Dice Carlos Castilla del Pino, en
su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica
de la situación”: “… la actitud dialógica no es algo que se tiene, sino algo
que se alcanza merced a toda suerte de renunciamientos íntimos y gracias al
movimiento dialéctico intrapersonal surgido entre las motivaciones emocionales
y las motivaciones racionales que cada cual contiene. Posponer el yo a la
verdad es, al propio tiempo, índice del grado de madurez de la persona, y
muestra la adquisición del sentido de lo real que caracteriza a la persona verdaderamente
adulta.”
Así que la tendencia al diálogo,
no es algo que se tiene, es algo que se aprende. Se aprende además, con una
previa renuncia a todos nuestros rígidos pronunciamientos; se aprende en base a
estar abierto a cualquier otra opinión respetuosa y discrepante; e incluso se aprende a incorporarla como
postulado propio, por muy lejano que se estuviese al comenzar el tema debatido.
Casi nada; pero si lo que “priva”
es apabullar con argumentos a nuestro interlocutor, - sean o no de razón -, tratando de colocarle frases, a través del
imperioso tono de voz que usamos y no dejándole “colocar” ni uno solo de sus razonamientos.
La moda es tomar la palabra para no soltarla y esgrimir argumentos – con razón
o sin ella – e hilvanar un argumento y repetirlo machaconamente para que cale
hondo en los demás, que a fuerza de oírlo, acabarán por hacerlo propio.
¿Cómo nos va a permitir nuestro
Ego, posponerlo?; con lo que nos ha costado aferrarnos a él, con lo excluyentes
que somos, con lo ávidos de vencer dialécticamente que estamos – tengamos o no
razón -; creo que el listón se coloca muy alto. Nuestro trabajo dialéctico
consiste mayoritariamente en “recitar” argumentos, la mayoría de ellos
espurios, que no hacen más que dificultar el advenimiento de la verdad. Parece
como si todos temiéramos reconocer, que no es el único argumento el nuestro,
que otros ajenos y desconocidos hasta ahora para nosotros, pueden ser también legítimos
e incluso más adecuados que los nuestros.
La verdad, debe de prevalecer
siempre sobre “nuestra verdad” y no al contrario. Tratar de ser adulto cada día,
asumiendo que solo con actitudes de diálogo, se pertrecha un futuro mejor para
todos. Perder “nuestra razón” en aras del sentido cierto de las cosas, es una
lección de humildad, que conlleva una mejor posición dialéctica para todos. Cimentar
nuestra posición estrictamente, por el número
que decimos representar; o por tono elevado de voz; o por el ejercicio
repetitivo de los argumentos. No abandonar esa posición férrea y determinista,
significará siempre un “equipaje” muy pesado, pero liviano en contenidos.
Porque como dice Castilla del
Pino: Hay en el diálogo auténtico un
olvido de la persona, una continua superación de impulsos narcisistas o de
agresión, en pro de la comprensión del tema mismo sobre el cual se dialoga”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario