Los resultados de las elecciones plantean un equilibrio asimétrico, donde conformar un gobierno no es sencillo. No se trata en esta ocasión de pactar con partidos nacionalistas – tradicional solución – para completar la mayoría necesaria, que permitía la investidura de un candidato, cuando su propia formación no había obtenido suficiente apoyo ciudadano.
La emergencia de nuevos votantes jóvenes; la percepción ciudadana de que los políticos viven en una burbuja ajena a la sociedad; los innumerables escándalos de corrupción que se han ido poniendo en evidencia; la “tibia” reacción de los aparatos de los partidos para atajar de modo firme tan deplorable situación, salvo el reiterado argumento: “en todas las ollas se cuecen habas”; han devenido en perplejidad e indignación ciudadana, que lógicamente ha influido decisivamente en su voto.
Con estos mimbres el cesto ha cambiado, el mensaje principal, intuyo que es: “discutan menos y consensúen más”. Aunque los españoles, somos muy proclives a posiciones enrocadas, para defender nuestros planteamientos sobre los asuntos sometidos a debate, adoptando una postura poco receptiva a las opiniones discrepantes. Tenemos poco hábito de escuchar y solemos superponer nuestra voz, sobre la del que está en uso de la palabra, para “taponar” su argumentación.
Los acontecimientos no esperados, siempre producen sorpresa y reserva; no exenta de actitud expectante por la evolución futura. Los escenarios no habituales, en principio, producen cierta incertidumbre, por la pérdida del “caparazón” confortable de lo tradicional y repetitivo; pero sin lugar a dudas, abren una puerta a la Esperanza de un futuro mejor y más transparente.
Ojala que los encargados de llevarlo a cabo, sepan trocar la incertidumbre por confianza y tengan suficiente determinación para colmar las expectativas de los ciudadanos y no solo las de sus organizaciones.