
Dice Erich Fromm en su libro “La condición humana actual”: “¿qué clase de hombre requiere por lo tanto nuestra sociedad para poder funcionar bien? Necesita hombres que cooperen dócilmente en grupos numerosos, que deseen consumir más y más, y cuyos gustos estén estandarizados y puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, que no estén sometidos a ninguna autoridad o principio o conciencia moral y que no obstante estén dispuestos a ser mandados, a hacer, lo previsto, a encajar sin roces en la máquina social; hombres que puedan ser guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin meta, salvo la de continuar en movimiento, de funcionar, de avanzar. El industrialismo moderno ha tenido éxito en la producción de esta clase de hombre: es el autómata, el hombre enajenado (*)”.
Es indudable que al menos en el deseo de consumir acierta Fromm, aunque no solo en eso a mi parecer. Casi todo se explica bien, si acabamos reconociendo que nuestro impulso irrefrenable por poseer – sea lo que sea -, acabará siendo el acicate para la mayoría de las cosas que hacemos o soportamos.
Pertenecer a un determinado grupo, exige un peaje. Principalmente, nos obliga en conducta y acción, a determinadas pautas de comportamiento, unido a la ostentación de determinados signos externos imprescindibles para estar “in”. Si no queremos estar “out”, no tendremos mas remedio que aceptar estas servidumbres, no tanto para mejorar nuestras vidas, como para sentirnos arropados y protegidos por el “grupo”.
Pero sin embargo, el colectivo al que pertenecemos no nos brinda protección, solo pretende incrementar el número, de quienes siguiendo consignas no escritas, se someten al arbitrio de unas normas o costumbres, que acaban dirigiendo nuestro comportamiento con una fuerza coercitiva difícil de imaginar. Como lo asumimos poco a poco y nos vamos sometiendo de modo paulatino, no acabamos notando el férreo corsé, que nos subyuga; por otra parte sugerimos - a quienes nos quieren atender -, de modo tácito o explícito la conveniencia de actuar de este modo; bien es cierto, que en mayor medida para justificar nuestro comportamiento, con el que - hasta incluso - habíamos sido críticos en épocas pasadas.
No es el grupo el que acaba imponiéndonos sus normas, él solo participa en la iniciación; somos nosotros, quienes mediante una imitación “simiesca”, nos vamos auto-moldeando. Acomodarse siempre ha sido más fácil que “plantar cara”, decir “no” con seguridad y rotundidad, es difícil y poco frecuente y siempre es incómodo; no solo para nosotros sino también para quienes nos rodean, incluido muchas veces, los que llamamos amigos, aunque en realidad no son mas que, relaciones perpetuadas a lo largo del tiempo; quizás motivadas por el carácter de proximidad o por nuestro propio desarrollo profesional, es decir, en gran medida basadas en el interés o la casualidad y no cimentadas, en el conocimiento profundo y personal. Ésas, que perdemos a gran velocidad, cuando la calle por la que caminamos va cuesta arriba, cuando eran íntimos nuestros en la cuesta abajo.
Desenvolverse en este ambiente, exento de sinceridad con mayúscula, es lo que en definitiva acaba transmitiéndonos unas sensaciones erróneas; hemos sido admitidos en el grupo, no por como somos, si no antes más, por lo que somos o peor, por lo que aparentamos. Puro y sencillo equilibrio de intereses, lo que sucede es que nosotros ignoramos esta circunstancia, en tanto en cuanto no nos vemos obligados a profundizar en estas relaciones, pero cuando lo hacemos, generalmente se han producido cambios importantes en nuestra vida llamada normal. Descubrir entonces, como parte de los que nos rodean, en el fondo ni nos conocen, ni les interesamos lo más mínimo, es francamente demoledor.
Esta es la verdadera dicotomía, hemos hecho esfuerzos por pertenecer a un “grupo”, que nos ha recibido de modo muy acogedor, pero que solo estará a las “maduras”, nos negará en cuanto empice a "verdear" (como dicen en Viver). Curioso pero real.
Es indudable que al menos en el deseo de consumir acierta Fromm, aunque no solo en eso a mi parecer. Casi todo se explica bien, si acabamos reconociendo que nuestro impulso irrefrenable por poseer – sea lo que sea -, acabará siendo el acicate para la mayoría de las cosas que hacemos o soportamos.
Pertenecer a un determinado grupo, exige un peaje. Principalmente, nos obliga en conducta y acción, a determinadas pautas de comportamiento, unido a la ostentación de determinados signos externos imprescindibles para estar “in”. Si no queremos estar “out”, no tendremos mas remedio que aceptar estas servidumbres, no tanto para mejorar nuestras vidas, como para sentirnos arropados y protegidos por el “grupo”.
Pero sin embargo, el colectivo al que pertenecemos no nos brinda protección, solo pretende incrementar el número, de quienes siguiendo consignas no escritas, se someten al arbitrio de unas normas o costumbres, que acaban dirigiendo nuestro comportamiento con una fuerza coercitiva difícil de imaginar. Como lo asumimos poco a poco y nos vamos sometiendo de modo paulatino, no acabamos notando el férreo corsé, que nos subyuga; por otra parte sugerimos - a quienes nos quieren atender -, de modo tácito o explícito la conveniencia de actuar de este modo; bien es cierto, que en mayor medida para justificar nuestro comportamiento, con el que - hasta incluso - habíamos sido críticos en épocas pasadas.
No es el grupo el que acaba imponiéndonos sus normas, él solo participa en la iniciación; somos nosotros, quienes mediante una imitación “simiesca”, nos vamos auto-moldeando. Acomodarse siempre ha sido más fácil que “plantar cara”, decir “no” con seguridad y rotundidad, es difícil y poco frecuente y siempre es incómodo; no solo para nosotros sino también para quienes nos rodean, incluido muchas veces, los que llamamos amigos, aunque en realidad no son mas que, relaciones perpetuadas a lo largo del tiempo; quizás motivadas por el carácter de proximidad o por nuestro propio desarrollo profesional, es decir, en gran medida basadas en el interés o la casualidad y no cimentadas, en el conocimiento profundo y personal. Ésas, que perdemos a gran velocidad, cuando la calle por la que caminamos va cuesta arriba, cuando eran íntimos nuestros en la cuesta abajo.
Desenvolverse en este ambiente, exento de sinceridad con mayúscula, es lo que en definitiva acaba transmitiéndonos unas sensaciones erróneas; hemos sido admitidos en el grupo, no por como somos, si no antes más, por lo que somos o peor, por lo que aparentamos. Puro y sencillo equilibrio de intereses, lo que sucede es que nosotros ignoramos esta circunstancia, en tanto en cuanto no nos vemos obligados a profundizar en estas relaciones, pero cuando lo hacemos, generalmente se han producido cambios importantes en nuestra vida llamada normal. Descubrir entonces, como parte de los que nos rodean, en el fondo ni nos conocen, ni les interesamos lo más mínimo, es francamente demoledor.
Esta es la verdadera dicotomía, hemos hecho esfuerzos por pertenecer a un “grupo”, que nos ha recibido de modo muy acogedor, pero que solo estará a las “maduras”, nos negará en cuanto empice a "verdear" (como dicen en Viver). Curioso pero real.
(*) N.B.- Según Fromm, enajenado: en el sentido de que sus propias acciones y sus propias fuerzas se han convertido en algo ajeno.
Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com/