La sociedad en la que nos desenvolvemos, ha creado por leyes y costumbres unos módulos de comportamiento, que asume como normales, recogidos en “ritos” que repetimos de modo incansable, generalmente porque “lo hacen todos”. Además, el propio entorno es muy crítico e intransigente con quienes no se someten a estos comportamientos “normales”, parece como si la supervivencia de ese entramado, dependiera principalmente de neutralizar a los disidentes, con mensajes subliminales de exclusión.
Vivimos por tanto, muy condicionados por las opiniones ajenas, nos imponemos una disciplina de actuación, aunque en nuestro fuero interno no la compartamos. Amoldarse, parece que es la consigna, es curioso que sea así, porque la ciencia dice, que los seres humanos al nacer somos todos diferentes, únicos e irrepetibles.
Una gran mayoría, denostamos la monotonía de nuestros días y solemos contar a todo el que nos quiere escuchar la insatisfacción que nos produce hacer lo mismo, día tras día, mes tras mes. Pero no reflexionamos con la misma intensidad, que quien no pone empeño y esfuerzo por ser diferente, difícilmente puede cambiar su realidad. Bien es cierto, que este intento por cambiar cosas, conlleva riesgos, la creatividad no es propia de quienes adoptamos un comportamiento “seguidista”; para poder plantearla, es imprescindible ser diferente. Nadar contra corriente, es un empeño que produce cansancio y plantea grandes dificultades para conseguir remontar, es mejor dejarse llevar, poco a poco, hasta el remanso del valle; pero aquí la naturaleza otra vez nos enseña ejemplos, los salmones si hubiesen adoptado la posición placentera, haría muchísimos años que se habrían extinguido.
De un nacimiento diferencial y único, crecemos bajo unas pautas de conducta que persiguen una homogeneización integral con la mayoría grupal. Éste es sin duda el paradigma de nuestra permanente insatisfacción, no es solo que lo que hacemos no nos gusta, es mucho más, es que hemos limitado muestras cualidades intrínsecas, en la búsqueda de la integración social, acallando cada día nuestro “yo irrepetible”, le ponemos fronteras a nuestro campo y nos empequeñecemos, más y más, para ser grandes, que paradoja ¿verdad?.
¿Qué perdería la sociedad asumiendo a sus miembros como son?, nada, no perdería nada, muy al contrario ganaría mucho. Sería eso sí, menos coercitiva y mucho mas integradora. Pretender establecer, lo que debemos querer todos, es la demostración palpable de una gran soberbia, asumir que un conjunto no identificable, nos impondrá nuestra conducta, efectivamente sí, acaba siendo extraordinariamente aburrido. Ser “copias” es aceptar la mediocridad.
Si nos lamentamos de lo que hacemos, pero lo repetimos, nunca lo cambiaremos. Quienes lograron y logran avances sociales en cualquier campo, empezaron siendo diferentes e incluso incomprendidos, pero como no escucharon a los “agoreros de turno”, consiguieron avances y muy relevantes. No me refiero en mi escrito al mundo del trabajo, extraordinariamente estratificado y en muchos casos alienantes, en donde la ”jerarquía” es el fundamento; aunque algunas empresas vanguardistas, ya han comprendido que el mayor activo que tiene una empresa son las personas. Sí, ya se que son pocas, pero las hay, por algún punto hay que comenzar.
Sigamos el ejemplo de ese faro que preside esta foto; solo, azotado por el viento, pero firme y vigilante, porque sabe que tiene el reconocimiento, el respeto y el cariño de mucha gente. Si hubiera querido homogeneizarse, ya no existiría. Eso mismo hemos de hacer con nuestra singularidad, no busquemos la comprensión global, contentémonos con tener la de los que verdaderamente nos conocen y quieren, porque los demás, francamente, no importan.
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