viernes, 21 de noviembre de 2014

La ausencia de teóricos.


Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “… la política posee sus propias reglas que nada tienen que ver con lo que consagra su teoría, o más en particular, la moral pública. O sea, que una cosa es el debe ser y otra el ser, y que pasar por alto tal distinción es deslizarse hacia lo utópico. Hoy tildar a alguien de “teórico” no suele ser precisamente signo de alabanza o reconocimiento; más bien equivale a tacharle de iluso y adornado de una lamentable falta del necesario realismo. Resulta entonces que la actividad pública se reduce a una pura correlación de fuerzas, a trasiego de intereses, a un juego de astucia e influencias inconfesables, pero en todo caso algo en lo que nada cuentan de hecho (ni deben contar de derecho) los principios éticos y, en último término, el ideal de justicia. 

La política es el reino de la habilidad con la palabra, las respuestas imprecisas, la negación de las evidencias; todo ello unido a una inefable falta de memoria, que permite decir lo contrario de lo expuesto en el pasado no todavía demasiado lejano. Lo importante no es la verdad sobre un determinado asunto; es mucho más relevante, la “verdad” menos lesiva para los intereses del partido, fruto de esta concepción espuria, cualquier discurso vale para transmitir a la opinión pública una versión de conveniencia, en muchas ocasiones “dictada” por el aparato del partido, con la creencia de que cuando las cosas se repiten de modo reiterado, aunque no se ajuste a la realidad, acaban conformado “la realidad”.

No asumir esta curiosa forma de actuar e incluso ser crítico ella, demandando principios éticos en quienes están en la gestión de lo público y en base a ello solicitar con insistencia, más verdades y menos retórica, no tiene buena “prensa”, pronto abrirá la caja de los despropósitos y quien así se ha pronunciado, será descalificado con toda clase de argumentos, no excluyéndose los personales, aunque no tengan ninguna relación con el tema sometido a debate.

Dice J. J. Rousseau: “quienes quieran tratar por separado la política y la moral nunca entenderán nada en ninguna de las dos”. Anteponer los intereses de la organización por encima de cualquier otra circunstancia y repetirlo de modo continuo, produce una elevada desconfianza y frustración en los ciudadanos, que ya han visto que se les hurtan muchas de las promesas de los candidatos y ahora, además, se les desvirtúa la verdad, como si la realidad pudiera transformase en una novela y con ello los personajes lavaran su reprochable conducta o disminuyeran su incompetencia.

Solo los mediocres y los irresponsables, tratan de confundir con falsedades y/o medias verdades; pretendiendo “encandilar” a los ciudadanos, ocultándoles parte de la verdad con la intención de librarse con ello de las consecuencias de sus actos. 

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