sábado, 30 de noviembre de 2013

Conveniencia



Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “… en lugar de aceptar para norma de lo nuclear de la persona aquello que es verdad, con todas sus consecuencias, elegimos aquella visión del mundo y de las cosas que conviene, que nos obliga a renunciaciones, la que nos permite seguir donde estábamos o donde habíamos querido llegar. El plano ético de nuestra persona aparece, en una palabra, impurificado por el de nuestros intereses”.

La pregunta ¿Qué quieres ser de mayor?, tan frecuentemente planteada en nuestra infancia, nos ha calado muy hondo. Todos hemos interiorizado, que hay que ser “algo” y generalmente nos hemos fijado metas alejadas de la realidad, como si estuviéramos “espoleados” por una fuerza extraña; ese deseo se ha transformado en lucha para conseguirlo y luego en esclavitud para mantenerlo. Nos hemos impuesto un comportamiento acoplado a las necesidades de otros y hemos, en el fondo, domesticado nuestros verdaderos sentimientos.

No estoy en desacuerdo de imponerse metas ambiciosas y empeñarse con tesón y constancia en lograrlas, no; mi duda se plantea cuando para esos hitos, es necesario utilizar toda una serie de subterfugios impropios. No hablo solo de dejar por el camino a otros que también deseaban la misma meta y que hemos tenido de algún modo que “puentear”, en ocasiones a cualquier coste; no, no hablo solo de eso; hablo de esa acomodación paulatina que vamos conformado en nuestra forma de ser y actuar, para parecer lo que no somos en verdad, pero que conviene a la imagen esperada, en ese cometido, por otros. Nos convertimos en puros imitadores de una realidad virtual.

Cuanto miedo a ese “no ser algo”, cuantas renuncias para allanarse a la “normalidad” necesaria al puesto. Acabamos siendo autores de un personaje impostado y lleno de apariencias. Nuestro destino es la soledad. Esforzarse por llegar más “alto” cada vez, sin recordar que ciertas alturas producen, en el fondo, vértigo. La vida placentera, no es desasosiego y ambición desmedida, la vida placentera es equilibrio de miras y satisfacción con lo logrado, exentos de más allá, que nos produzcan insatisfacción; en definitiva satisfacción con lo que somos y despreocupación de la imagen de lo que quieren que seamos.

Lo aprendemos tarde o nunca, nos dejamos cautivar por glorías efímeras y renunciamos a satisfacciones, quizás mas pequeñas, pero sin duda mas auténticas; fijamos nuestros destinos en posiciones inadecuadas, dejamos de ser dueños de nosotros mismos y nos hipotecamos - lamentablemente a un alto coste – comprometiendo nuestra paz interna y nuestra satisfacción personal real. Descubrimos cuando ya es demasiado tarde, que comenzada la andadura hay que llegar al final, por duro que sea; o abandonar, asumiendo el fracaso que socialmente representa. La renuncia, por tanto, acaba siendo cosa de valientes, no de pusilánimes.

Como dice Castilla del Pino citando a Herbert Marcuse: “… en la sociedad actual, montada sobre un sentido brutal de la competencia, inoculamos en el niño esta forma de vida. Pero, al mismo tiempo, la enmascaramos suministrando unos principios éticos, que no son prácticos, y, por tanto, no son practicados en el fondo. El niño se torna más tarde, de adolescente, en el consciente o inconsciente descubridor de nuestra duplicidad”.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Hablar sin decir



Dice Eduardo Punset en su libro “Por qué somos como somos”: “El habla, que es el aire transformado en ondas sonoras, esconde los secretos de esa paradoja que es el cerebro humano, algo muy complejo. Cuando hace tiempo el hombre primitivo pasó de proferir gritos e interjecciones a la comunicación verbal, esta capacidad de comunicación le sirvió para sobrevivir y se convirtió en una cualidad que muchos consideran única a su especie, en algo que le distinguiría del resto de los animales más evolucionados con los que comparte otras habilidades. A pesar de las numerosas investigaciones que se han llevado a cabo, no sabemos con certeza cómo y cuándo surgió el lenguaje, pero sí que está relacionado con la evolución del cerebro porque, para entenderse, para comunicarse entre sí, los hombres necesitamos poseer un cerebro muy complejo. Por eso cuando hablamos del lenguaje estamos hablando también del origen del cerebro humano”.

