miércoles, 9 de octubre de 2013

Personalidad particular




Dice Fernando Savater en su libro “Ética de URGENCIA”: “Una sociedad funciona cuando se permite a cada individuo ser él mismo y desarrollar su personalidad siempre que cumpla con aquello con lo que tenemos que cumplir todos para que la sociedad no se colapse. Uno puede ser él mismo siempre que asuma que hay una serie de deberes y responsabilidades que son para todos, nos gusten más o nos gusten menos. Sobre esta base compartida por todos los ciudadanos cada uno puede ir construyendo una personalidad particular”.

¿Personalidad particular?...difícil cometido en los tiempos en los que vivimos. En donde la originalidad es un síntoma claro de “rareza” para los demás. O el otro extremo, donde queremos justificar todas las acciones, incluso, aquellas que son francamente mejorables, por esa seudo-originalidad que acaba siendo un paraguas, donde cabe todo. Ser original, si; tener criterio propio, si; saber discernir y clasificar lo que sucede a nuestro alrededor, si; buscar incansablemente nuestra propia identidad, si;… pero no objetar, para respaldar comportamientos inadecuados, nuestra propia originalidad;  justificando con ello acciones egoístas, exentas de contenido racional.

En una sociedad como la actual, en clara “decadencia”; donde se ha instalado con carácter cotidiano la inseguridad; propiciada por una crisis económica, que ha trocado los valores esenciales de la solidaridad, por otros de rasgos eminentemente “materialistas”, para hacer recaer los sufrimientos del ajuste, en quienes ya están cargados de “carencias”; se ha instalado un lenguaje vacío de contenido y lleno de subterfugios, para tratar de justificar acciones y omisiones,  que cada vez – con mayor insistencia -  constatan la incompetencia a corto plazo de quienes “mandan”, para mantener el bienestar social colectivo, conseguido a lo largo de los años.

Descrito el escenario, la personalidad particular  se evidencia, con cierta frecuencia, en puro y simple egoísmo. Los ciudadanos que han venido trabajando toda su vida, gastando con prudencia y viviendo con justeza, miran atónitos como esas “singularidades” cargadas de irresponsabilidad, de quienes han venido detentando el poder político, han devenido en despilfarros, carentes de todo sentido; salvo el contenido “faraónico”  y la falta de sensibilidad administrativa, que les ha hecho confundir los actos fastuosos y rimbombantes, con la satisfacción de las necesidades ciudadanas. Cubran ustedes lo básico y en otrora tiempo de holgura, ya vendrán los fastos y devaneos suntuosos, para que se sientan satisfechos, aunque sean fatuos.

Déjennos ser “nosotros”, ya que no molestamos a nadie y sigan a lo suyo, es decir, a rifirrafes vacíos de contenido, descalificaciones, faltas de respeto y palabras confusas, unidas a definiciones imprecisas. Sigan en lo suyo, hagan de la sinrazón su labor cotidiana, pero - por favor - a quienes no queremos participar en esa carrera hacia la “nada”; porque no la comprendemos, ni la necesitamos para ser “mejores”; déjennos vivir a “nuestro aire”. Vayan todos los días a sentirse henchidos con sus inútiles obras, como faraones del siglo XX y XXI y encántense en la contemplación; pero por favor, déjennos a quienes no necesitamos todos esos excesos; que desenvolvamos nuestra existencia en una vida racional, cotidiana y solidaria, eso si, exenta de rimbombancia; porque nosotros, ¿saben?…, queremos seguir siendo “sencillos y de pueblo”.

En la obra de teatro de Paul Valery, el personaje Fausto dice: "Dígame usted la mentira que considere más digna de ser verdad"... claramente era premonitorio de la actualidad cotididiana.

(*) La foto corresponde al Palacio de las Artes Reina Sofía. 37.000 m2 y una altura máxima de 70 metros. Cuatro salas, la principal con mas de 1700 plazas. Foso para coro, segundo más grande del mundo. 77.000 m3 de hormigón y 30 Tm de acero estructural.

sábado, 3 de agosto de 2013

Clase política.



