Dice Carlos Castilla del Pino en
su libro “Dialéctica de la persona,
dialéctica de la situación”: “… en lugar de aceptar para norma de lo nuclear de
la persona aquello que es verdad, con todas sus consecuencias, elegimos aquella
visión del mundo y de las cosas que conviene, que nos obliga a renunciaciones,
la que nos permite seguir donde estábamos o donde habíamos querido llegar. El
plano ético de nuestra persona aparece, en una palabra, impurificado por el de
nuestros intereses”.
La pregunta ¿Qué quieres ser de
mayor?, tan frecuentemente planteada en nuestra infancia, nos ha calado muy
hondo. Todos hemos interiorizado, que hay que ser “algo” y generalmente nos
hemos fijado metas alejadas de la realidad, como si estuviéramos “espoleados”
por una fuerza extraña; ese deseo se ha transformado en lucha para conseguirlo
y luego en esclavitud para mantenerlo. Nos hemos impuesto un comportamiento
acoplado a las necesidades de otros y hemos, en el fondo, domesticado nuestros
verdaderos sentimientos.
No estoy en desacuerdo de
imponerse metas ambiciosas y empeñarse con tesón y constancia en lograrlas, no;
mi duda se plantea cuando para esos hitos, es necesario utilizar toda una serie
de subterfugios impropios. No hablo solo de dejar por el camino a otros que
también deseaban la misma meta y que hemos tenido de algún modo que “puentear”,
en ocasiones a cualquier coste; no, no hablo solo de eso; hablo de esa
acomodación paulatina que vamos conformado en nuestra forma de ser y actuar,
para parecer lo que no somos en verdad, pero que conviene a la imagen esperada,
en ese cometido, por otros. Nos convertimos en puros imitadores de una realidad
virtual.
Cuanto miedo a ese “no ser algo”,
cuantas renuncias para allanarse a la “normalidad” necesaria al puesto.
Acabamos siendo autores de un personaje impostado y lleno de apariencias. Nuestro
destino es la soledad. Esforzarse por llegar más “alto” cada vez, sin recordar
que ciertas alturas producen, en el fondo, vértigo. La vida placentera, no es
desasosiego y ambición desmedida, la vida placentera es equilibrio de miras y
satisfacción con lo logrado, exentos de más allá, que nos produzcan insatisfacción;
en definitiva satisfacción con lo que somos y despreocupación de la imagen de
lo que quieren que seamos.
Lo aprendemos tarde o nunca, nos
dejamos cautivar por glorías efímeras y renunciamos a satisfacciones, quizás
mas pequeñas, pero sin duda mas auténticas; fijamos nuestros destinos en
posiciones inadecuadas, dejamos de ser dueños de nosotros mismos y nos
hipotecamos - lamentablemente a un alto coste – comprometiendo nuestra paz
interna y nuestra satisfacción personal real. Descubrimos cuando ya es
demasiado tarde, que comenzada la andadura hay que llegar al final, por duro
que sea; o abandonar, asumiendo el fracaso que socialmente representa. La
renuncia, por tanto, acaba siendo cosa de valientes, no de pusilánimes.
Como dice Castilla del Pino
citando a Herbert Marcuse: “… en la
sociedad actual, montada sobre un sentido brutal de la competencia, inoculamos
en el niño esta forma de vida. Pero, al mismo tiempo, la enmascaramos
suministrando unos principios éticos, que no son prácticos, y, por tanto, no
son practicados en el fondo. El niño se torna más tarde, de adolescente, en el
consciente o inconsciente descubridor de nuestra duplicidad”.
2 comentarios:
por si pasa por aquí. Bienvenida de nuevo a Mercedes al mundo del Blog.
Hace falta....
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