugar subordinado o al menos puesto al servicio de la felicidad”.

Lo mejor es poseer cuanto mas mejor, objetos en ocasiones de dudosa utilidad práctica pero de elevado cariz social. Símbolos del éxito, abalorios de gloria. Vivimos una época, donde algunos de los utensilios que utilizamos, no se hacen viejos, son simplemente repuestos, por la necesidad de tener otros mas avanzados; llenos de características que posiblemente nunca usaremos, pero que con gran fruición mostraremos a los que quieran escucharnos o evidencien asombro. Somos esclavos de lo superfluo y amantes de lo “último”, como si lo último fuera el final, sin darnos cuenta que transcurrido un corto espacio de tiempo, en el mundo actual, lo último se torna viejo.

Tal banal concepción de nuestra vida, nos deja sumidos en una eterna melancolía, propiciada por apreciar como relevantes, lo que únicamente son banalidades. No es la carencia de lo necesario, lo que nos entristece. En la era de la tecnología, tenemos avidez por disfrutarla, lo malo es que ponemos el mismo ahínco en los utensilios evidentemente necesarios y en aquellos de los que podemos prescindir claramente; porque la satisfacción solo la proporciona la posesión y el “nirvana” es, que los demás sepan que la tenemos.

Los acontecimientos nos desbordan, ya hemos conseguido aquello tan imprescindible, cuando el mercado ya nos ofrece un sustituto con mayores utilidades. No sabemos parar, pensar si nos hace falta verdaderamente y rechazar en caso contrario; no estamos preparados para soportar la pregunta ¿tu no tienes….?, nos supera, nos bloquea; queremos responder a toda costa ¡si lo tengo!, como si con ello nuestro status se consolidara entre los que están “in”. Solo el pensamiento de quedarnos aparentemente “out” socialmente, nos inquieta mucho.

Esta faceta de elegir lo necesario, en función del efecto social que provoca su posesión es muy inquietante; somos acaparadores de objetos inútiles, pero imprescindibles desde el punto de vista mayoritario de la sociedad en la que estamos inmersos. Hemos perdido la voluntad y la firmeza, para resistirnos a la publicidad engañosa que nos bombardea de modo directo e indirecto. Sucumbimos a nuestros “caprichos”, pero mas que por satisfacernos, para que los demás sepan que poseemos. Poseer es la clave y no disfrutar lo poseído.

Resistirse a comprar, no es necesariamente perder status; perder status interno es acumular superficialidades, superficiales son las cosas que no nos aportarán satisfacción interna a lo largo del tiempo; lo que no aporta satisfacción a lo largo del tiempo, hay que resistirse a comprarlo.

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