Es decir, que conforme ha ido evolucionando el lenguaje, nuestro cerebro ha aumentado de tamaño y además la comunicación verbal a nuestros antepasados, les sirvió para sobrevivir. Francamente lo tenemos mal, comunicarse, lo que se dice comunicarse, poco o nada; tal como van desarrollándose las cosas, cada vez, la comunicación es más monólogo apabullante y cargado de soberbia. Parece que lo que ha costado tantos miles años de instrumentarse, nos hemos empeñado en reducirlo a la nada, da la impresión de que no está lejano el día, que la comunicación irá de miradas y gestos unido a algún “gruñido” parecido al sonido de las palabras sin vocales de los “sms”.

Cuanta desfachatez y que poca practicidad de vida; que prefiere utilizar las palabras para confundir, o al menos tener esa intención al pronunciarlas. Quienes por razón de su cargo tienen la potestad de dirigirse a mucha gente, emitiendo mensajes sobre asuntos – relevantes o no – han interiorizado un lenguaje, vacío de contenido y lleno de hipérboles - difíciles de entender -, incluso para ellos. Nada hay tan incongruente como tomar la palabra para “no decir”, porque ya se sabe que Decir compromete y no están los días para compromisos serios.

Con lo fácil que sería utilizar el lenguaje para compartir, es decir, para sumar. Pero no, la consigna más frecuente, es “yo tengo la razón y el discernimiento justo” y o estás conmigo o contra mi. Cuanta energía perdida en el juego de la sinrazón, cuanto tiempo vacío de contenido y lleno de incongruencias, eso sí, pertrechado con un lenguaje rimbombante y poco inteligible, cuanto más, mejor.

Dadas las circunstancias, no entender ese lenguaje, casi es mejor. Parece, que no entender, ni seguir ese lenguaje es casi liberador de la alienación, que se acaba padeciendo, si uno interioriza lo que le dicen desde las tribunas de “decir”, aunque sienta en el fondo, que algo le ocultan los “oradores” o peor aun, atisbe de modo incipiente, que tratan de “mentalizarlo” con argumentos espurios y carentes de contenido real.

Pero aun desentendiéndose de estos contenidos absurdos; de la cita de Punset, me invade una preocupación, que es: “Si cuando hablamos del lenguaje estamos identificando también del origen del cerebro humano”, dados los tiempos aciagos que corren en este aspecto, ¿nos estamos descerebrando? 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Actitud dialógica



Dice Carlos Castilla del Pino, en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “… la actitud dialógica no es algo que se tiene, sino algo que se alcanza merced a toda suerte de renunciamientos íntimos y gracias al movimiento dialéctico intrapersonal surgido entre las motivaciones emocionales y las motivaciones racionales que cada cual contiene. Posponer el yo a la verdad es, al propio tiempo, índice del grado de madurez de la persona, y muestra la adquisición del sentido de lo real que caracteriza a la persona verdaderamente adulta.”

Así que la tendencia al diálogo, no es algo que se tiene, es algo que se aprende. Se aprende además, con una previa renuncia a todos nuestros rígidos pronunciamientos; se aprende en base a estar abierto a cualquier otra opinión respetuosa y discrepante;  e incluso se aprende a incorporarla como postulado propio, por muy lejano que se estuviese al comenzar el tema debatido.

Casi nada; pero si lo que “priva” es apabullar con argumentos a nuestro interlocutor, - sean o no de razón -,  tratando de colocarle frases, a través del imperioso tono de voz que usamos y no dejándole “colocar” ni uno solo de sus razonamientos. La moda es tomar la palabra para no soltarla y esgrimir argumentos – con razón o sin ella – e hilvanar un argumento y repetirlo machaconamente para que cale hondo en los demás, que a fuerza de oírlo, acabarán por hacerlo propio.

