Dice Reinhard Mohn en su libro
“El triunfo del factor humano.
Estrategias para el progreso y la evolución de la gestión”: “Como es lógico, la
formación y una experiencia práctica acreditada pueden fomentar la demanda de
gestores. Pero en última instancia hoy lo importante de la gestión no es la
cualificación técnica, sino sobre todo la capacidad humana para coordinar con
éxito personas y labores concretas. Aunque esta capacidad pueda aprenderse, en
parte se basa en el talento. Si se analizan los necesarios componentes del
éxito en determinados cometidos, tendremos que insistir en que el criterio
fundamental, además de los conocimientos técnicos, es la cualificación para
dirigir personas. La “capacidad de liderazgo” se define tanto por aptitud
personal como por dominio de las técnicas de gestión.”
Es indudable que detentar poder
siendo miembro de la dirección de una organización, pública o privada, es un
factor relevante para adquirir comportamientos vanidosos en el trato; tal como
si todos los puestos de dirección, hubiesen sido cubiertos en base a
“concursos” de cualidades y no mediasen en estos nombramientos, argumentos espurios
y de mayor peso específico, que la propia valía personal.
Durante muchos años los
parámetros de “éxito en la gestión” estaban basados en la consecución de resultados numéricos favorables
en algunas variables económicas de la organización; el interés en avanzar con
los criterios de evaluación de la gestión,
que promuevan la estabilidad, han desviado el foco hacia otras circunstancias
de menor relevancia en el pasado; como consecuencia de ello, se ha llegado a la
conclusión de cualquier nivel de éxito en la gestión, tiene un equilibrio muy
inestable, salvo que esté sustentado con un apoyo mayoritario del personal que
trabaja en la entidad o empresa.
Al hilo de este razonamiento,
se ha concluido que el mayor activo que tiene una empresa son las personas que
trabajan en ella – aunque no tengan reflejo explicito en el balance -, las
máquinas, los procedimientos y los productos, son necesarios para un buen
desarrollo de la actividad empresarial, pero aun siento condición necesaria, no
es suficiente; si la organización no está formada por personas identificadas
con los objetivos de la empresa y predispuestos a aportar sus esfuerzos para
conseguirlos.
Pero establecer esa fuerza
“intangible” no es fruto de la casualidad, ni tampoco manifestación espontánea
del buen hacer individual, es sobre todo, identificación con las acciones de un
“líder”, que con su ejemplo, saber hacer y talento, consigue aglutinar los
esfuerzos de todos a los intereses del conjunto - incluso en ocasiones -, en
detrimento de los suyos propios. Cuesta años, dedicación y empeño unido a buen
hacer conseguirlo.
En este aspecto, un efecto
nocivo de esta crisis, ha venido provocado por la necesidad de las empresas de
acomodar sus plantillas a parámetros de “mercado”, propiciando en las organizaciones,
prescindir de personas de extraordinaria valía, pero que debido a razones
económicas no han podido mantener sus trabajos. Con un aspecto añadido, para
los que han permanecido; que salvo unos pocos, han sentido en si mismos este
“recorte”, imaginando a la vez si pueden ser ellos mismos los siguientes en esa
lista interminable.
Efecto colateral de
incalculable perjuicio, cuando las circunstancias cambien, las organizaciones, primero
remontarán sus cifras económicas; pero tendrán que cargar con el lastre de
volver a conjuntar equipos y definir estrategias comunes a todos, que sean
capaces de motivar y comprometer individualmente con el logro de los objetivos.
Tarea difícil de enfocar, toda
vez que las circunstancias laborales pasadas, será bastante improbable que vuelvan y por tanto
la sensación de continuidad y fidelidad habrá desaparecido. Habrá que diseñar
nuevas formas para “ilusionar” y comprometer a todos con los objetivos. En
definitiva volver a empezar….
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