lunes, 29 de octubre de 2012

El poder del silencio



Dice Robert Greene en su libro Las 48 leyes del poder”: “El poder es, de muchas maneras, un juego de apariencias, y cuando se dice menos de lo necesario inevitablemente se da la imagen de mayor grandeza y poder de lo que se es en realidad. El silencio hace que los demás se sientan incómodos. Los humanos son máquinas que interpretan y explican; tienen que saber lo que se está pensando. Cuando se controla lo que se revela, no se deja ver las intenciones o los objetivos.
Las respuestas cortas y los silencios ponen a los demás a la defensiva y les lleva a querer llenar los silencios con toda clase de comentarios que revelan información muy valiosa sobre si mismo y sus debilidades…
Decir menos de lo necesario no sólo es  para reyes y hombres de Estado. En casi todos los aspectos de la vida, cuanto menos digamos, más misteriosos y profundos pareceremos.”

Y nosotros subidos en nuestra tradicional verborrea, hablando sin cesar y con ansias de ser el ombligo de las reuniones; sin darnos cuenta, que cuanto más hablamos - una vez rebasado el límite de lo sensato -, acabamos convirtiéndonos casi en nuestro peor enemigo.  Evidenciamos nuestras carencias, mas que reafirmamos nuestras valías; es decir obtenemos el efecto contrario, que pretendemos alcanzar  al “desatar” la lengua en esa interminable locuacidad y que en ocasiones, se torna incluso, un punto agresiva y excluyente.

No es  quien más habla, el que  más sabe o entiende de los temas; precisamente una característica intrínseca del buen conocimiento, es que anida en la prudencia. Son las personas que más saben, las que más dudan y precisamente por esta circunstancia han interiorizado una postura abierta a la escucha atenta de lo que dicen los demás, por si obtienen confirmación o aclaración de sus dudas metódicas.

 Los que mas hablamos, somos habitualmente, quienes con nuestra posición un tanto orgullosa, tejemos una red a nuestro alrededor, que no nos permite penetrar en los nuevos conocimientos y quedamos atrapados en nuestra posición, complacidos con la extensión de nuestros “saberes” y enredados por nuestra propia postura un tanto soberbia.

Cuando dejamos de escuchar con atención y respeto, lo que dicen los demás, nos colocamos al margen y por tanto somos los principales artífices de nuestra creciente ignorancia. No hay nada que dañe tanto al progreso, como el pensamiento  henchido del orgullo, del que cree,  que todo está ya descubierto. Complacerse con lo mucho que uno sabe, es la antesala propia de quienes detendrán su progreso y pronto se percatarán de cómo los ha rebasado la Sociedad en la que se desenvuelven.

Quien no escucha con humildad no aprende nada nuevo. Lo nuevo, aunque sea desconcertante es el futuro. El futuro se hace ganando “posiciones” poco a poco y siempre desde la heterodoxia. La ortodoxia está siempre revestida de falta de la modestia, que confiere la sensación de  creerse en posesión de la verdad y la razón. La sinrazón no anida nunca en quien escucha con humildad.  

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