Dice Fernando Savater en
su libro “Ética de Urgencia”: “Paul
Valery escribió una obra de teatro que es una versión muy suya del Fausto tradicional. Y su Fausto es un señor
muy moderno, que está en una oficina con una secretaria muy mona con la que se
pasa toda la obra charlando. Y hay un momento en que la secretaria le pregunta:
“¿quiere que le diga la verdad?”, y Fausto le contesta: “Dígame usted la
mentira que considere mas digna de ser verdad”.”
A esta fiesta es a la
que asistiremos en los próximos días. En la maraña de confusión en el que se
sumen todos los enredos hasta hacerlos irreconocibles; nunca sabremos como y
porque razón alguien concibió un mecanismo por el cual unos cuantos, disponían
a su antojo de cantidades relevantes, para sufragar cualquier capricho y sin
ningún recato.
Una entidad financiera,
lo único que vende es confianza; es seguridad de que quienes están al gobierno
de la misma, se preocupan de hacer operaciones lo más rentables y solventes que
pueden; para proteger el buen fin de nuestros depósitos. Se trata de que cada
deudor a su vencimiento vaya cancelando los préstamos con puntualidad, no de
tener a disposición mecanismos excelentes de recobro. Se trata de hacer
prevención, no cirujía.
En este negocio,
aparentemente para mí, la caja siempre había sido “sagrada”, dado el celo que ponen
diariamente con el cuadre. No hay nada que pueda suceder, sin que uno o varios
pongan su firma en muestra de autorización o conformidad. Uno había llegado a
creer que una entidad Financiera es el “el orden y el rigor infinito”.
Pues bien, como los grandes
tótems, que caen haciendo un ruido estruendoso, aparece para sorpresa y
estupefacción; que alguien o alguienes inventan un instrumento para que los que
creen que mandan y controlan, dispongan de un medio de pago a su discreción
para “gastar sin ton ni son” y mientras tanto los que verdaderamente mandan, gestionan
libres de cualquier control; distraídos los que estaban para ello, en su
desenfrenado consumismo. De este modo pueden disponer a su antojo de los fondos de la
institución, haciendo operaciones arriesgadas y poco explicables desde el punto de la diversificación, hasta que acaban logrando
un serio desequilibrio.
El recuento (no me
atrevo a decir arqueo) dice que hay unos 2.700 millones de pesetas, se han ido en esas veleidades y que solo
cuatro personas no hicieron uso de esta ventaja, seguramente porque ya
entendieron la ilegalidad del asunto. Por sumar desfachatez, algunos de esos
millones se vilipendiaban en la época en que la noticia de cada día era “el nuevo recorte”.
Desfachatez cargada de desatada ambición. Decía en el anterior post,
cual será el desmán del que nos enteraremos mañana y hoy añado, ¿Cuál será el
artilugio legal que permitirá que
algunos se vayan de “rositas”?: la prescripción de buena parte de los años, no
haber firmado petición de tarjeta, alegar ignorancia… o cualquier otra. Sabemos
el desaguisado y ese ya está hecho, pero ¿veremos el castigo?
Como dice Galbraith en
su libro “La cultura de la satisfacción”:
“… el error de la mente financiera unido al espejismo popular consistente en
creer que, a pesar de las pruebas firmes de lo contrario, la asociación con
grandes sumas de dinero indica perspicacia económica”.
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