¿Cómo nos va a permitir nuestro Ego, posponerlo?; con lo que nos ha costado aferrarnos a él, con lo excluyentes que somos, con lo ávidos de vencer dialécticamente que estamos – tengamos o no razón -; creo que el listón se coloca muy alto. Nuestro trabajo dialéctico consiste mayoritariamente en “recitar” argumentos, la mayoría de ellos espurios, que no hacen más que dificultar el advenimiento de la verdad. Parece como si todos temiéramos reconocer, que no es el único argumento el nuestro, que otros ajenos y desconocidos hasta ahora para nosotros, pueden ser también legítimos e incluso más adecuados que los nuestros.

La verdad, debe de prevalecer siempre sobre “nuestra verdad” y no al contrario. Tratar de ser adulto cada día, asumiendo que solo con actitudes de diálogo, se pertrecha un futuro mejor para todos. Perder “nuestra razón” en aras del sentido cierto de las cosas, es una lección de humildad, que conlleva una mejor posición dialéctica para todos. Cimentar nuestra posición  estrictamente, por el número que decimos representar; o por tono elevado de voz; o por el ejercicio repetitivo de los argumentos. No abandonar esa posición férrea y determinista, significará siempre un “equipaje” muy pesado, pero liviano en contenidos.

Porque como dice Castilla del Pino: Hay en el diálogo auténtico un olvido de la persona, una continua superación de impulsos narcisistas o de agresión, en pro de la comprensión del tema mismo sobre el cual se dialoga”.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Comparsas...



Dice Fernando Savater en su libro “Ética de urgencia”: “Durante buena parte del día vivimos como si nos hubieran dado cuerda: nos levantamos, hacemos cosas porque se las hemos visto hacer a los demás, porque nos lo enseñaron así, porque eso es lo que se espera de nosotros. No hay demasiados momentos conscientes en nuestro día a día, pero de vez en cuando, algo ocurre e interrumpe nuestra somnolencia, nos obliga a pensar: “Y ahora qué hago? ¿Le digo que sí o le digo que no? ¿Voy o no voy?”. Estas preguntas señalan distintas opciones éticas, nos exigen una preparación mental, nos interpelan para que razonemos hasta alcanzar una respuesta deliberada. Tenemos que estar preparados para ser protagonistas de nuestra vida y no comparsas”.

Comparsa en el teatro o en el cine, es una persona que figura pero no habla; casi, casi son como un decorado. Ser protagonista de nuestros actos implica: compromiso,  responsabilidad y claridad de pensamiento; no es nada fácil, el protagonismo genera, en si mismo, “exposición”. Sin duda es mucho mejor el “seguidismo”, no hay responsabilidad, puede tener uno, en el fondo, una excusa - porque no decidió nada - si la cuestión no fue de éxito y sobre todo, esa posición propicia a la imitación, le facilita no  pensar, solo tiene que hacer, su función solo es acompañar.

No hay nada que no se consiga sin arriesgar y no hablo solo de “dinero”, hablo de otros riesgos personales no evaluables con moneda, sin duda mucho más onerosos. Tratar de alcanzar metas pensadas y empeñarse en ello, no es tarea fácil, en un mundo donde a uno todo se lo dan “enlatado” es decir ordenado y dispuesto para digerir – si uno tiene buen estómago -, a veces ser nadie, pensando que se es algo, tiene una frontera tan débil, que es muy complicado de apreciar a simple vista, en cual de las dos tesituras nos encontramos.

Hemos acabado por estar tan metidos en nuestro “papel” de  actuar de modo parecido a la mayoría, que ahora descubrimos, a poco que nos paremos pensar,  que no sabríamos que hacer si tuviéramos, que “inventar” nuestra vida desde el primer minuto del día, somos fieles repetidores de gestos y acciones, porque en el fondo la función de “marioneta” la hemos interiorizado y nos resulta cómoda. Hacer sin preguntar, pensar que si lo hacen todos es bueno y evadir nuestra conciencia crítica para sentirnos cómodos o cuanto menos evadidos de la realidad cotidiana.

