Dice Antonio Muñoz
Molina en su libro “Todo lo que era
sólido”: “A medida que los cargos públicos se iban hinchando como sátrapas,
cada uno a la escala de su zona de dominio, los informadores se encogían para
adaptarse nerviosamente o ávidamente a su nueva tarea cortesana. La corrupción,
la incompetencia, la destrucción especulativa de las ciudades y los paisajes
naturales, la multiplicación alucinante de obras públicas sin sentido, el
tinglado de todo lo que parecía firme y próspero y ahora se hunde delante de
nuestros ojos: para que todo eso fuera posible hizo falta que se juntaran la
quiebra de la legalidad, la ambición del control político y la codicia – pero
también la suspensión del espíritu crítico inducida en el atontamiento de las
complacencias colectivas, el hábito perezoso de dar siempre la razón a los que
se presentan como valedores y redentores de lo nuestro - . La niebla de lo
legendario y de lo autóctono ha servido de envoltorio perfecto para el abuso y
de garantía de la impunidad”.
Lo deslumbrante de lo
magnificente, unido a ese suave dejarse llevar cómodo, que produce la sensación
de la obra insólita y singular; ha hecho que los ciudadanos, adormecidos en su
espíritu crítico, nos hayamos dejado nublar en nuestro natural raciocinio y no
hayamos reparado, que delante de nuestras “narices” crecía día a día lo
superfluo e hipotecaba a futuro lo esencial.
Otro modo de
incompetencia y de corrupción: El hecho de destinar recursos públicos a obras
desproporcionadas, que una vez terminadas han demostrado su inutilidad o han
quedado incompletas proyectando su silueta fantasmagórica como signo evidente
de la soberbia y desfachatez de estos faraones del siglo XXI, que no han cejado
en su empeño de parecer grandes, aplicando recursos a proyectos no esenciales,
aceptando incluso correcciones a mayores
en los presupuestos iniciales, sin temblarles el pulso, obnubilados por su alto
grado de megalomanía.
Meter “la mano en la
caja” o utilizar subterfugios y triquiñuelas, para obtener ventajas económicas
individuales, de los propios organismos públicos o de quienes contratan con
ellos es un modo flagrante y evidente de comportamiento indigno y merece todo
el desprecio de lo ciudadanos y todo el peso de la justicia sobre ellos. Pero
destinar recursos públicos a proyectos inadecuados e inútiles, intentando tapar
las carencias de la gestión con la “grandeur” que representan, es algo que la
legislación debería contemplar, propiciando la posibilidad de poder exigir
responsabilidades a quienes promueven este tipo de acciones, porque el destino
inadecuado de los recursos públicos, es meter la mano en la “caja” de todos.
Pero también tenemos
responsabilidades quienes vimos como se desarrollaban estas arbitrariedades y
nos dejamos aletargar o miramos hacia otro lado, sin rechazar o criticar con
fuerza tales comportamientos impropios. Adoptamos mayoritariamente la posición
del “avestruz” y de modo inconsciente fuimos colaboradores pasivos necesarios;
entendiendo tardíamente el verdadero alcance desastroso, que nos acarrearía la
regularización de esos despilfarros. Debemos señalar, sin lugar a dudas, a
quienes lo propiciaron, pero con la misma intensidad, hemos de hacer
autocrítica para fijarlo en nuestra memoria y evitar esa pasividad perniciosa cuando
se vuelva a repetir… porque se repetirá.
Como dice Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente
mala es el silencio de la gente buena”.
2 comentarios:
Sí pero no.
Vale que muchos miraran para otro lado mientras decían: "oh, qué bonita está quedando la ciudad". Pero también es cierto que otros muchos teniamos claro que nada es gratis, y que "todo esto" lo pagaríamos nosotros, nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos.
Y para colmo después nos tuvimos que oir aquello de que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Paco:
Estoy de acuerdo contigo, la desfachatez de indicar que hemos vivido por encima de nuestra posibilidades evidencia una falta de "ética y criterio" preocupante.
Los ciudadanos no vivieron por encima de sus posibilidades y si algunos lo hicieron, fue porque algunas entidades financieras les concedieron créditos para la compara de vivienda, basados mas en le crecimiento continuo del precio de las mismas, que hacia viable la "retirada" de las mismas en caso de conflicto. Les "vendieron" la hipoteca y sus bondades, haciendo una análisis ligero de la solvencia y por tanto de la capacidad real de devolver el préstamo.
Disculpa el retraso en la respuesta.
Salu2:
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