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “Necesitamos discutir abiertamente, rigurosamente y sin miedo, y sin mirar de soslayo a ver si cae bien a los nuestros lo que tenemos que decir. Necesitamos información veraz sobre las cosas para sostener sobre ellas opiniones racionales y para saber qué errores hace falta corregir y en que aciertos podemos apoyarnos para buscar salidas en esta emergencia. La clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el desgate de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los empeños necesarios. Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política”.

Exactamente lo contrario de la realidad que nos traslada el día a día. La llamada clase política tiene mucho más interés en evidenciar los motivos de desacuerdo, que en tratar de limar las distancias y acometer objetivos comunes. Parece como si los votos vienen más de resaltar los defectos o desaciertos  ajenos, que de publicitar los propios logros en la gestión. Triste planteamiento; pero lo peor es que ahora cuando las cosas son lo que son y no lo que parecía, se nota a faltar la dirección inamovible de remar todos  hacia el mismo “norte”.  No hay destino accesible cuando cada remero hace muy bien lo suyo, pero completamente descoordinado de los demás, lo normal en este planteamiento, es una pertinaz zozobra.

Se muy bien que las ideologías plantean diferentes puntos de vista en la gestión y también en las prioridades. No comprendo, por qué calan tan profundamente, que impiden llegar a acuerdos a largo plazo y sentar precedentes estables, en materias como: la salud, la educación y el empleo. Defender a ultranza reformas o cambios, pura  simplemente para distanciarse de su opositor, no es lo que mejor resultado práctico proporciona a los ciudadanos. La estabilidad y robustez en los acuerdos y su mantenimiento a lo largo del tiempo son, en si mismo, garantías de éxito.

Pareciera sin embargo, que lo relevante es discrepar, descalificar y jugar con las palabras, hasta que estas pierden su sentido y sean utilizadas de forma espuria, no para explicar, sino para confundir. Tampoco se, si esto tiene rédito electoral; a tenor de los actos cotidianos, parece que los que están en ello, si lo piensan. Descartar la posibilidad de llegar a acuerdos, que garanticen la estabilidad de algunas de nuestras normas esenciales, es exactamente igual como no regularlas.

Los ciudadanos que asistimos atónitos a este espectáculo cotidiano, no sabemos muy bien cuales son las discrepancias de fondo, porque nadie nos las explica. Sabemos eso si, todo lo que han hecho mal (preferentemente) los contrarios a quienes explican - tanto sea en la oposición como en el gobierno -, pero no tenemos modo efectivo de que nos aclaren las bondades de los planteamientos reformistas y cuales son las causas que los promueven. Parece un juego de despropósitos en donde lo que más importa es la mayoría necesaria para aprobar o denegar, pero no el asentimiento ciudadano de compartirlo.

Quizás sea nuestra tradición cultural, cargada de intolerancias y maximalismos, que en nada benefician y tanto perjudican. La razón es la razón y no puede ser mediatizada con medias palabras o subterfugios ingeniosos del lenguaje, para tejer una maniobra de la confusión, que a todos perjudica. La cordura no se impone, se instala por si misma, por muchos esfuerzos que se emplee en ocultarla. La verdad hay que asumirla, aunque solo sea para poder modificar comportamientos, si evidencia errores.

sábado, 20 de julio de 2013

Verdadera información



Dice Pascual Serrano en su libro “Desinformación. Como los medios ocultan el mundo”, citando a Chesterton: “Hasta nuestros días se ha confiado en los periódicos como portavoces de la opinión pública. Pero muy recientemente, algunos nos hemos convencido, y de un modo súbito, que no gradual, de que no son en absoluto tales. Son, por su misma naturaleza, los juguetes de unos pocos hombres ricos. El capitalista y el editor son los nuevos tiranos que se han apoderado del mundo. Ya no hace falta que nadie se oponga a la censura de la prensa. No necesitamos una censura para la prensa. La prensa misma es la censura. Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad se diga (Gilbert Keith Chesterton)

Ha llovido mucho desde 1917, que es el año de la cita. Pero sin embargo, casi 100 años después, la podríamos recuperar como ejemplo de lo que sucede en la actualidad; debe de ser, porque la verdad sobre los acontecimientos que suceden en la vida cotidiana, importa poco o nada; importa mucho más, la “seudo-verdad” que debemos manejar los ciudadanos de  “a pie”, para que vivamos conociendo los asuntos a medias y completamente segados, por la tendencia de quienes lo cuentan.

