lunes, 26 de abril de 2010

Desprogramarse II


Dice Eduardo Punset en su libro “El viaje al poder de la mente”: “La peor razón es la que está basada en el testimonio de uno mismo. Gran parte de las decisiones que tomamos todos los días son el resultado de haber querido justificarnos a nosotros mismos como sea. Se nos repite desde pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero ¿Cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones, si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado?.
Entre las mentiras conscientes para engañar a otros y los intentos inconscientes de justificarse de sí mismo ante los demás, hay un terreno movedizo en el que se fabrica nuestra propia memoria, en la que no puede confiarse ciegamente…
…Como anticipa muy bien la teoría de la disonancia, cuanto más confiados y famosos son los expertos, menos probabilidades existen de que admitan errores en su conducta”.


Sí, sí; el archivo de nuestro “disco duro” nos hace trampas, o nos las hacemos nosotros mismos, que tanto da, el resultado es el mismo. Recordamos para consolidar nuestra posición y volver a corroborar, que hemos hecho lo que hemos podido, dentro de nuestras circunstancias. Confiamos y nos engañaron; dimos lo que teníamos y no recibimos – en ocasiones – ni el agradecimiento; nos volcamos apoyando y nos vimos o vemos casi solos, cuando el apoyo lo necesitamos nosotros; y tanto y tantos agravios comparativos más.

No es fácil entender lo que nos pasa. Si los razonamientos los hacemos, en clave de análisis de los hechos, nos confundimos cada vez más, porque éste es sesgado y conformado de acuerdo con lo que nosotros pensamos, que son los sucesos buenos o malos ocurridos. Contemplar con punto de vista crítico, alejado de cualquier disculpa fácil, no es pauta de conducta más habitual, muy al contrario, el “repaso”, trata de consolidar consciente o inconscientemente, que a pesar de nuestra actuación, la adversidad o contrariedad, nos ha invadido. Muy lejano a permitir percatarnos de que, por el mismo camino, se acaba llegando al mismo sitio.

Cuando algo no ha salido bien, lo relevante no es constatar que algo falló y que ese algo era externo; lo verdaderamente interesante para nuestra vida cotidiana y futura, es desenredar la madeja y saber discernir, que grado de participación e influencia han tenido nuestros propios errores; es de este análisis desapasionado y neutral de donde se obtienen beneficios y buenas planificaciones, exentas de continuismos estériles, que no dan buenos frutos.

Pero hay un escollo que superar. Como dice el autor; hay que reconocer nuestros errores y tener la voluntad firme de corregirlos: Nos produce mucho temor esta asunción, porque hemos sido educados, en que el error es a su vez una carga de culpa y por tanto solo remontable con teórica penitencia que nos trae consigo. Insistimos en no darnos cuenta, que reconocer, es la primera fase para alejar el sentimiento de culpa, que nada tiene de positivo sobre nuestras acciones y que exacerbada, por el contrario acarrea muchos complejos y nos hace infelices. La segunda fase, viene de la mano de un análisis sincero y profundo, tratando de identificar causas y efectos y obteniendo de modo claro una evidencia de lo que ha sucedido y de cómo podremos evitarlo en el futuro; aunque para ello debamos reconocer nuestra propia implicación en acciones u omisiones poco acertadas. Pero de nada sirven las dos, si después no nos disponemos a incorporarlo en nuestro bagaje y lo implantamos como pauta de conducta adecuada, es decir, nos desprogramamos y nos volvemos a reprogramar de nuevo.

La resistencia a cambiar, nos aparece siempre como barrera infranqueable, no nos gusta lo desconocido, nos desenvolvemos muy mal en los ambientes no “trillados”. No nos damos cuenta que solo se progresa, practicando conductas, que aunque aparentemente, sean poco asentadas, den soluciones a los problemas. Ver con ojos nuevos, problemas antiguos, siempre es un buen planteamiento. Pero esto debe abordarse desde la voluntad firme de no dejar de explorar, evitando circunscribirnos a esa zona neutra de la posición acomodaticia que supone repetir y repetir conductas o costumbres, casi siempre ajenas o adquiridas, casi nunca generadas por nosotros. Sin haber explorado nuevos horizontes, es imposible aseverar que estamos en el mejor de ellos. Pensemos que cuanto mas confortables nos encontremos en un determinado ambiente, mas refractarios seremos a observarlo con ojos críticos y por tanto a perfeccionarlo.

