Dice Montesquieu en “Mis pensamientos”: “Si supiera de una cosa útil para mi nación que fuera ruinosa para otra, no la propondría a mi príncipe, porque soy hombre antes que francés, (o bien porque soy necesariamente hombre, y no soy francés más que por azar”.
Tanto tiempo dedicado a la diferenciación de pueblos, gentes y costumbre, tanto esfuerzo en la individualidad y sin embargo Montesquieu, nos propone la universalidad. Vaya palabra, en la era de los “grupúsculos”, estamos llenos de soberbia y somos incapaces de reconocer, que lo que verdaderamente importa es la globalidad, no es individualismo y la mirada dirigida a nuestro ombligo, lo que nos colmará de satisfacción. La infelicidad de muchos, no queda salvaguardada por mucha felicidad que acumulen unos pocos.
Nada produce tanto placer como compartir. No hablo tan solo de bienes, me refiero también a cultura y saber. Pretender ignorar las consecuencias de nuestras acciones, soslayando el análisis de los efectos que tendrán en los demás – por muy convenientes que estas sean para nosotros – es una lamentable pérdida de tiempo, el devenir de la vida, nos pasará factura y con creces.
Aislarse y sentirse en posesión de la razón, puede que nos sirva circunstancialmente para sentirnos felices. Pero alejarnos de quienes nos rodean, solo nos traerá a la larga penuria. Por mucho que hayamos conseguido con nuestra actuación individualista y carente de comprensión, nunca compensará las perdidas hipotéticas de las acciones en común. Resolver con el esfuerzo de todos, es un placer mucho mayor, que solucionar asuntos a nuestra comodidad, sin recabar el efecto que produce a quienes nos rodean. Sea en el ámbito que sea.
El individualismo, característica predominante – entre otras - de la época que nos toca vivir, es conculcar uno de los principios imprescindibles para alcanzar el éxito, porque éste aunque no nos interese reconocerlo, no es la culminación de los deseos o metas individuales. Sólo hay verdadero éxito, si lo conseguido mejora la vida de todos. Quienes viven pensando únicamente en sus intereses, acaban siendo esclavos de los mismos y casi nunca alcanzan la plenitud.
Lo que conforma mejor los intereses de un determinado grupo humano, no es casi nunca la consolidación del derecho de lo que no es justo para todos.
Tanto tiempo dedicado a la diferenciación de pueblos, gentes y costumbre, tanto esfuerzo en la individualidad y sin embargo Montesquieu, nos propone la universalidad. Vaya palabra, en la era de los “grupúsculos”, estamos llenos de soberbia y somos incapaces de reconocer, que lo que verdaderamente importa es la globalidad, no es individualismo y la mirada dirigida a nuestro ombligo, lo que nos colmará de satisfacción. La infelicidad de muchos, no queda salvaguardada por mucha felicidad que acumulen unos pocos.
Nada produce tanto placer como compartir. No hablo tan solo de bienes, me refiero también a cultura y saber. Pretender ignorar las consecuencias de nuestras acciones, soslayando el análisis de los efectos que tendrán en los demás – por muy convenientes que estas sean para nosotros – es una lamentable pérdida de tiempo, el devenir de la vida, nos pasará factura y con creces.
Aislarse y sentirse en posesión de la razón, puede que nos sirva circunstancialmente para sentirnos felices. Pero alejarnos de quienes nos rodean, solo nos traerá a la larga penuria. Por mucho que hayamos conseguido con nuestra actuación individualista y carente de comprensión, nunca compensará las perdidas hipotéticas de las acciones en común. Resolver con el esfuerzo de todos, es un placer mucho mayor, que solucionar asuntos a nuestra comodidad, sin recabar el efecto que produce a quienes nos rodean. Sea en el ámbito que sea.
El individualismo, característica predominante – entre otras - de la época que nos toca vivir, es conculcar uno de los principios imprescindibles para alcanzar el éxito, porque éste aunque no nos interese reconocerlo, no es la culminación de los deseos o metas individuales. Sólo hay verdadero éxito, si lo conseguido mejora la vida de todos. Quienes viven pensando únicamente en sus intereses, acaban siendo esclavos de los mismos y casi nunca alcanzan la plenitud.
Lo que conforma mejor los intereses de un determinado grupo humano, no es casi nunca la consolidación del derecho de lo que no es justo para todos.