Los periódicos y también puede hacerse extensivo al resto de medios de comunicación, viven una atribulada vida, subidos en un filo de la navaja, haciendo equilibrios impensables con el objeto de satisfacer los intereses de quienes los dominan económicamente; es, lamentablemente,  el marchamo de continuidad del medio. He expresado la frase con los periódicos y los medios, porque entiendo que hay periodistas singulares, que mantienen su independencia e incluso sacrifican su propio futuro, por ser coherentes con el concepto de información con mayúscula, es decir, libre de toda mediatización.

En un momento en donde los medios potenciales son casi infinitos, tenemos que lamentar con mucha resignación, que la independencia individual – salvando excepciones – sea mínima. Los grandes medios, es decir, los más controlados; enfocan los temas, para defenderlos o atacarlos, no en base a la objetividad necesaria para poder informar con garantías, no, lo hacen según la línea editorial imperante y rechazan por falsa cualquier otra interpretación divergente, aduciendo, curiosamente,  clara falta de objetividad y mediatización manifiesta de su opuesto.

Triste panorama futuro, que no tiene perspectiva de solución;  como constata  la  vigencia de una frase escrita hace tanto tiempo. Perdemos todos y no gana en absoluto la información y con el tiempo se producirá – como en la política – una evidente desafección de los ciudadanos; cansados de ser tomados por marionetas a quienes se les puede contar las cosas “a medias”, para tratar de crear una corriente de opinión determinada e interesada y distante de la realidad.

Como dice Ignacio Ramonet en el prólogo del libro: “…en democracia, la censura funciona por asfixia, por atragantamiento, por atasco. Nos ofrecen tanta información y consumimos tanta información, que ya no nos damos cuenta de que alguna (precisamente la que más me haría falta) no está. 

viernes, 12 de julio de 2013

Imaginación



Dice el Dr. Alfonso López Caballero, en su libro “El arte de no complicarse la vida”: “Existen tres leyes que rigen el funcionamiento de la sugestión.
La primera es la Ley del efecto contrario: Cuando el abordaje mental a una tarea cualquiera se formula en términos dubitativos, cuanto más me esfuerce en conseguirla menos capacitado estaré para ello.
La segunda es la Ley del predominio de la imaginación: Cuando la voluntad y la imaginación están en conflicto, siempre vence la imaginación.
La tercera es la Ley del esfuerzo dominante: Una emoción fuerte contrarresta siempre otra emoción débil”.

Cada día conocemos más de los sentimientos, de los estados de ánimo y de la posición que adoptamos frente a los acontecimientos cotidianos; con ello y nuestra propia experiencia, vamos tratando de remodelar nuestro comportamiento, para que nos ofrezca posibilidades de remontar la adversidad o nos ayude a no “indigestarnos” con el éxito. Conocer que nuestra posición mental ante un determinado asunto, facilita o dificulta la resolución, tiene efectos claramente positivos sobre nuestro comportamiento y es la antesala de una mejor vida.

Vencer las dificultades, poner empeño en resolver y tratar de no complicarnos la vida en exceso, no es fácil de instalar en nuestras pautas de conducta, para facilitarnos la mayor ventaja en los asuntos que nos toca dirimir. No hay logro sin esfuerzo, pero además ahora sabemos, que tampoco alcanzaremos metas deseadas, sin poner la imaginación a nuestro servicio, de modo que la voluntad en conseguirlo, sea precedida por una visión del éxito, acorde a nuestros deseos. Representar mentalmente y con anticipación nuestros objetivos, tenerlos al alcance de la mano (con la imaginación, claro), es un buen síntoma de éxito.

