Dice Joseph Stiglitz en su libro “El precio de la desigualdad”(2012): “La
crisis financiera desencadenó una nueva conciencia de que nuestro sistema
económico no solo era ineficiente e inestable, sino también básicamente injusto…
Se percibía, con toda razón, que era escandalosamente
injusto que muchos responsables del sector financiero (a los que, para
abreviar, me referiré a menudo como «los banqueros») se marcharan a sus casas
con bonificaciones descomunales, mientras que quienes padecían la crisis
provocada por esos banqueros se quedaban sin trabajo; o que el gobierno
rescatara a los bancos, pero que fuera reacio siquiera a prorrogar el seguro de
desempleo a aquellos que, sin tener culpa de nada, no podían encontrar trabajo
después de buscarlo durante meses y meses7; o que el gobierno no consiguiera
aportar más que una ayuda simbólica a los millones de personas que estaban
perdiendo sus hogares. Lo que ocurrió durante la crisis dejó claro que lo que determinaba
la retribución relativa no era la contribución de cada cual a la sociedad, sino
otra cosa: los banqueros recibieron enormes recompensas, aunque su aportación a
la sociedad —e incluso a sus empresas— hubiera sido negativa. La riqueza que
recibían las élites y los banqueros parecía surgir de su capacidad y su
voluntad de aprovecharse de los demás.”
Describe Stiglitz la realidad de
los Estados Unidos, pero francamente, desconociéndolo no evidenciaríamos esta
circunstancia, porque todo lo que dice puede ser aplicado perfectamente en
España. No obstante es mucho más sorprendente en su propio ambiente, por su
descripción, conculca claramente el principio de igualdad de oportunidades, que
es consustancial a la sociedad americana.
En este aspecto no tendríamos equivalencia en España, en donde tímidas
iniciativas, tratan de ocultar que las historias de quienes desde abajo han
tratado de llegar a lo mas alto, están preñadas de muchas dificultades y trabas
burocráticas institucionales; o cuando no, han debido ser precedidas de
emigraciones a otros países, donde con un alto sacrifico personal y una renuncia
expresa a la proximidad de los vínculos familiares, han conseguido los medios y
oportunidades para revalidar con éxito su valía, cuestión que jamás hubieran
logrado entre nosotros. La mayoría con cambio de residencia permanente y en ocasiones,
regresando a España en las postrimerías de su vida. Habiendo dejado por tanto
lo mejor de sus logros en aquél país, que por otra parte me parece justa
compensación.
Hecho este largo paréntesis,
volvemos al planteamiento de Stiglitz, sorprende de un modo muy intenso, que
quienes tienen el poder para ejercerlo en la dirección que consideren mas
adecuada, cuando cometen errores – y de ellos hay ejemplos muy cercanos en el
tiempo – si abandonan sus sillones de respaldo alto, lo hacen percibiendo
cantidades que producen sonrojo y estupefacción. No discuto las retribuciones
pactadas entre empresa y directivo, esto debe debatirse en otro foro. Pero si reconozco, que me cuesta
mucho identificar, cual es el incentivo, que tiene el alto directivo, para
hacer las cosas de maneras menos especulativas y arriesgadazas, si cuando
vienen “verdes” uno tiene asegurada una indemnización tan cuantiosa.
Teniendo muy en cuenta, que
quienes creyeron en los proyectos planteados por la Entidad para retribuir su
ahorro, los han dejado en ese empeño y en ocasiones sin otra alternativa para
recuperar su situación de siempre.
N.B. Joseph Stiglitz, 69 años, profesor
universitario, Pemio Nobel en 2001