Dice Esperanza Guisán en su
escrito “La ética como extravagancia”, recogido
en el capítulo seis del libro “La extravagancia”, compilación de Carlos
Castilla del Pino: “No toda extravagancia
es ética pero, indudablemente, toda vida éticamente valiosa se presenta como
“extravagante” e incluso exhuberante, excesiva, como un insulto a la
mediocridad conformista que se toma su revancha condenando al ostracismo a
quienes se atreven a extra-viarse, a extralimitarse.
Vivir apasionadamente una vida éticamente bella es una
excentricidad difícilmente soportable o resistible para las mayorías que viven
habitualmente en la convencionalidad. Sócrates, por ejemplo, como es bien
sabido, importunó y exasperó a sus conciudadanos hasta el punto que decidieron
eliminarlo mediante el sistema más expeditivo disponible.
Por supuesto que no todo el que importuna y exaspera a sus
conciudadanos es un héroe o una persona éticamente excelente. La mediocridad,
la chabacanería, también enervan y exasperan, aunque no llevan en ellas ningún
germen de virtud, de “areté” o de belleza”.
El conformismo es una de las
raíces que mas arraigan en el mundo actual, sobre todo si ese conformismo,
genera “réditos” para quien lo práctica, propiciados por los que consideran que
la aceptación del Status debe de ser premiado y reconocido. Lo contrario que le
suele sucederle a quien por convicción,
de que la aceptación a rajatabla de todas las normas establecidas, por
muy mayoritarias que sean, no es el camino más adecuado y enriquecedor, adoptando una posición no acorde con los cánones.
Heterodoxia que en algunas ocasiones no le será favorable.
La mediocridad, que arraiga cada
vez más en las grandes urbes, propiciada por esa vida “anónima” y cargada de
soledad de sus moradores; tampoco es la mejor postura, para abordar la vida que
nos toca; esa actitud – tan exenta de compromiso -, no conduce más que a una profunda
frustración, a poco análisis interior que uno haga. Permite acoplarse de
puntillas – sin hacer ruido – pero esa acomodación espuria, vacía a la persona
y no la completa en el largo plazo.
Ser “éticamente excelente” como
dice la autora, es tarea difícil y en ocasiones imposible. En el entramado de
intereses en el que nos desenvolvemos, es casi imposible o está reservado a
unos pocos, caminar y actuar día a día, con el dictamen de nuestra conciencia y
no con el de la mayoría. Además, conforme uno crece en años, decrece en actitud
crítica hacia la sociedad que le rodea. La edad parece un “bálsamo”
acomodaticio para la mayoría; aunque es bien sabido que hay ejemplos en la
actualidad, de a quien la edad no lo ha abatido.
Y todo esto sin relumbrón, ni
deseos de protagonismo efímero, es decir, sin publicidad. El peso de la
“autenticidad” produce dudas y es un camino difícil, se necesita mucha
fortaleza, seguridad y perseverancia en lo que se hace. Dudar o temer, suele
ser sinónimo de no hacer, es decir, seguir la plácida corriente de la
comodidad. Como dice la autora de la
cita: “La extravagancia que caracteriza
al desarrollo ético consiste en entregarse a una causa no excesivamente
llamativa, sino más bien aparentemente oscura, que no goza habitualmente de sanciones
sociales positivas”
(*) areté: Excelencia.