Dice Charles. Wright
Mills en su libro “La Élite del Poder”
(1957): “Sea cual sea el sentido de la historia, "nosotros" tendremos
que dárselo con nuestras acciones. Pero el
hecho es que aunque todos nosotros estamos dentro de la historia, no todos poseemos el mismo poder de
hacer historia. Pretender que lo tenemos es un disparate sociológico y una irresponsabilidad política. Es un
disparate porque, en primer lugar, todo grupo o individuo está limitado por los
medios de poder técnicos e institucionales que tiene a su disposición; no todos
tenemos igual acceso a los medios de poder que ahora existen ni la misma
influencia sobre su uso. Pretender que todos "nosotros" hacemos la
historia es algo políticamente irresponsable, porque ofusca cualquier intento
de localizar la responsabilidad de las decisiones importantes de los hombres
que tienen acceso a los medios de poder.
Como los medios institucionales de poder y los
medios de comunicación que los unen se han ido haciendo cada vez más eficaces,
los que ahora tienen el mando de ellos
poseen instrumentos de dominio que nunca han sido superados en la historia de
la humanidad. Y todavía no hemos llegado al punto máximo de su desarrollo. Ya
no podemos descansar ni apoyamos cómodamente en los altibajos históricos de los
grupos gobernantes de las épocas pasadas. En ese sentido tiene razón Hegel: la
historia nos enseña que no podemos aprender de ella”.
Mills en este libro
describe de modo muy crítico, la sociedad americana de la época (1956); con un
desenmascaramiento de lo que el llama “la
élite” de modo pormenorizado y descriptivo. Pero en realidad, salvando las
distancias, podría leerse en la actualidad con el mismo énfasis, aquí y ahora
Me interesa en
particular el segundo párrafo, donde señala la connivencia entre estamentos
políticos y medios de comunicación. No estoy suponiendo que todos los medios de
comunicación están al servicio del poder establecido y ayudan a consolidarlo,
cimentarlo y mantenerlo; es indudable que hay muchos que escapan a estas redes clientelares
y mantienen la independencia, focalizado su principal objetivo en la
información veraz y útil, para mantener a sus
lectores/oyentes/videntes lo más enterados posible, sobre los asuntos
debatidos.
Pero quiero señalar la
efectividad que tiene para un organismo institucional, sea del nivel que sea;
contar con medios de comunicación coincidentes en opiniones, ya que con gran
sutileza y comprometiendo poco o nada a quienes detentan el poder, conforman
una determinada opinión en la población, que a su vez es la que desean los
“estamentos” que se difunda. Hay maestros/as en estas artes y desde luego a
juzgar por los resultados con un elevado grado de eficiencia.
Tampoco tengo nada en
contra de que cada cual publicite o defienda con sus argumentos aquello que
considera según su entendimiento como lo deseable, aunque lo que pretenda sea
extender ese sentimiento propio, para convertirlo en seudo-mayoritario. Aún
así, la libertad de expresión lo permite y lógicamente aunque no se esté de
acuerdo con los postulados propuestos, en una democracia el ámbito de la
palabra esta revestida de toda la libertad, cuando se pronuncia con respeto y
en busca de clarificar la verdad.
Por el contrario si que
estoy absolutamente en desacuerdo, con la defensa de “argumentarios”, conformados
por “superiores”, para homogenizar opiniones e intentar “calar” en la población
a fuerza de repetir machaconamente lo mismo, un determinado estado de opinión;
aunque en algunas ocasiones la propia cara de quien lo defiende, transmita casi
con absoluta evidencia su falta de convencimiento en lo que expone.
Tampoco estoy de
acuerdo, con que para exponer las informaciones de turno, se empleen
procedimientos de descalificación de quienes son contrarios a los asuntos en debate, usando palabras y
argumentos absolutamente inadecuados y carentes de respaldo real. En ocasiones,
no se tiene ningún reparo en seguir sembrando dudas, aún cuando se ha puesto de
relieve la incerteza de los argumentos expuestos con anterioridad; por supuesto
sin tomarse la molestia de disculparse con las personas u organizaciones a
quienes se les ha adjudicado, acciones u omisiones no veraces.
Querer alcanzar
objetivos es un buen planteamiento y prestigia a quien así plantean su quehacer
diario; pero hacerlo usando “medias verdades o falsedades” construidas ex
profeso para confundir, es hacerle un flaco favor a la sociedad y comprometerse
con métodos de comunicar reprobables, que acabarán desprestigiando a quien los
promueve. Aunque se haya logrado el fin
deseado, una vez más los medios con los que se obtienen algunos hitos, pueden
invalidar “moralmente” lo que se considera una gran logro. Eso es lo que yo
llamaría un “fraude informativo”, tan reprobable como cualquier otro fraude.
4 comentarios:
Sobre esto te dejo algunas frases:
"La historia es algo que no sucedió contado por alguien que no estuvo allí"... No sé quién lo dijo.
"La historia es un arma cargada de ficción, lo cual es tan inevitable como necesario"... Vargas Llosa.
Con lo que dices en el texto, lo que pretende el poder es convertir en verdad pública su "verdad" publicada...
Deberían llamar información a la exposición de los datos y opinión a la interpretación de los mismos, porque no son lo mismo...
Es un tema complejo lo de las líneas editoriales y todo ese asunto...
En fin, la Constitución dice que tenemos derecho a información veraz... que cada cual saque sus conclusiones...
Saludos.
Perdona, es que salió dos veces
Impersonem:
Lamentablemente, no todas las informaciones cumplen los deseos constitucionales, la verdad es que hay demasiados intereses creados en torno a los medios de información.
Gracias por tu comentario.
Salu2:
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