miércoles, 15 de octubre de 2014

¿errores informáticos? (II)



Dice Fernando Savater en su libro “Ética de Urgencia”: “Paul Valery escribió una obra de teatro que es una versión muy suya del  Fausto tradicional. Y su Fausto es un señor muy moderno, que está en una oficina con una secretaria muy mona con la que se pasa toda la obra charlando. Y hay un momento en que la secretaria le pregunta: “¿quiere que le diga la verdad?”, y Fausto le contesta: “Dígame usted la mentira que considere mas digna de ser verdad”.”

A esta fiesta es a la que asistiremos en los próximos días. En la maraña de confusión en el que se sumen todos los enredos hasta hacerlos irreconocibles; nunca sabremos como y porque razón alguien concibió un mecanismo por el cual unos cuantos, disponían a su antojo de cantidades relevantes, para sufragar cualquier capricho y sin ningún recato.

Una entidad financiera, lo único que vende es confianza; es seguridad de que quienes están al gobierno de la misma, se preocupan de hacer operaciones lo más rentables y solventes que pueden; para proteger el buen fin de nuestros depósitos. Se trata de que cada deudor a su vencimiento vaya cancelando los préstamos con puntualidad, no de tener a disposición mecanismos excelentes de recobro. Se trata de hacer prevención, no cirujía.

En este negocio, aparentemente para mí, la caja siempre había sido “sagrada”, dado el celo que ponen diariamente con el cuadre. No hay nada que pueda suceder, sin que uno o varios pongan su firma en muestra de autorización o conformidad. Uno había llegado a creer que una entidad Financiera es el “el orden y el rigor infinito”.

Pues bien, como los grandes tótems, que caen haciendo un ruido estruendoso, aparece para sorpresa y estupefacción; que alguien o alguienes inventan un instrumento para que los que creen que mandan y controlan, dispongan de un medio de pago a su discreción para “gastar sin ton ni son” y mientras tanto los que verdaderamente mandan, gestionan libres de cualquier control; distraídos los que estaban para ello, en su desenfrenado consumismo. De este modo pueden  disponer a su antojo de los fondos de la institución, haciendo operaciones arriesgadas y  poco explicables desde el punto de  la diversificación, hasta que acaban logrando un serio desequilibrio.

El recuento (no me atrevo a decir arqueo) dice que hay unos 2.700 millones de pesetas,  se han ido en esas veleidades y que solo cuatro personas no hicieron uso de esta ventaja, seguramente porque ya entendieron la ilegalidad del asunto. Por sumar desfachatez, algunos de esos millones se vilipendiaban en la época en que la noticia de  cada día era “el nuevo recorte”.

Desfachatez cargada de  desatada ambición. Decía en el anterior post, cual será el desmán del que nos enteraremos mañana y hoy añado, ¿Cuál será el artilugio legal  que permitirá que algunos se vayan de “rositas”?: la prescripción de buena parte de los años, no haber firmado petición de tarjeta, alegar ignorancia… o cualquier otra. Sabemos el desaguisado y ese ya está hecho, pero ¿veremos el castigo?

Como dice Galbraith en su libro “La cultura de la satisfacción”: “… el error de la mente financiera unido al espejismo popular consistente en creer que, a pesar de las pruebas firmes de lo contrario, la asociación con grandes sumas de dinero indica perspicacia económica”.

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