Dice Robert Greene en su libro “Las 48 Leyes del poder”: “El problema de
intentar demostrar algo o conseguir una victoria a través de una discusión es
que al final nunca se puede estar seguro de cómo afectará a la gente con la que
se está discutiendo: puede parecer que están de acuerdo, pero por dentro pueden
quedarse resentidos. O quizá ago que se dice sin querer les ofende – las
palabra tienen la extraña característica de que se interpretan según el humor y las inseguridades de la
persona que las escucha -. Incluso el mejor argumento no tiene una base sólida,
porque todos hemos llegado a desconfiar de la naturaleza resbaladiza de la
palabra. Y días después de haber estado de acuerdo con alguien, a menudo volvemos
a nuestra antigua opinión por una cuestión de costumbres.”
Robert Greene parece que nos
dice siempre lo contrario de lo que practicamos habitualmente. Nuestra
preocupación principal es tener razón o conseguirla con nuestra depurada
dialéctica. Una vez comenzada una discusión, lo más relevante no es obtener de
ella la “verdad” sobre la cuestión dirimida, muy al contrario, es “ganar” la
contienda y salir vencedor, aunque lo “ganado” sea absolutamente trivial y no
nos reporte bagaje alguno.
Esta sociedad, a base de
relacionarse con medias palabras, ha conseguido formarnos en una inusitada
verborrea, capaz de hilvanar una dialéctica, que logre convencer a los que nos
rodean. Cuanto más gente de espectador, mayor énfasis; como si obtener una
pírrica victoria en asuntos intrascendentes, nos fuera convirtiendo en
personajes de mayor enjundia.
Con el tiempo hemos ido
perdiendo la capacidad para razonar, somos expertos en encontrar argumentos
falaces para rebatir cualquier hecho, conocerlo superficial o profundamente, no
es una limitación; nuestra palabra ya conseguirá aportar argumentos suficientes
para salir victoriosos del debate.
Cuando las cosas se tornan
difíciles, hemos incorporado una técnica en nuestro repertorio dialéctico, que
nos parece absolutamente contundente; traemos a colación asuntos
tangencialmente relacionados con el debatido, o manifestamos circunstancias
parecidas en otros ambientes opuestos -
muy frecuente en los asuntos de los partidos políticos – como si esto dejara en
suspenso la cuestión, debido a que como el tema está generalizado, el debate es
estéril.
La verdad y la razón no se
imponen con dialéctica exenta de principios. La dialéctica libre y ordenada
descubre el camino y promueve el cambio.
Cambiar es estar dispuesto - incluso - a asumir posturas antagónicas. Las
posturas antagónicas no tienen porque estar siempre, exentas de verdad y razón.
2 comentarios:
Cuanta razón tienes Luis, en el punto:Cuando las cosas se tornan difíciles, hemos incorporado una técnica en nuestro repertorio dialéctico, que nos parece absolutamente contundente; traemos a colación asuntos tangencialmente relacionados con el debatido, o manifestamos circunstancias parecidas en otros ambientes opuestos - muy frecuente en los asuntos de los partidos políticos – como si esto dejara en suspenso la cuestión, debido a que como el tema está generalizado, el debate es estéril. Me viene a la cabeza el dicho catalán " Qui xerra sempre a tot drap, qui tot vol fer-ho i re sap, cau per terra i es trenca el cap o el fan ministre."
Juan Coromina
Me alegro de comentario Juan.
No conocía el dicho Catalán pero me parece muy ingenioso.
Nos complicamos mucho la vida no resolviento, solo planteando.
Salu2:
Publicar un comentario