Dice Michel de Montaigne en su
libro “Ensayos: De la Experiencia”: “Es
una absoluta perfección, como divina, saber gozar lealmente de lo que uno es.
Buscamos otras condiciones porque no entendemos el uso de la nuestra y salimos
fuera de nosotros porque no sabemos qué hacer allí. Por mucho que nos subamos
sobre zancos, también para andar sobre zancos nos hacen falta nuestras piernas.
Y en el más elevado trono del mundo, seguimos sentados sobe nuestro culo”.
Vivimos permanentemente en
competición, pero lamentablemente, no solo con los demás, sino también con
nosotros mismos. Nada nos atenaza más, que vivir buscando
logros efímeros, en los que aparezcamos como “ganadores” ante los demás. Somos
marionetas tratando de lograr algo más de lo ya que tenemos, circunstancia que nos produce desasosiego
e insatisfacción.
Es un signo evidente de nuestros
tiempos; ser “más” es la meta interminable por la que luchamos sin saber muy
bien por qué. Las necesidades creadas por esa sin razón, es la principal -
cuando no la única - causa de nuestros “males”. Buscamos incansablemente y no
tenemos límite finito a nuestros deseos, la mayoría de ellos no esenciales. Nos
dejamos atraer por todos los signos externos que propone esta sociedad y somos
cautivos de ellos; aunque en muchas ocasiones, la obtención de alguno de esos
atributos/objetos seudo-imprescindibles no nos aporte ni un ápice de felicidad.
Somos los responsables de
nuestras insatisfacciones y no podemos siquiera achacarlo a nuestras
desfavorables circunstancias, porque en esas ambiciones espurias nos “metemos” nosotros
solos; por emular a una sociedad hueca y carente de valores esenciales, que
históricamente los disfraza con banalidades.
Cada cual con su quehacer diario
“teje” parte de sus circunstancias, aunque se lamente de modo impropio, por lo
que clasifica como devenido, para minimizar o excluir la responsabilidad
propia. No son los demás los que nos
obligan, somos nosotros los que nos imponemos “necesidades” irrelevantes y
basamos nuestra propia felicidad en la satisfacción de las mismas.
Tener metas en la vida, es una
buena posición; nos acota y dirige nuestro quehacer para obtenerlas. Fijar
metas más allá de lo razonable, como consecuencia de la imposición del status
social que supone su logro, es dejarnos
llevar por la suave pendiente de la insatisfacción y propiciar la falta de
felicidad motivada por esas carencias, sin sopesar los muchos motivos para gozar, que
nos proporciona lo que tenemos.
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