Nos quejamos, en muchas ocasiones, de la monotonía reiterada de nuestra existencia, pero no dedicamos ni un solo minuto a preguntarnos  lo que escribe Savater al principio. Nos resultaría muy desazonador tener respuestas. Nos desmontaría nuestro día a día y ya sabemos que no tenemos capacidad para organizar otro tipo de vida, porque han sido tantas las renuncias internas, para llegar hasta el momento actual, que ni siquiera hemos conservado ese pensamiento crítico e incómodo en ocasiones de quienes no quieren  hacer sin pensar, ni actuar por imitación, casi anulando nuestra propia voluntad.

Como dice Savater: “Los hombres venimos al mundo con un buen hardware, del que nos ha provisto la naturaleza, pero no tenemos el programa establecido, tenemos que procurarnos un software para orientar nuestras acciones sociales, los proyectos creativos, nuestras aventuras intelectuales”.    

sábado, 9 de noviembre de 2013

Carrera política



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era Sólido”: “Durante mucho tiempo pareció que no importaba nada y ahora importa todo, y todo lo que hicimos y lo que dejamos de hacer y lo que hicimos mal ahora nos pasa una factura exorbitante. Pareció que no importaba ser mediocre o ignorante o venal para hacer carrera política, y ahora necesitamos desesperadamente dirigentes políticos que estén a la altura de las circunstancias y que sean capaces de tomar decisiones y llegar a acuerdos, nos encontramos gobernados por toscos segundones que no sirven más que para la menuda intriga partidista gracias a la cual ascendieron, todos ellos, mucho más arriba de lo que se correspondía con sus capacidades”

Contraste curioso de una realidad de la que no estamos exentos ninguno, porque aunque no hayamos sido partícipes en la gestión, hemos ejercido con claro desacierto o peor aún, con inefable “pasotismo”, el ejercicio de nuestra obligación electoral. Confiando más en las siglas, que en las personas. No es la ideología quien gestiona, son las personas que están en la papeleta del voto, amparados por esa ideología.

Sabemos poco o casi nada de quienes están incluidos en la lista electoral, tan es así que seríamos casi incapaces de nombrar a más de dos o tres de los que estaban en ella.  Confiamos en los “aparatos” de los partidos, que son quienes los han colocado como candidatos y han determinado el orden. Nos preocupamos poco o nada de quienes son los que dispondrán del presupuesto, para hacer y deshacer según su criterio, que a tenor de los acontecimientos, no parece que sea muy acertado.

Parece que prosperar en política, requiere unas altas dosis de “seguidismo” y una inefable voluntad de defender una razón imaginada, que no real. El militante debe asumir los argumentos del “aparato”, tal como se los transmiten y debe de estar exento de cualquier crítica o comentario reprobatorio; aunque su pensamiento esté muy lejano de la opinión “oficial”. Esta circunstancia se acrecienta en la medida que uno escala posiciones dentro del entramado de cualquier partido, es sorprendente, como quienes no tienen una estructura democrática en su organización, hablan de democracia con la “boca llena” y acusan a todo adversario de posiciones totalitarias.

La actitud conformista del pasado, nos ha traído esta “agria” realidad, nos parecía que vivíamos en el país de “jauja” y que los “perros se ataban con longanizas”, dada la abundancia en la que aparentemente nos desenvolvíamos. Nos hicieron creer en un mundo feliz y nos dejamos arrastrar por esa suave  corriente receptora, que se deja llevar, mucho más por indolencia que por convencimiento de que  la realidad se ajuste al modelo que nos “venden”. No fuimos engañados, más bien, nos dejamos engañar por conveniencia. Preferimos entornar los ojos a abrirlos. Elegimos no razonar y pusimos el énfasis de nuestras vidas en lo superfluo; nos dejamos absorber por la espiral de los signos externos y al final logramos confundir nuestra propia realidad, asumiendo como verdadera una imagen virtual. Nos hemos ganado a pulso una parte de la “sanción” que soportamos en la actualidad.

Como muy bien dice Muñoz Molina: “Vivimos en este mundo, no en otro. Lo que tenemos es mucho más singular y frágil de lo que creíamos…No hay sitio ya para la autoindulgencia, la conformidad, el halago”.

Ojala tengamos memoria… 
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