Dice Eduardo Punset en
su libro “La España impertinente” (1986):
“Pero la falta de representatividad
inherente a los resultados condicionados por el actual derecho electoral no es
más que uno de sus aspectos negativos. Hay otros que oscurecen el
funcionamiento democrático en mayor medida, porque afectan a la esencia misma
del mercado político, sobredimensionan el poder conferido a las oligarquías de
los partidos y alejan irremediablemente a los ciudadanos del ejercicio real de
la democracia a la hora de elegir a sus representantes. Ningún sistema
electoral está a salvo de las distorsiones provocadas por los abusos de poder
cometidos por los líderes sin escrúpulos, o los aparatos de los partidos
excesivamente empeñados en la supervivencia de las propias burocracias internas.”
Ganar las elecciones por
mayoría absoluta, es condición necesaria para poder gobernar, pero sin embargo,
no es suficiente para convertirse en líder. En la empresa privada el “Jefe”
viene habitualmente nombrado por cauces absolutamente ajenos a los subordinados,
por el contrario el liderazgo son ellos quienes lo otorgan. A quien manda, se
le obedece o no; pero al líder, se le sigue. Las instrucciones recibidas de un
líder, son mucho más motivadoras.
Estamos rodeados de
jefes y jefecillos y somos –como en la obra de teatro – personajes en busca de
líderes. Queremos sentirnos partícipes de un proyecto común, por muy difícil
que sea de alcanzar y rechazamos absolutamente el rol de “menores de edad”, que
se nos adjudica. Hemos sido excluidos del conocimiento de lo fundamental-cotidiano,
pero nos informan perfectamente de
asuntos baladíes, cargados de intrascendencia y relatados con lujo de detalles;
que tejen alrededor de nosotros una tupida cortina de humo capaz de confundirnos.
Una alienación, muy difícil de describir, pero extraordinariamente dura de
sentir. Vernos cada día alejados de lo importante e impelidos a participar de
lo superfluo.
El gobierno se puede
ejercer por el mandato recibido de las urnas, pero el liderazgo hay que ganarlo
con posterioridad, a través de las acertadas decisiones, acordes con el programa
político planteado. Cuando se es
gobernante, pero no líder, el distanciamiento social está servido. Ni siquiera
la mayoría, por muy cualificada que esta sea, justificará las decisiones no
explicadas con claridad. Los ciudadanos demandamos información veraz y sin
“trampas” y somos extremadamente críticos, con quienes parece que desean
caminar a hurtadillas evitando la transparencia. Peor que no saber, es saber a
medias.
La clase política española, está acostumbrada
a “cocinar” mucho en la “trastienda”, pero a explicar poco “lo que se guisa”;
craso error, que viene produciendo cada vez más insatisfacción y alejamiento de
los políticos (gobierno y oposición). Quienes no saben interiorizar, que han
sido facultados para gestionar lo público por delegación, disponen como si fuera propio, lo que es de
todos. No se muy bien si lo hacen, por inmodestia intelectual o arrogancia
ignorante.
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