Dice Charles. Wright
Mills en su libro “La Élite del Poder”
(1957: “No se puede pensar sinceramente en la élite como un grupo de hombres
que se limitan a cumplir con su deber. Son ellos quienes determinan cuál es su
deber, así como los deberes de sus subordinados. No sólo cumplen órdenes;
también las dan. No son únicamente "burócratas"; gobiernan las
burocracias. Quizá traten de ocultar estos hechos a los demás y a sí mismos,
apelando a tradiciones cuyos instrumentos imaginan ser, pero hay muchas
tradiciones y es preciso que escojan la que quieren servir. Y tienen que tomar
decisiones respecto a las que no existe
tradición.
A pesar de su semejanza social y de sus afinidades
psicológicas, los miembros de la élite del poder no constituyen un club con
miembros permanentes y límites oficiales y fijos. Por la naturaleza misma de la
élite del poder, hay dentro de ella mucho movimiento y no se compone de un solo
y pequeño grupo de hombres con las mismas posiciones y las mismas jerarquías.
Que se conozcan entre sí no significa que exista unidad de sistema; y que no se
conozcan no quiere decir que estén desunidos. El concepto de la élite poderosa
no se funda, como ya he dicho, en la amistad personal.”
Tal vez no lo hubiéramos
pensado así, pero en realidad tiene su sentido. El poder siempre gira alrededor
de unos entornos determinados, es celoso manteniendo unos límites “sin
puertas”, como una barrera de entrada, que no permite a cualquiera tomar
conocimiento o incluso “entroncar”. Las estructuras son como son y viven de
perpetuarse, su mejor consolidación es el bagaje histórico. Cualquier cambio en
las llamadas reglas de juego, pone en peligro ese equilibrio invisible, que
mantienen entre y para sí, quienes desde siempre forman parte de la élite.
Las democracias con el
voto pueden dar “cuenta y razón” a grupos ajenos, hasta entonces, a los
círculos de poder y con ello ponen en alerta extrema a quienes vienen
ejerciéndolo desde siempre y que por tanto lo han interiorizándolo como natural
e inamovible. Alcanzar una posición más relevante después de unas elecciones, o
incluso emerger no significa en absoluto, que una nueva “seudo-elite” haya
nacido, primero, porque aparentemente ellos mismos no tienen esa vocación y
segundo, porque les falta tradición, antigüedad y sobre todo tolerancia de la
élite actual.
El mensaje de renovación
ha quedado evidenciado y una de las primeras reacciones es lo que llamaríamos
“que todo cambie, para que todo siga igual”. Con rapidez y con mucho ímpetu, el
poder histórico anuncia cambios sustanciales, que ayuden a modificar el estatus
actual, pero no con la intención firme de que ello se produzca; sino que parezca que algo se mueve en ese sentido,
tratan de neutralizar los “nuevos aíres”. Es como una faena de maquillaje.
Quienes “irrumpen” en el
campo del poder lo hacen con la fuerza que da haber roto moldes y lo hacen
también con la “ingenuidad” de quienes creen firmemente que han recibido un
encargo de “enmienda a la totalidad”. Adoptan posiciones poco convencionales y
pretenden que los cambios sean reales, con una velocidad en una proporción
directamente proporcional al tiempo que se han mantenido sin reformar los
asuntos controvertidos. Las barreras invisibles de la burocracia son muy férreas
y absolutamente desacostumbradas a ritmos acelerados.
Ambas circunstancias,
generan una especie de “caza de brujas”, es decir la élite tratará de aislar y
desprestigiar a quienes así irrumpen, con argumentos poco ortodoxos, más
cercanos de la descalificación que a la objetividad dialéctica; sin percatarse
que con esta actitud, no hacen sino incrementar los futuros votos de los que
emergen, lo que propiciará nuevos desafíos cada vez de mayor alcance. La mejor
forma de neutralizar a un adversario político es con argumentos bien
estructurados y cargados de razón; acompañados de una buena oratoria. Es decir,
lo contrario de lo que se observa en nuestro parlamento.
Como dice Mills: “Tener honor sólo significa obedecer a un
código que se considera honorable. No hay un código único sobre el que estemos
de acuerdo todos. Por eso, si somos civilizados no descartamos a todos aquellos
con quienes no estamos de acuerdo.”
2 comentarios:
En el segundo párrafo que citas de Mills caben muchos matices...
Estoy de acuerdo con la lectura que haces de la tradición y del presente... y en cierta medida sobre lo que dices de la burocracia... pero en la obra de teatro se han introducido otros personajes que han puesto patas arriba el guión, puede ser que el nudo y ya veremos el desenlace... y es que los actores que se han introducido "improvisan" (en contraste con el guión histórico) bastante... la regla de tres ha dejado de ser simple para pasar a ser compuesta... muchas constantes han pasado a ser variables... ufff... y además se dan coincidencias, en las que no voy a entrar, que le dan al asunto un cierto aire de predestinación o sino fantástico...
Saludos
Impersonem:
Me gusta mucho tu argumento de que "muchas constantes han pasado a ser variables". Efectivamente es así, aunque se quiera soslayar dándole peso a la tradición.
Gracias por tu comentario.
Salu2.
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