Dice Fernando Savater en su libro
“Política para amador”(1992): “El estilo
de irresponsabilidad burocrática se caracteriza porque casi nunca nadie
“dimite” pase lo que pase: ni por la corrupción política, ni por la
incompetencia ministerial, ni por los errores de bulto que deben pagar los
ciudadanos de su bolsillo, ni por la patente ineficacia en atajar los males que
habían prometido resolver…Toda denuncia de abusos, por fundada que esté, se
presenta como formando parte de una maliciosa campaña de los adversarios
políticos; en cuanto a la indignación de los ciudadanos de a pie, expresada a
través de los medios de comunicación, se aplica el viejo principio de “ladrad,
ladrad, que ya os cansaréis…”. Este modelo de irresponsabilidad gubernativa
tiene su complemento en la de quienes consideran que ellos no tienen que
responder de nada porque es el gobierno el que debe resolverlo todo.
El debate electoral, tal como
está estructurado, empuja a los partidos políticos a emplear técnicas poco
ortodoxas. Lo principal no es resaltar las propuestas y evidenciar las mejoras
que proponen, muy al contrario, lo relevante es descalificar al contrario con
argumentos cargados de imprecisión, de modo implacable y poco riguroso.
La verdad pierde su contenido y
se transforma en un conjunto de palabras bien sonantes, exentas de compromiso y
repletas de ambigüedades. No importa incluso, que las propuestas estén carentes
de sentido o fundamentadas en argumentos simplistas. Lo relevante es ganar
votos, “encantar” y conseguir, que la voluntad de las urnas les otorgue la
mayoría, aunque los planteamientos hayan sido espurios. Vencer es la meta e importa poco como se
consigue. Decir verdades a medias a los votantes, cuando no inexactitudes, no
tiene importancia; porque en el juego político, una vez instalado en el poder,
hay muy pocos mecanismos en manos de los ciudadanos para removerlos.
Las promesas incumplidas no pasan
ninguna factura, son como agua que lleva un río, desaparecen y cambian
continuamente. El votante, aun sorprendido por la villanía del engaño, no tiene
cauces para canalizar su descontento y relevar de sus “sillones” a quienes con
propuestas grandilocuentes le sorprendieron en su buena voluntad.
La historia reciente, esta
preñada de evidencias, que señalan la falta de rigor en quienes se postulan
para dirigir la vida política de cada legislatura. Es como un juego de
despropósitos, que lo gana quien mas “osado” ha sido en sus planteamientos
atractivos, pero alejados de toda posibilidad de éxito. Lo peor de todo, es que
quienes hacen estos planteamientos, ya conocen que no serán realizables,
argumenten lo que argumenten con posterioridad. Son irresponsables, al menos
burocráticamente.
Como dice Spinoza en libro “Tratado
teológico-político”: “De los fundamentos
del Estado se deduce evidentemente que su fin último no es dominar a los hombres
ni acallarlos por miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino por el contrario
liberar del miedo a cada uno para que, en tanto que sea posible, viva con
seguridad, esto es, para que conserve el derecho natural que tiene la
existencia, sin daño propio ni ajeno”.