jueves, 17 de noviembre de 2011

¿El poder de los votos? II




Dice Fernando Savater en su libro “Política para Amador”: “…Lo malo es que tales representantes muestran una evidente tendencia a olvidar que no son más que unos mandados – nuestros mandados – y suelen convertirse en especialistas en mandar. Los partidos políticos tienen una función en la democracia moderna que no parece hoy fácil de sustituir; pero por medio de las listas electorales cerradas, la disciplina de voto en el parlamento y otros procedimientos autoritarios acaban por volverse impermeables a la crítica y control de los ciudadanos. Y por tanto los ciudadanos se desalientan cada vez más de reflexionar sobre los asuntos públicos y se desinteresan de la política… Y es que estos partidos que no son más que un instrumento para facilitar que todos podamos participar en cierta medida en las tareas de gobierno, terminan convirtiéndose en fines en sí mismos y decidiendo lo que está bien y lo que está mal: todo lo que se hace a favor del partido es bueno, lo que perjudica al partido es malo”.

No son los bienes públicos ni el presupuesto del estado, comunidad, ayuntamiento etc., la fuente que nutre al partido de turno de instrumentos monetarios para canalizarlos en obras o acciones según su criterio, antes más, son medios puestos a su disposición por los votantes al otorgarles la representación, para que cumplan las promesas electorales y resuelvan en interés de la mayoría de los ciudadanos, no tan solo del de sus votantes.

La memoria es tan frágil como uno quiere. Tratar de corregir mediante triquiñuelas semánticas lo que se ha comprometido, es una forma poco limpia de comportarse. No es la dialéctica la que resuelve, más bien es la voluntad firme de cumplir con los ciudadanos, la que acaba poniendo a disposición de los mismos los servicios anunciados con tanto énfasis y/o vehemencia.

Prometer y no cumplir, es exactamente lo mismo que engañar. Si hubo exceso en la promesa o ligereza en el compromiso, hay que aclararlo con prontitud y de un modo evidentemente diáfano. Siempre me produjeron mucho asombro los encantadores de serpientes, porque con los sonidos de su flauta, embaucan al ofidio de turno, pero corriendo el riesgo de picadura mortal. Los políticos actuales hacen lo mismo, aunque en realidad su flauta es la inexperiencia o el candor del ciudadano; pero lo practican sin riesgo alguno, de ahí su extraordinaria valentía. Están habitualmente acostumbrados a incumplir, pero sin embargo en ocasiones, incluso volver a ser reelegidos.

Los partidos políticos deberían tener menos privilegios y también menos relevancia. Deberían ser encuadrados en el lugar que les corresponde, a saber, agrupaciones para tratar de alcanzar el gobierno mediante los votos, con intención firme de cumplir los deseos de los gobernados y no al revés, que los gobernados olviden los motivos por los que les dieron el voto y se conformen “con lo que hay”. Porque francamente “lo que hay” no me gusta y conozco a muchos más que tampoco.

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