jueves, 24 de enero de 2013

Lo que uno es...




Dice Michel de Montaigne en su libro “Ensayos: De la Experiencia”: “Es una absoluta perfección, como divina, saber gozar lealmente de lo que uno es. Buscamos otras condiciones porque no entendemos el uso de la nuestra y salimos fuera de nosotros porque no sabemos qué hacer allí. Por mucho que nos subamos sobre zancos, también para andar sobre zancos nos hacen falta nuestras piernas. Y en el más elevado trono del mundo, seguimos sentados sobe nuestro culo”.

Vivimos permanentemente en competición, pero lamentablemente, no solo con los demás, sino también con nosotros mismos. Nada nos atenaza más, que vivir buscando logros efímeros, en los que aparezcamos como “ganadores” ante los demás. Somos marionetas tratando de lograr algo más de lo ya que tenemos, circunstancia que nos produce desasosiego e insatisfacción.

Es un signo evidente de nuestros tiempos; ser “más” es la meta interminable por la que luchamos sin saber muy bien por qué. Las necesidades creadas por esa sin razón, es la principal - cuando no la única - causa de nuestros “males”. Buscamos incansablemente y no tenemos límite finito a nuestros deseos, la mayoría de ellos no esenciales. Nos dejamos atraer por todos los signos externos que propone esta sociedad y somos cautivos de ellos; aunque en muchas ocasiones, la obtención de alguno de esos atributos/objetos seudo-imprescindibles no nos aporte ni un ápice de felicidad.

Somos los responsables de nuestras insatisfacciones y no podemos siquiera achacarlo a nuestras desfavorables circunstancias, porque en esas ambiciones espurias nos “metemos” nosotros solos; por emular a una sociedad hueca y carente de valores esenciales, que históricamente los disfraza con banalidades.

Cada cual con su quehacer diario “teje” parte de sus circunstancias, aunque se lamente de modo impropio, por lo que clasifica como devenido, para minimizar o excluir la responsabilidad propia.  No son los demás los que nos obligan, somos nosotros los que nos imponemos “necesidades” irrelevantes y basamos nuestra propia felicidad en la satisfacción de las mismas.

Tener metas en la vida, es una buena posición; nos acota y dirige nuestro quehacer para obtenerlas. Fijar metas más allá de lo razonable, como consecuencia de la imposición del status social que supone su logro, es  dejarnos llevar por la suave pendiente de la insatisfacción y propiciar la falta de felicidad motivada por esas carencias, sin sopesar los muchos motivos para gozar, que nos proporciona  lo que tenemos. 

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