Dice Robert Greene en su
libro Las 48 leyes del poder”: “El poder
es, de muchas maneras, un juego de apariencias, y cuando se dice menos de lo
necesario inevitablemente se da la imagen de mayor grandeza y poder de lo que
se es en realidad. El silencio hace que los demás se sientan incómodos. Los
humanos son máquinas que interpretan y explican; tienen que saber lo que se
está pensando. Cuando se controla lo que se revela, no se deja ver las
intenciones o los objetivos.
Las respuestas cortas y los silencios ponen a los
demás a la defensiva y les lleva a querer llenar los silencios con toda clase
de comentarios que revelan información muy valiosa sobre si mismo y sus
debilidades…
Decir menos de lo necesario no sólo es para reyes y hombres de Estado. En casi todos
los aspectos de la vida, cuanto menos digamos, más misteriosos y profundos
pareceremos.”
Y nosotros subidos en
nuestra tradicional verborrea, hablando sin cesar y con ansias de ser el
ombligo de las reuniones; sin darnos cuenta, que cuanto más hablamos - una vez
rebasado el límite de lo sensato -, acabamos convirtiéndonos casi en nuestro peor
enemigo. Evidenciamos nuestras
carencias, mas que reafirmamos nuestras valías; es decir obtenemos el efecto contrario,
que pretendemos alcanzar al “desatar” la
lengua en esa interminable locuacidad y que en ocasiones, se torna incluso, un
punto agresiva y excluyente.
No es quien más habla, el que más sabe o entiende de los temas; precisamente
una característica intrínseca del buen conocimiento, es que anida en la
prudencia. Son las personas que más saben, las que más dudan y precisamente por
esta circunstancia han interiorizado una postura abierta a la escucha atenta de
lo que dicen los demás, por si obtienen confirmación o aclaración de sus dudas
metódicas.
Los que mas hablamos, somos habitualmente,
quienes con nuestra posición un tanto orgullosa, tejemos una red a nuestro
alrededor, que no nos permite penetrar en los nuevos conocimientos y quedamos
atrapados en nuestra posición, complacidos con la extensión de nuestros
“saberes” y enredados por nuestra propia postura un tanto soberbia.
Cuando dejamos de
escuchar con atención y respeto, lo que dicen los demás, nos colocamos al
margen y por tanto somos los principales artífices de nuestra creciente
ignorancia. No hay nada que dañe tanto al progreso, como el pensamiento henchido del orgullo, del que cree, que todo está ya descubierto. Complacerse con
lo mucho que uno sabe, es la antesala propia de quienes detendrán su progreso y
pronto se percatarán de cómo los ha rebasado la Sociedad en la que se
desenvuelven.
Quien no escucha con
humildad no aprende nada nuevo. Lo nuevo, aunque sea desconcertante es el
futuro. El futuro se hace ganando “posiciones” poco a poco y siempre desde la
heterodoxia. La ortodoxia está siempre revestida de falta de la modestia, que
confiere la sensación de creerse en
posesión de la verdad y la razón. La sinrazón no anida nunca en quien escucha
con humildad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario