Dice Eduardo Punset en
su libro (1986) “La España impertinente”:
“Los políticos tendrán que reflexionar tarde o temprano ante la creciente
paradoja de unos avances científicos y
tecnológicos que alteran drásticamente la manera de nacer, vivir y morir de los
españoles, y el atraso de la ciencia política
para organizar armoniosamente la convivencia social. En el mejor de los
casos, esa convivencia se regula mediante esquemas liberales diseñados en el
siglo XVIII y, en el peor de los casos – que son mayoría -, en virtud de dogmas
predemocráticos que suponen un atropello intolerable de la libertad y de la
dignidad humana”.
Sorprendente, porque han
pasado casi treinta años y seguramente sigue en absoluto vigor el planteamiento
de Punset.
Es claro que la Ciencia
Política ha avanzado muy poco para pertrechar una convivencia social “actual”.
Sus postulados son, cuanto menos, antiguos y basados en estructuras sociales
menos desarrolladas, que a su vez planteaban menos necesidades vitales. La
gestión pública demanda imaginación para organizar los servicios de modo que
satisfagan las necesidades de los ciudadanos y para ello el político debe
escuchar y hablar lo mínimo posible.
Es indudable que el
planteamiento es diametralmente opuesto, el político siempre está en
disposición de hablar; pero en muy pocas ocasiones, sobre temas que interesen
mayoritariamente a los ciudadanos. Su objetivo es justificar las acciones
tomadas, evidenciar que resuelven problemas, que no habían sido capaces de
solucionar los opositores y demandar paciencia para aquellas que están
pendientes de instrumentar.
Nunca se hace uso de la palabra para informar sobre la
imposibilidad de lograr determinados objetivos relevantes o incluso explicar
errores cometidos en el planteamiento y/o la ejecución. Desconocen que la
primera regla para resolver un problema es analizar en profundidad los errores
y aprender de ellos y no ocultarlos o “endosarlos” a circunstancias espurias tratando
de justificar el retraso en su resolución.
No hay tampoco vocación
de consenso en los temas importantes; más bien se toman como perfectas
plataformas para criticar decisiones pasadas, que han comprometido de modo
relevante la posición actual y dificultan su resolución. La intención es justificar el retraso en la ejecución, en
mayor medida si las mismas fueron tomadas por otros partidos.
Mientras las decisiones
se instrumenten en atención a réditos electorales futuros y no para colmar las
necesidades ciudadanas, mal nos irá; centrarse en lo esencial, aunque no sea lo
más rentable, políticamente hablando, es hacer futuro; buscar lo accesorio y
transformarlo en principal mediante el argumento retórico repetido, es una
posición cortoplacista que acaba siempre, pasando factura.
Como dice Punset en su
libro: “Tanto los economistas, que
confían exclusivamente en las fuerzas del mercado, como los filósofos, que sólo
confían en el poder de la imaginación, enarbolan la bandera de la “libertad”.
Los unos se refieren a Adam Smith; los otros, a Diderot. Ambos han heredado fragmentos
del pensamiento del Siglo de las Luces…”
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