Dice Antonio Muñoz
Molina en su libro “Todo lo que era
sólido”: …el dominio de los partidos políticos sobre cada esfera de la vida
española es tan absoluto que son los partidos mismos los que imponen la
información que se da sobre ellos, los pasajes exactos de los discursos de sus
oradores que transmitirán la televisión y la radio.
De esa complicidad humillante son responsables los
que la imponen, pero también los que la aceptan. Entre unos y otros han
reducido la libertad de expresión a un intercambio de improperios.
Probablemente no hay un país en el que se discuta y se escriba tanto de
política y en el que sin embargo sea tan raro el debate: el contraste de
argumentado y civilizado de ideas en el que cada uno se expresa con libertad y
está dispuesto a aceptar que el otro tenga una parte de razón y hasta a cambiar
de postura si se le ofrecen motivos o datos que desconocía y que puedan
persuadirle; la convicción de que, por debajo de las divergencias, incluso las
más tajantes, hay una base sólida de acuerdo, y por lo tanto la posibilidad de
encontrar un terreno intermedio, de ceder en algo para ganar en algo.
Estamos en campaña
electoral para una cita de municipales y autonómicas y cobra absoluta
actualidad las palabras de Muñoz Molina, somos un país, empeñado en clasificar
de modo excluyente, es decir, o conmigo o contra mi, no hay término medio, no
hay zonas imprecisas y exentas de antagonismo visceral; todo es determinista,
todo se reduce a un mar de antagonismos y discrepancias tan profundas, que la
lectura después de un mitin siempre es: mi programa o la debacle.
Quizás estas elecciones
tienen un componente adicional, emergen grupos políticos, con poca historia,
nacidos al albur del descontento general sobre la forma de administrar en un
pasado no demasiado lejano, cargado de escándalos de “corrupción”, que gotean
día a día nuestro devenir cotidiano, donde pareciera, siempre, que lo peor aún
no lo conocemos.
Esta circunstancia tan
decepcionante, se ve acrecentada por la actitud de las fuerzas políticas,
proclives a defender hasta el límite a los suyos y mostrarse absolutamente
intolerantes con los conflictos planteados en otros partidos. Estoy de acuerdo con
que a todos se les debe presuponer inocentes hasta que las pruebas y un juicio
sentencie lo contrario; pero no estoy en absoluto de acuerdo, con la escasa
investigación interna practicada por los partidos, para dilucidar en su seno,
que es lo que en realidad ha habido, cuando la prescripción o las escuchas
telefónicas inadecuadas, impiden continuar con la causa.
No parece viable que
algunos de los sucesos conocidos, se hayan producido, sin que nadie se enterase;
antes más bien sugieren, que muchos han mirado hacia otro lado y han permitido
con su silencio “cómplice” el expolio acontecido. Toda vez, a más abundamiento, que la postura “crítica”
siempre hubiera sido tachada por los propios correligionarios, como deslealtad
y en algunas ocasiones calificada como insidiosa.
Pero en el ámbito de la
normalidad, lo sucedido es también muy inquietante, muchas de las acciones
llevadas a cabo, han sido absolutamente desproporcionadas y no exentas de
despilfarro, el gestor ha buscado su “gloria” y ha soslayado la utilidad, lo
que ha conllevado indirectamente, una serie de restricciones en lo necesario,
no porque no tuviéramos recursos, sino, porque habían sido dilapidados de una
forma hasta grotesca.
Como dice Muñoz Molina: “…el triunfo del espectáculo sobre la
realidad; la construcción de realidades efímeras a las que se dedicaban los
fondos públicos que habrían podido emplearse menos vistosamente pero con frutos
más sólidos”.
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