Dice Ernie J. Zelinski
en su libro “101 Cosas que ya sabes, pero
siempre olvidas”: “Nos aferramos a nuestras creencias porque parecen
razonables, pero es posible que exista un problema con nuestra idea de lo que
es razonable. En la actualidad se piensa que gran parte de lo que la gente
consideraba razonable hace unos cuantos siglos, era irrazonable. A lo largo de
la historia ha habido muchos casos en que la mayoría tenía creencias falsas
que, más tarde, se demostró que eran absurdas. Recuerdo que hubo un momento en
casi toda la humanidad pensaba que la tierra era plana. De un modo similar,
gran arte de lo que hoy se considera razonable puede que se considere
absolutamente ridículo dentro de cincuenta o de quinientos años”.
En la sociedad en que
vivimos, para identificar lo que llamamos razonable, empleamos un procedimiento,
cuanto menos, poco objetivo, primero – posiblemente – después de un análisis de
la información que disponemos, llegamos a una conclusión, pero para darle el
marchamo de “normal”, necesitamos contrastar, que nuestro planteamiento
coincide con la opinión mayoritaria y si eso es así, lo asumimos. Lo
problemático es que, en aquellas ocasiones en las que no se da esa
convergencia, repetimos el análisis, porque suponemos que hemos empelado datos
incompletos o no hemos acertado en el hilo conductor del razonamiento
También sucede que las
opiniones homogéneas de los que nos rodean socialmente, nos condicionan; pero
no solo ellos. Nos influyen también los medios de comunicación de los que nos
nutrimos para tomar conocimiento de lo que sucede alrededor. No estoy
rechazando la pluralidad – que la hay – estoy poniendo foco a la tendencia a
describir o interpretar los asuntos en coincidencia con la ideología imperante,
como si los hechos reales fueran diferentes según quien los relata. Clara
evidencia son los debates, en donde de modo repetitivo, cada cual solo asume su
particular punto de vista y suele negar – aunque sea evidente – cualquier otro,
si es discrepante.
De este galimatías en el
que estamos sumidos, tienen buena culpa los miembros de los partidos políticos,
que repiten de modo machaconamente insistente la versión, que se les ha facilitado
en el “argumentario”, y lo hacen todos, de modo firme y sin fisuras; lo que en
realidad pretende tal actitud, es convencerse a si mismos de que la “realidad”
es esa y de tratar de sembrar, sobre los que los escuchan con cierta atención,
esta opinión. Ejercicio espurio de “torre de Babel”, que lo único que añade es
más confusión.
El debate como
intercambio de opiniones civilizadas, en busca de una visión amplía y
enriquecedora, se puede decir que prácticamente no existe o está en círculos
minoritarios. Se ha instalado el ataque personal, la descalificación global, el
argumento incompleto y partidista, la interrupción de la exposición
discrepante, la comparación con otros sucesos… y un larguísimo etc.
Puede que tenga mucha
razón James Harvey Robinson, cuando dice: “Gran
parte de lo que llamamos razonamiento consiste en encontrar argumentos para
seguir creyendo lo que ya creemos”.
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