Dice Antonio Muñoz
Molina en su libro “Todo lo que era sólido”:
“ En un ambiente donde la corrupción es normal es más fácil ser corrupto, y
donde no reina la exigencia ni se reconoce el esfuerzo costará mucho más que
alguien dé lo mejor de si, o incluso que descubra sus mejores capacidades.
Pero lo contrario también es cierto, y la
excelencia puede ser emulada igual que la mediocridad, y la buena educación se
contagia igual que la grosería. Por eso importa tanto lo que uno hace en el ámbito
de su propia vida, en la zona de irradiación directa de su comportamiento, no
en el mundo gaseoso y fácilmente embustero de la palabrería.
Que cada uno haga su trabajo, decía Camus…Que cada
uno elija ser un ciudadano adulto en vez de un hooligan o un siervo del líder o
un niño grande y caprichoso, o un adolescente enclaustrado…
Cada uno, casi en cada momento, tiene la potestad
de hacer algo bien o hacerlo mal, de ser grosero o bien educado, de tirar al
suelo una bolsa estrujada o una botella o una lata de refresco o depositarla en
el cubo de la basura, de dar un grito o bajar la voz, de encolerizarse por la
crítica o detenerse a comprobar si es justa.”
La primera vez que oí la
palabra excelencia, fue en el ámbito de de la gestión de la empresa,
francamente, me pareció una palabra pedante. Con el tiempo – y más años – entendí
que no importaba mucho que trabajo hacia uno – excluyo las alienantes, claro -,
lo que verdaderamente importaba es el empeño en hacerlo lo mejor posible, porque
sumado a los “mejores posibles” de otros, acababa siendo, un trabajo excelente
conjunto.
Siempre me ha apasionado
también, en que medida los instrumentos del Control de Gestión y de la
elaboración e implantación de estrategias; podían aplicarse en la vida privada
y pronto descubrí, que uno es su empresa y que indudablemente era factible.
Porque esa empresa que es uno, no es más que una pequeña “rama” de la empresa común
que es la sociedad en la que vivimos, aunque ahora me asalta la duda si el
verbo no deberíamos cambiarlo por “vegetamos”.
Pues sí; en ese ámbito,
podemos tratar de ser excelentes. Comportarnos como si fuéramos observados en
todo momento, poniendo empeño en resolver
de acuerdo con los intereses comunes, despegando de esa actitud pacata de la que
nos hemos dejado invadir; en la mayoría de las ocasiones para justificarnos de nuestra
pasividad social, como si con ello nos quisiéramos absolver de cualquier
responsabilidad, pronunciando la
esteriotipada frase de: “son otros… yo ya hago lo que puedo”.
Están pasando los
tiempos del delirio, la soberbia y la prepotencia; nos han vendido que éramos
una sociedad opulenta y sin darnos cuenta, hemos devenido en una realidad muy distante
y distinta. Además, intentan sumirnos, a través de mensajes subliminales, que
tenemos que pagar el haber vivido por encima de nuestras posibilidades;
tratando de ocultar quienes son los verdaderos inductores de nuestra situación
actual.
Por eso cobra especial
relevancia, retomar la excelencia para nuestros actos, cada uno en su nivel y
en la medida de sus posibilidades, tiene que esforzarse por hacer lo mejor
posible su cometido. Aunque solo sea por dejar un entrono social adecuado para
las futuras generaciones. No vaya a ser que una actitud pusilánime y
conservadora nos lleve a lo que dice Antonio Machado:
“Qué difícil es
cuando todo baja
no bajar también”
2 comentarios:
Es un excelente análisis, Luis.
En esta época que nos toca vivir, a "éstos nuestros años" dónde parece que todo se hunde y se ahoga en una ciénaga sin fin, muchas veces me planteo que, con otros disfraces, ya hemos vivido estos carnavales.
La inmediatez vertiginosa nos acerca a todo lo que está ocurriendo. -Quizás es que también tenemos, mas tiempo, experiencia, vivencias y ecuanimidad para el análisis y la reflexión.-
Cuando eres joven, quizás el ruido ensordecedor del entorno que todo lo quieres combatir o cambiar, sin demasiado análisis,- o quizás, el silencio ensordecedor de la ignorancia... Que igual se es complice por acción ú omisión, nos empuje a tomar o apoyar un rumbo equivocado. Sin olvidar la herencia, que no entro a analizar de nuestros mayores.
He pensado muchas veces que no debemos de haber hecho las cosas demasiado bien a la vista de los resultados.
Una cosa tuve clara y procuré inculcarla: Todo trabajo es digno; si el que lo hace no se permite ser mediocre.
Quizás hayamos vivido muchos años regocijándonos en lo bueno que éramos en todo. Los mejores. El país donde mejor se vive del mundo, la provincia, la ciudad, el pueblo, el barrio, la casa, la familia... Nosotros... nuestro ombligo...
Quizás, si nos responsabilizáramos un poco de lo que ocurre a nuestro alrededor nos fuera mejor.
Tal vez si somos DIGNOS, dando lo mejor de nosotros como individuos, como estudiantes, trabajadores, padres, vecinos, ciudadanos de un barrio,... del mundo, responsables de nuestro papel individual en una colectividad, NOS FUERA MEJOR.
Para para eso es necesaria la responsabilidad y corresponsabilidad...
Creo que aún estamos a tiempo.
Vale la pena... siempre.
Quizás sólo soy una anciana soñadora.
Un Beso, Luis.
Maruja Rufes:
Pienso que los desmanes mayores de soberbia, se han producido en las administraciones, que gobernadas por Faraones del siglo XX y XXI, han estirado mucho más el brazo que la manga y nos han sumido en la precariedad.
Los ciudadanos tenemos la responsabilidad de habernos sentido complacidos con todo esto y nos sorprendió tanto la magnificencia, que fuimos incapaces de tener espíritu crítico y pensar de donde salía y a que nos comprometía.
Pero lo que tengo claro es que para salir de aquí todos tenemos que aportar lo que podamos, quienes la montaron no lo solucionaran, entre otras cosas porque miran hacia otro lado, a ver si nadie se da cuenta de que son ellos los artífices. Pero también creo que nos hace falta memoria, para evitar que otros lo repitan.
Salu2:
Publicar un comentario