Intentar eliminar los pensamientos negativos, por el simple hecho de tratar de ignorarlos o minimizarlos, produce una fijación tal, en ellos, que lo único que hace es acrecentarlos. Las emociones solo se pueden contrarrestar, como dice López Caballero, con pensamientos positivos de mayor intensidad; el dilema se plantea a nivel cotidiano, en como interiorizar el desvío hacia asuntos gratificantes e instrumentarlos de modo que sean alcanzados con nuestra mente y por tanto nos predispongan positivamente para lograrlos en el día a día.

Nuestra vida no puede estar en permanente desazón, nuestros deseos deben de ser prioritarios, porque desconectar de lo negativo y pensar que podemos desenvolvernos sin su perniciosa influencia, ya es un logro que nos predispondrá para alcanzar objetivos con mayor facilidad. La respuesta de nuestra naturaleza a situaciones imaginadas es casi de la misma intensidad que la que se produce en situaciones reales. Por tanto predispongamos el ánimo y concentremos las fuerzas, que si queremos, seguro que podemos.

martes, 9 de julio de 2013

Debate



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “…el dominio de los partidos políticos sobre cada esfera de la vida española es tan absoluto que son los partidos mismos los que imponen la información que se da sobre ellos, los pasajes exactos de los discursos de sus oradores que transmitirán la televisión y la radio.
De esa complicidad humillante son responsables los que la imponen, pero también los que la aceptan. Entre unos y otros han reducido la libertad de expresión a un intercambio de improperios. Probablemente no hay un país en el que se discuta y se escriba tanto de política y en el que sin embargo sea tan raro el debate: el contraste argumentado y civilizado de ideas en el que cada uno se expresa con libertad y está dispuesto a aceptar que el otro tenga una parte de razón  y hasta cambiar de postura si se le ofrecen motivos o datos que desconocía y que puedan  persuadirle; la convicción de que, por debajo de las divergencias, incluso las más tajantes, hay una base sólida de acuerdo, y por tanto la posibilidad de encontrar un terreno intermedio, de ceder en algo para ganar en algo.”

Estoy absolutamente de acuerdo con el planteamiento, pero creo que el “mal” es endémico, para cambiar los planteamientos seguramente hará falta una sustitución generacional, dar entrada a  personas o personajes menos rígidos y con convencimiento claro de lo que enriquece es la diversidad. Siempre que a lo largo de la historia se ha intentado homogeneizar, lo único que se han perdido son libertades individuales, nunca se han ganado. En un debate, tener una visión diametralmente opuesta a la de la otra parte, no propicia en absoluto, que el único argumento sea la descalificación personal, incluso llegando en ocasiones a esgrimir argumentos de la vida del contrario, que en nada tienen que ver con el asunto sometido a debate.

Respetar a los demás es el principio básico de la buena ecuación. No menospreciar es un marchamo de calidad dialéctica. Entender que el argumento debe de ser expuesto en un tono de voz elevado, jaleado por los del mismo partido, para contrarrestar el abucheo de los contrarios, es una vergonzosa forma de evidenciar la falta de “categoría” personal; quien solo encuentra argumentos descalificadotes de su oponente, se hace un flaco favor y además menosprecia la inteligencia de todos. Gritar más, no es en ningún  caso, tener más razón; muy al contrario, el tono mesurado, la palabra justa y exenta de improperios avalan un orador lleno de argumentos sólidos

Pero como los castigos nunca vienen solos, hay una continuidad en ese comportamiento reprobable; los medios de comunicación, tertulianos, programas de debate, etc., se pronuncian con la misma norma, la tónica es: no dejar exponer los argumentos de quien está en uso de la palabra, meter cuñas disuasorias con intención de desanimar al que expone,  no moverse ni un ápice de la postura preconcebida y buscar siempre errores manifiestamente semejantes en los opositores. Y a mi no me sirve de “consuelo”, que estas malas formas solo son a lo largo del debate, porque en realidad, existe buen “rollo” en privado, según dicen.

Con este panorama, no es extraña la incipiente desafección hacía los políticos y la política. Qué esperaban, cerrados aplausos y vítores; no, lo que hay son “pitos” y reprobación. A los ciudadanos nos ha invadido un tedio galopante, que hemos tenido la serenidad de neutralizar, porque si en nuestra vida nos manifestáramos, de modo parecido, salir de casa entrañaría riesgo. A pesar del  mal ejemplo, ese comportamiento claramente  impropio no ha arraigado de forma mayoritaria.

