Estamos indefectiblemente orientados hacia la posesión de bienes materiales, basamos nuestra cuota de felicidad y/o evaluamos la ajena, en función del número sofisticado de artilugios que poseemos o poseen, aunque algunos de estos después del impulso irrefrenable de la compra, hayan quedado relegados en un recóndito rincón, para mostrar como trofeos a quienes nos rodean, en el momento oportuno, para que nos apliquen el supuesto atributo de distinción, que la sociedad otorga a su posesión.
Somos como “escopetas de repetición”, necesitamos de modo imperioso, poseer esos signos externos que conceden un determinado “status” por determinadas leyes no escritas, es como una carrera sin fin, es un salto cuantitativo (que no cualitativo), que lo único que nos produce es insatisfacción, cuando se evidencia alguna carencia, que una vez satisfecha dejará el lugar a otra nueva. Queramos o no, son las cosas materiales las que aprecia esta sociedad, son los signos externos los que cuentan, mandan los atributos que otorgan determinados objetos.
Si pensásemos con más intensidad, descubriríamos que la verdadera felicidad es sentirse satisfecho con uno mismo. La felicidad está dentro; como la vamos a encontrar, con la machacona insistencia, que la buscamos solo en el exterior. Vivimos en una sociedad, donde cada vez va perdiendo mas el pensamiento y se acrecienta la palabra, pero solo para pronunciarla, mucho menos para escucharla con atención. Hemos dejado de lado a nuestro yo espiritual y destinamos muy poco tiempo a cultivarlo y/o escucharlo. Sus sugerencias subliminales nos parecen antiguallas, fuera de lugar y exentas de actualidad.
El vacío interno que sentimos muchas veces, no se llena con objetos; no hay en este mundo suficientes, para suplir esa falta de vida interior. Tener todos los bienes, que se consideran socialmente atributos de buena vida, no llenará las carencias que experimentamos. No escuchar nuestra voz interior o hacer “oídos sordos” a lo que dice, nos conduce a “jardines” poco recomendables para recobrar el equilibrio perdido.
La armonía interior debe de ser como una foto bien enfocada, aunque la imagen sea sencilla, su grandeza es inconmensurable.
Somos como “escopetas de repetición”, necesitamos de modo imperioso, poseer esos signos externos que conceden un determinado “status” por determinadas leyes no escritas, es como una carrera sin fin, es un salto cuantitativo (que no cualitativo), que lo único que nos produce es insatisfacción, cuando se evidencia alguna carencia, que una vez satisfecha dejará el lugar a otra nueva. Queramos o no, son las cosas materiales las que aprecia esta sociedad, son los signos externos los que cuentan, mandan los atributos que otorgan determinados objetos.
Si pensásemos con más intensidad, descubriríamos que la verdadera felicidad es sentirse satisfecho con uno mismo. La felicidad está dentro; como la vamos a encontrar, con la machacona insistencia, que la buscamos solo en el exterior. Vivimos en una sociedad, donde cada vez va perdiendo mas el pensamiento y se acrecienta la palabra, pero solo para pronunciarla, mucho menos para escucharla con atención. Hemos dejado de lado a nuestro yo espiritual y destinamos muy poco tiempo a cultivarlo y/o escucharlo. Sus sugerencias subliminales nos parecen antiguallas, fuera de lugar y exentas de actualidad.
El vacío interno que sentimos muchas veces, no se llena con objetos; no hay en este mundo suficientes, para suplir esa falta de vida interior. Tener todos los bienes, que se consideran socialmente atributos de buena vida, no llenará las carencias que experimentamos. No escuchar nuestra voz interior o hacer “oídos sordos” a lo que dice, nos conduce a “jardines” poco recomendables para recobrar el equilibrio perdido.
La armonía interior debe de ser como una foto bien enfocada, aunque la imagen sea sencilla, su grandeza es inconmensurable.
Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blospot.com/
2 comentarios:
No, la felicidad no se consigue exclusivamente con posesiones materiales o estatus aconómicos.
Primero uno ha de saber ser feliz consigo mismo, con las pequeñas cosas, después uno puede soñar con la búsqueda de "más" felicidad...
Aunque pienso que el dinero, no nos engañemos, a veces ayuda.
Con el dinero se puede "comprar" tiempo, con ese tiempo viajar, disfrutar de nuevos sitios, de viejos conocidos, de experiencias nuevas....
A eso me refiero. No tanto a posesiones materiales sino a la capacidad que nos otroga para elegir.
Me gusta como ha quedado tu post con la foto Luis.
Nuria:
Estoy de acuerdo contigo. La capcidad para elegir que da el dienro, es innegable. Mi abuelo, que era labrador, decía al levantantarse temprano par las mañanas: "Buenos días nos de Dios a los pobres, que los ricos ya se los toman ellos".
La foto es la inspiración del post.
Salu2:
Luis
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