jueves, 9 de agosto de 2012

Etiam si omnes, ego non...



Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “así pues, en una sociedad compleja es fácil sentir disminuida la responsabilidad personal cuando uno mismo no pasa de ser un eslabón intermedio en la cadena de la acción dañina. Cuando se trata de resultados halagüeños, nos atribuimos el mérito de haber cooperado a alcanzarlos. Como esos resultados sean repulsivos o funestos, en cambio, la tentación es la contraria: nosotros sólo éramos una pieza del engranaje, nuestro quehacer a penas tuvo  parte en el desenlace final. Por aquí se escurre la responsabilidad individual en el seno del grupo.
La forma” burocrática” de la división del trabajo representa la cima de ese método, un método que trasciende el mero orden laboral para instaurarse como lógica última de toda organización colectiva. Representa el gran triunfo de la razón instrumental, la que pregunta sólo por la adecuación eficiente entre medios y fines al tiempo que desdeña la evaluación moral de los fines mismos.”

Es una de las características principales de la sociedad actual, a saber, el desvío o la dilución de la responsabilidad. Esa división del trabajo tan estandarizada y cerrada, lo primero que promueve, es la no identificación con el producto final obtenido, dado el escaso conocimiento que tenemos de las otras fases, por la compartimentación vertical en la que desarrollamos nuestras actividades.

Si en la vida personal, ya es poco gratificante, no sentirse co-responsable de los sucesos, por nuestra percepción de escasa participación, parece mas una excusa y evasión de la realidad, que una circunstancia formal. Pero en la vida pública, en el ámbito de la administración o gobierno, el aparato burocrático, significa en la práctica el gobierno de “nadie” y mucho peor, para nadie en particular. El resultado práctico: ejecución mimética de los actos de gobierno, como si fueran “materia prima” de unas determinadas posiciones estadísticas y olvidándose de que atañen a personas,  siempre.

Esta visión sesgada, permite al gobernante, tomar decisiones para alcanzar unos determinados objetivos, sin haberse cuestionado la validez “moral” de los fines que se pretenden conseguir. Y en todo caso la reflexión siempre devendrá en una justificación espuria: “evitar un mal mayor” ó “corregir un pasado desastroso”. Ambas propuestas, suenan más a excusas, que a evidencias. La omisión nunca ha sido la mejor premisa de trabajo, más bien ha conformado como una huida para interpretar sesgadamente la realidad y actuar de modo poco coherente y soslayando la responsabilidad directa de los actos.

Los ciudadanos somos un eslabón tan pequeño y tenemos tan poca capacidad para “asociarnos” y crear un eslabón más grande, que propiciamos estas actuaciones gubernamentales, tan socialmente reprobables. Hemos perdido el sentimiento de grupo, en una colectividad que ha asumido una seguridad ilusa y que mantiene un estatus de mero espectador, que es el mejor soporte  de los aparatos burocráticos. No podemos organizarnos, porque nuestro contacto con los demás, pretende logros individuales y no colectivos. No es sólo el poder coercitivo de la Administración, el que se impone, es también en gran medida, la capacidad de “docilidad”, que hemos interiorizado, en aras a consolidar o mantener nuestro supuesto “nivel social”.

Hay ocasiones en las que deberíamos repetir con fuerza “Etiam si omnes, ego non”, seguro que nos iría mejor.

N.B.- Etiam si omnes, ego non (aunque todos lo hagan, yo no).

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