 Como dice Séneca: “La sensatez no se toma prestada ni se compra; y creo que, si estuviera en venta, no tendría comprador. La insensatez, sin embargo, se compra cada día.”

domingo, 7 de julio de 2013

El argumentario



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”, refiriéndose a los  políticos y sus partidos: “Antes de adoptar cualquier posición hay que asegurarse no de su racionalidad o su justeza sino de que se distingue bien claramente de la del adversario. En el periodismo los hechos en sí son mucho menos relevantes que las opiniones, las cuales suelen corresponderse meticulosamente a las directrices de los partidos. Llegar a un mínimo acuerdo operativo sobre la naturaleza de la realidad es tan imposible como encontrar posibilidades de colaboración  para corregirla o mejorarla. Preferir siempre las diferencias a las similitudes y la discordia al apaciguamiento son hábitos cardinales de la clase política española, igual que echar leña al fuego y sal a las heridas. La escenificación estridente de sus disputas partidarias es la cortina de humo que encubre la similitud de sus intereses corporativos, la magnitud formidable de su incompetencia, la toxicidad de su parasitismo sobre el cuerpo social, la devastadora codicia con la que  muchos de ellos, en todos los partidos, se han dejado comprar, o han comprado a otros.”

Muchos de nosotros asistimos atónitos a esa dialéctica destructiva, que lo único que pretende es la descalificación del adversario y no el contraste de opiniones. Lamentablemente no interesan los hechos, ni siquiera de aquellas circunstancias que preocupan intensamente a los ciudadanos, lo verdaderamente relevante es esgrimir una agresividad verbal sin límite, para evitar que sea escuchado la voz del contrario y el contenido de sus argumentos. Dejar un mensaje de descalificación es lo más habitual, “enredar” con argumentos exentos de rigor y emplear medias palabras, para no afrontar la realidad, es el mensaje cotidiano.

Pero como esta posición debe de ser monolítica, nadie se sale un milímetro del guión, aunque en privado y con gente de confianza, acabe reconociendo la precariedad con la que ha hilvanado su discurso. Salirse del “argumentarlo” oficial es exponerse a una severa reprimenda, a través de lo que se viene llamando “la disciplina”, especialmente evidente en aquellas votaciones, donde el parlamentario debe de obedecer ciegamente la consigna gestual recibida.

La política es un campo abonado para llegar tan lejos como se desee, no importando mucho la capacidad ni la formación, porque en realidad lo que  puntuará con mucha más fuerza en su currículum será, sin lugar a dudas, la “docilidad”. Flaco favor para el enriquecimiento cultural común; cuando la opinión sobre los asuntos públicos debe de ser homogénea, no cabe más elección que el “seguidismo”, si se quiere medrar en estas organizaciones tan coercitivas. La verdad no es lo relevante, lo importante es la “verdad oficial interna”, que a fuerza de repetirla desde muchos foros y con machacona insistencia, acabará calando en el cuerpo social, como esa lluvia fina que no se nota pero también moja y a veces mucho.

Extraña profesión, perder internamente, para ganar externamente. Quienes no dedicamos nuestros esfuerzos a estos cometidos – sin duda por falta de capacidad – no tenemos otra solución que “desconectarnos”, oír pero no escuchar. Las palabras se tornan ruido y el ruido no debemos instalarlo en nosotros, más bien debemos evitarlo, aunque solo sea, para preservar el oído de esa machacona intoxicación argumental. Sea como ellos quieren, pero cuéntenselo en sus foros y déjennos en la ignorancia, que a veces es preferible al conocimiento espurio de los asuntos públicos.

