Dice Felix Ovejero en el libro colectivo en el que
participa “El saber del ciudadano” y
en el apartado “La democracia liberal”: “La acción política consiste en buena medida
en establecer qué es lo que puede cambiar y qué es lo que no. Pero “qué se
puede cambiar”, qué se da por supuesto y qué no, depende de “maneras de mirar”
que están asociadas a las propias experiencias. Y lo cierto es que tenemos una
disposición a aceptar como naturales, como inamovibles o no discutibles las
convicciones o las pautas que son nuestras. Los procesos de socialización (el
mundo en donde se vive) condicionan la percepción y la consideración de los
problemas y llevan a considerar como “naturales” —no modificables—
ciertas cosas. En consecuencia, hay ciertas propuestas que “ni se les ocurren”
y, por ello, no aparecen en la oferta política. La descripción de un problema
es, por lo general, un diagnóstico. Si decimos que “el pasado invierno murieron
como consecuencia del frío doscientas personas en la ciudad”, estamos
excluyendo otras descripciones; por ejemplo, “murieron de pobres” y, con ellas,
otras respuestas. Hay una elección acerca de qué es lo “normal”, elección que
tiene implicaciones prácticas”.”
Es indudable, que la elección de lo que se puede mejorar,
a través de la acción política, es quizás lo que entraña mayor complicación,
toda vez que los frentes que pueden ser atacados son diversos y en algunas
ocasiones incluso antagónicos; es por tanto un ejercicio práctico sutil de toma
de decisiones. Todo ello en circunstancias normales, si añadimos el
“condimento” de crisis, la cuestión tiene una complicación exponencial.
Dice el autor citado, que depende de la “manera de
mirar” del decisor, asociada - claro está -
con sus experiencias; lo que lo convierte en un ejercicio de mayor
complejidad. Hay cuestiones que no son abordadas por el gobierno de turno, dado que su conocimiento, en ese particular
aspecto, es limitado y/o sus preferencias están enfocadas a otras alternativas
de acuerdo con su ideología. Asumamos por tanto, un cierto nivel de falta de
ecuanimidad en las decisiones, ya que están limitadas o facilitadas por los
puntos de vista parciales de los que tienen la potestad de ponerlas en funcionamiento.
No es de extrañar entonces, que cualquier acción en
el terreno político, pueda ser excesiva o incompleta según la interpretación y
la proximidad de los ciudadanos. Al final todo queda reducido a resolver un
problema logístico, “casar” prioridades
y recursos; siendo estos últimos - como sabemos - siempre limitados o en ocasiones, como la actual, limitadísimos
y con dificultades de financiación añadidas.
Por fantasías impropias, los gobiernos han “estirado
mas el brazo que la manga”, con resultados francamente desastrosos; porque
además, una buena parte de los destinos
han sido absolutamente inadecuados; mas propios de derrochadores, que de
diligentes administradores. Puestas así las cosas, nos preconizan que hay que
volver al sendero de la cordura y aplicarse/nos una buena dosis de austeridad.
La alternativa es kafkiana, no se reduce solo a
aplazar los proyectos, tiene una prolongación mucho mayor; plantea la renuncia
a logros alcanzados y/o beneficios sociales de todo tipo; si la falta de
proximidad acarreaba discrepancia en las acciones, que no será la absoluta
lejanía, en el fondo y en la forma. Ahora para estabilizar el desequilibrio, el
planteamiento es aplicar un porcentaje de disminución, en las partidas
presupuestarias seleccionadas; dado el método tan poco aséptico, la repercusión
es absolutamente asimétrica. Todo esto, sin aclarar la meta ni el alcance final
de los ajustes; es como una novela por entregas, que se evidencia día a día con
mayor fatalidad.
Lo malo de todo esto, es que vamos descubriendo poco a poco, que en Europa hay quien gana, seguramente en la
medida que nosotros perdemos. (Ver enlace).
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