No son los demás quienes nos limitan, ni siquiera es nuestro entorno, es nuestra forma de pensar o interpretar, quien nos va sumiendo en una “mullida” posición conformista, exenta de visión crítica, dejándonos caer suavemente por la pendiente del continuismo. No plantearnos objetivos renovadores, es languidecer. Evitar el compromiso con el análisis imparcial de los hechos, aunque de ahí redunden evidencias de nuestras actuaciones poco acertadas, es el precio de la mediocridad. Todos tenemos una misión personal, no ejecutarla es un desperdicio, pero el mayor de todos los desperdicios es, no ser capaz de identificarla…Demos paso al inconsciente y releguemos un poco al consciente, este último ya ha dominado, muchas veces, mucho.

domingo, 18 de abril de 2010

Desprogramarse


Dice Eduardo Punset en su libro “El viaje al poder de la mente”: “Muchas personas toman decisiones no en función de lo que ven, de lo que consideran bueno o malo, sino en función de lo que creen, de sus convicciones, de lo que el biólogo evolutivo y etólogo británico Richard Dawkins tildaba de código de los muertos: pautas de conducta excelentes hace miles de años, que han dejado de ser útiles y que, no obstante, siguen vigentes…

Las convicciones heredadas no solo nos impiden comprender lo que vemos, sino algo más inesperado no podemos predecir el futuro porque únicamente sabemos imaginar el futuro recomponiendo el pasado. Un pasado pergeñado por nuestras convicciones de ahora y arreglado de tal forma que nos permita fabular el futuro. Ha llegado el momento de corregir este defecto descomunal en la manera heredada de comportarse; una forma de ser no menos cargada de efectos perniciosos que la negativa a cambiar de opinión, definida por nuestra incapacidad delirante de predecir el futuro. O para ponerlo en términos más realistas, nuestra predisposición a pensar el futuro sólo en términos del pasado”.

Estamos tan acostumbrados a confiar tan poco en nuestra intuición, es decir, a bloquear lo que nuestros sentidos perciben, que ni siquiera nos percatamos de la manera tan sesgada que tenemos de interpretar lo que sucede y por tanto, decidir de modo racional lo que queremos hacer o dejar de hacer. Solo estaremos firmemente convencidos del camino a seguir, si coincide con lo habitualmente estipulado y es socialmente correcto.

Repetir una conducta de forma reiterada, siguiendo las “costumbres” y o “leyes” habituales, es condición necesaria, pero no suficiente. Podemos concluir, que lo que venimos haciendo desde años y nos produce satisfacción suficiente, debe de ser el modelo de comportamiento, que presida nuestras acciones; pero no es lo mejor permanentemente; los entornos cambian y con ello, las actuaciones buenas del pasado, pueden ser completamente inadecuadas a las posiciones actuales, con lo cual “remamos contra corriente”, es decir, nos limitamos nosotros mismos alcanzar mayor felicidad.

Dedicamos mucho tiempo a analizar en profundidad, que y como ha sido nuestra vida, incluso en ese rememorar, imaginamos situaciones y cambiamos mentalmente lo sucedido en realidad, para imaginar un entorno nuevo, con los consabidos: “si hubiera dicho…, si hubiera hecho…”, no está mal; analizar los hechos objetivamente, aporta gran cantidad de “datos”, para mejorar subsanando errores, pero siempre que sepamos salir del análisis y pasar a la acción; la parálisis por el análisis, nunca ha sido buena compañía, y reconozcámoslo, es lo que mejor sabemos hacer.

Manejar nuestra vida, con los códigos que nos trae nuestro pasado, se asemeja a conducir un automóvil, con la mirada puesta en el espejo retrovisor, como si tuviéramos temor a ser alcanzados; cuando lo verdaderamente relevante – en la conducción y en nuestra vida - es, identificar con precisión hacia adonde vamos y manejar el automóvil sorteando con habilidad las dificultades de la ruta, porque esto, es el futuro, es decir está delante… en el parabrisas.

No estaría mal – como dice también Punset -, aprender a desprogramarse; poner empeño en hacer lo creemos que tenemos que hacer, sin que costumbres ancestrales, nos limiten o confundan; ni siquiera, si los que se creen en poder de la ortodoxia, nos recomienden con miradas reprobatorias o palabras discordantes, el desistimiento. Después de una larga encalmada, la llegada de viento bonancible, sin las velas desplegadas, nos resultará absolutamente estéril.

Soñar despierto y tratar de atrapar el sueño, como si fuéramos niños, es la clave. La ilusión es la fortaleza, la duda no es el camino. Querer y empeñarse en conseguirlo, es la ruta. La mirada y el pensamiento siempre hacia adelante… si miramos hacia atrás, hagámoslo solo para tomar fuerza e impulso, nunca para acumular limitaciones o desistimientos. Seamos lo que queremos ser o conformémonos con lo que somos… sin remordimientos.
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