Como dice Muñoz Molina: “No hay mérito que no quede reforzado por la comparación con los defectos de los otros…”

sábado, 6 de julio de 2013

Lo superfluo



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “… mas grave que la “legalidad dudosa”* a la que alude la definición y que la grosera ilegalidad de tantos hechos corruptos es la perfecta legalidad en la que han sucedido la inmensa mayor parte de las barbaridades y los despilfarros que se han ido acumulando a lo largo de tantos años hasta llegar a este presente en el que parece que todo se derrumba, en el que no sabemos si mañana mismo habrá médico en el hospital que pueda atendernos o un equipo de bomberos con medios imprescindibles para combatir un incendio, o simplemente un camión municipal que pase a recoger la basura.
Lo que sin que nadie lo advirtiera o denunciara empezó a suceder hacia mediados de los años ochenta es que al mismo tiempo que las instituciones públicas empezaban a disponer de mucho dinero desaparecían los controles efectivos de legalidad de las decisiones políticas”.

Restos de un “pasado de barbarie, no todavía demasiado lejano”, como dice Blasco Ibáñez en una de sus novelas. Cohorte de acomplejados e ineptos, que trataron de esconder sus propias miserias en la “cosa pública”, donde impera  mayoritariamente la  “fachada” y no la inteligencia; que trataron de ocultar su mediocridad, con actos mas propios de los faraones; henchidos por la soberbia del cargo, al que nunca habían imaginado arribar, ni en sus mejore sueños.

Como toda una pléyade de nuevos ricos,  malgastaron y peor aún, cargaron de deuda el erario público para financiar obras monumentales de escasa o nula utilidad, disponiendo de los fondos como si fueran de ellos y decidiendo una aplicación impropia e inútil. Cuando no, indujeron a las Entidades Financieras autóctonas, dominadas por sus “designios” a facilitar financiaciones para proyectos de escasa credibilidad. Después los inauguraron con actos revestidos de boato especial, que solo servían para aplaudirse a sí mismo, “darse jabón “ y gastar más aún; con la intención de transmitir un mensaje de grandeza a quienes con mirada atónita y ojos de asombro no teníamos capacidad para asimilar tanta “grandeur”.

Resultado evidente de tales desmanes, es que algunas de estas obras emblemáticas, han quedado relegadas a edificios sin uso y sin  las aplicaciones presupuestarías. Se van ajando siendo evidencia clara de la inutilidad o falta de acierto en su ejecución. Cuesta más mantenerlas, que abandonarlas. Quedan como “fantasmas” que constatan la aplicación espuria de recursos, en proyectos  banales, en claro detrimento de usos alternativos de mucha mas utilidad para el ciudadano. Y en ese preciso momento, nos fuimos percatando de que no éramos tan “ricos” como nos habían hecho creer, ni teníamos tantos recursos excedentes para malgastar; pero además ni siquiera habíamos mejorado nada nuestra vida cotidiana. Lo peor es que el despilfarro había entrado en simbiosis con una inefable corrupción, que se habían instalado a la sombra de tanto personaje incompetente en puestos de relevancia.

Pero ahora que las “cartas están boca arriba”, ahora que es el tiempo de evidenciar nuestras miserias, ahora… lo pagamos nosotros principalmente; porque quienes propiciaron esta caótica situación, siguen instalados en sus poltronas, sin ninguna intención de abandonar los privilegios que se han tomado por su cuenta; pidiendo simultáneamente a los ciudadanos que “apechuguen” con la rebaja, como si ellos no hubieran sido los causantes. La desfachatez y la falta de conciencia que hace ignorar la palabra dimisión, a no ser para remover cargos de inferior nivel, que  justifiquen la permanencia de los de “arriba”.

Todo está hecho ya, lo malo es que la memoria nos jugará una mala pasada y cuando se instale el olvido, lo volverán a hacer. Pero  hoy, en este instante, como dice Muñoz Molina: “Ahora el porvenir de dentro de unos días o semanas es una incógnita llena de amenazas y el pasado es un lujo que ya no podremos permitirnos”.

Como dice Sabina en su canción “una de romanos”: … en la peli que pusieron después nunca ganaban los buenos…

(*) el autor incluye en párrafos anteriores la definición de Diccionario de la Real Academía de la palabra pelotazo: "negocio de dudosa legalidad con el que se gana mucho dinero de manera rápida.
(**) La foto corresponde al Aeropuerto de Castellón.  
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