jueves, 2 de enero de 2014

El poder de Dirigir.


Dice John Kenneth Galbraith en su libro “La Cultura de la Satisfacción” (1992): “Hace mucho que se ha aceptado que el poder efectivo pasa en su caso, con firme inevitabilidad, de los propietarios o accionistas a la dirección. Los accionistas son numerosos y dispersos; los votos individuales cuentan poco o, con mayor frecuencia, nada. El accionista carece de los conocimientos requeridos para intervenir en los diversos y complejos asuntos de la empresa; es la dirección la que, en la afirmación más clara de dónde reside la autoridad, selecciona a los miembros del consejo de administración, que representan luego, ostensiblemente, a los accionistas. La eutanasia del poder del accionista y el predominio del poder gerencial fueron descritos ya en la década de los treinta y cuarenta por distinguidos representantes del mundo académico, entre ellos un conservador militante*.” 

El autor hace referencia a la sociedad americana y se refiere a empresas grandes. Curiosamente con una lectura aséptica, podría aplicarse claramente a las empresas grandes de nuestro País, incluidas las financieras y es posiblemente en éstas últimas, donde hemos visto recientemente acontecimientos sorprendentes de la utilización del “poder” en la dirección para acomodarse privilegios en el momento de ocupar el cargo y salvaguardar el futuro de modo, cuanto menos, espectacular y desproporcionado al riesgo asumido en el desempeño de funciones. 

No estoy en desacuerdo con las retribuciones elevadas, para quienes asumen con su función directiva, tantas responsabilidades. Creo que deben ser adecuadamente compensados en tareas, que en ocasiones no tienen horario, ni familia, ni vida privada; el “todo por la empresa” es un slogan interiorizado de modo intenso en los años previos a la ocupación del cargo; ya que es exigido por quienes le preceden y deben de ser sus mentores en el momento adecuado. 

Soy más crítico con una postura que olvida, con frecuencia, el mandato otorgado por los “dispersos” accionistas; que esperan ante todo, una administración leal que permita maximizar el beneficio de la empresa (objetivo principal de las sociedades). El beneficio real, no solo es necesario, sino que a todas luces se torna imprescindible para poder crecer, en un mundo empresarial, en el que el negocio que no crece, languidece y puede que muera; puesto que los competidores también cuentan.

Si estoy en contra de las manipulaciones - al filo de la normativa - de las magnitudes que conforman los balances y las cuentas de resultados, para tornarlas “opacas” y sustraer a los que tienen que ejercer el “control y conformidad” de las mismas, información relevante para evaluar con certeza adecuada la verdadera situación patrimonial. Práctica que retrasa la puesta en marcha de acciones que palien o incluso corrijan el “desaguisado”.

Mientras tanto, el poder se encumbra a si mismo. Las loas ajenas por la excelente gestión, hacen que el “mandamás” acabe creyendo su propia falta de transparencia en la rendición de cuentas y se atribuya una genialidad gestora inusitada, abocando a la sociedad que dirige a negocios cada vez menos comprensibles desde una visión ponderada y solo viables desde esa atalaya de omnipotencia recalcitrante, ayudada por los “corifeos”; que quieren, mas ración de la tarta para sí, que buen negocio para la empresa.

El objetivo principal de la gestión: “maximizar el beneficio”, acaba confundiéndose con una implacable necesidad de obtener prebendas crecientes, presentes y futuras para el estamento directivo. 

Describe Galbraith algunos de los beneficios aplicados a directores: “Lo han hecho en forma de salarios y opciones sobre las acciones; beneficios de jubilación, utilización personal de los activos empresariales excepcionalmente caros y diversos, con cierto énfasis especial en los aviones; cuentas de gastos y retribución en especie; paracaídas dorados que protejan de una pérdida de poder; y otras compensaciones financieras”. De rabiosa actualidad hoy en España… La historia se repite no solo en el tiempo, sino también en la geografía. 

 (*) James Burnham (1905-1987)

4 comentarios:

impersonem dijo...

Me gusta Galbraith, sobre todo su obra de "La Anatomía del Poder"... creo que en este tema que planteas cabe muy bien lo que el autor denomina en esa obra que cito "el poder compensatorio" para unos pocos que se encargarán de exprimir, para hacer rentable el negocio, a los trabajadores y a quien haga falta.

¿Qué sería de los directores sin los trabajadores? ¿Y de los accionistas?

No a tantas prevendas para los que dirigen y no a tantos recortes a los que trabajan para pagar las prevendas de los que dirigen.

Saludos.

Anónimo dijo...

Acabo de leer por primera vez tus artículos sobre el silencio. Sencillamente, aleccionador. Como en todo, hay diversidad de opiniones: el que calla otorga o bien uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras... En fin, opino, si me lo permites, que cuando el colectivo actúa sobre el individuo, éste último se encuentra con una bota de clavos en la cara y un esparadrapo en los labios. Un placer leerte. Saludos,

seriecito dijo...

Impersonem:
También me gusta mucho anatomía del poder.
Si podría enmarcarse en "El poder compensatorio".
En realidad quien se "apalanca prebendas" es un mal director, que piensa en su solo interés y no tiene ningún empacho en hacer lo que sea para salir bien librado.
Gracias por tu comentario.
Salu2.

seriecito dijo...

Anónimo:

Gracias por riu visita y tu comentario.
Espero que repitas.
Salu2:

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