sábado, 24 de octubre de 2009

Poseer


Para encontrar algo, primero hay que perderlo. Que fácil de enunciar y que complicado de entender, sobre todo para casi todos nosotros, que casi siempre estamos buscando algo, que curiosamente no hemos perdido. En muchas ocasiones no sabemos ni siquiera qué, pero esperamos, buscamos y anhelamos.

Saber estar satisfecho con lo que uno tiene es uno de los mejores antídotos contra la ansiedad. Esa potente apetencia por poseer, siempre tiene un mas allá, nunca alcanza el límite, nuestra sociedad nos induce con mensajes subliminales de más y más. No importa el límite alcanzado, siempre hay una cota mayor.

Como corroboración de ese fenómeno, en clase siempre suelo preguntar en algún momento adecuado, que viene a cuento: primero cuantos alumnos no tienen teléfono móvil, siempre con respuesta negativa, es decir todos tienen; luego pregunto, cuantos de los presentes, es el primer móvil que tienen, nadie, todos han tenido otro antes; con posterioridad digo, que si es posible identifique, quien lo cambió, que tipo de avería tenía, nueva sorpresa, no estaba estropeado; por el contrario, hay muchos y diversos motivos, casi todos fútiles, pero nadie que lo hizo para reponer un utensilio “roto”.

Somos un conjunto de personas, despilfarrando continuamente, cuando no, lamentándonos de nuestra “mala suerte”, porque carecemos de…, es como nuestro sino, tengamos lo que tengamos, siempre nos falta. Ésta es una de las claves de los comportamientos impropios, este es el fundamento de nuestra intranquilidad.

¿Cómo podemos tener esta avidez por poseer?, no por utilidad o necesidad, casi siempre por snobismo, no hay volumen de objetos obtenidos, que nos calme; muy al contrario, es como una “droga”, nos pide cada vez, sin límite ni concierto. Con lo fácil que sería hacer un breve análisis y percatarnos con rapidez, que no nos tornará a mejor la nueva posesión. Ni siquiera aunque sea el atributo necesario, para integrarnos en algún grupo o despertar “cierta envidia” ajena.

Los objetos no nos hacen mejor, seguimos siendo los mismos, aunque nos parezca que con ellos adquiriremos alguna cuota de “prestigio” mayor. Así es nuestra confusión mental, ni nos cambian ni cambiamos; muy al contrario, si no cubren una necesidad real, sobrevendrá el vacío y después…, la tristeza. La satisfacción no está en la sofisticación. Lo sencillo y natural, muchas veces es gratis.

domingo, 11 de octubre de 2009

Gris


Dice Karl Marx en su escrito “Observaciones sobre la reglamentación de la censura prusiana”(1842): “… admiráis la encantadora variedad, la riqueza inagotable de la naturaleza. No pedís que la rosa tenga el perfume de la violeta; pero, según vosotros, el espíritu lo mas rico que hay en el mundo, no debe existir sino de una sola manera. Soy un humorista; mas la ley me ordena que escriba seriamente. Soy osado; pero la ley me ordena que mi estilo sea modesto. ¡El gris!. He aquí el único color que uno es libre de emplear. La menor gota de rocío sobre la que cae un rayo de sol brilla con un inagotable juego de colores; pero el sol del espíritu, cualquiera que sea el número y la naturaleza de los objetos en que se refleja, no podrá dar sino un solo color, el color oficial”.

Vaya… un solo color. Que monótono, por muy bello que este sea. Y que desperdicio, si además es obligado y/o forzado. Porque las monocromias, no las provocan solo las leyes impelidas por deseos de perpetuidad, no, éstas en el fondo acaban pasando, son mucho peor las que imponen unos usos sociales, caducos y trasnochados, pero limitantes y alienantes a la vez.

Quiere la sociedad actual que “la rosa tenga perfume de violeta”, como si con ello controlase mejor a sus miembros. Intenta, no tolerar, ninguna desviación o diversidad. Solo la ignorancia o la inseguridad, pueden promover “clones”. Querer perpetuar el estatus, a base de “uniformar” a las personas, que componen nuestro entorno, es como salir al campo a demandar silencio al trino de los pájaros, porque molestan a nuestra concentración. El silencio, no es la ausencia de sonidos y menos el silencio interior. Éste último, esta lleno de todo tipo de sones y cuando no los escuchamos, mal vamos.

No van por ahí lo “tiros”, no. Las personas desprovistas de su singularidad, son como muñecos de nieve con un sol incipiente. Una manifestación espontánea – como la de un niño – exenta de “pose” y desprovista de previsión y/o cálculo, vale más que una excelente interpretación después de un ensayo impuesto. Querer ser lo que no somos, para agradar a quienes parece que nos quieren, nos alejará de quienes verdaderamente nos aprecian, tal cual somos. Valemos mucho más, siendo personas que personajes, por muy relevante que sea el papel que nos hayan encomendado.

Perder la naturalidad, por agradar, es un error de base que nos traerá consecuencias no gratas. Domesticar nuestro pensamiento, a base de limitar la palabra, para que ésta, sea la más “adecuada” en nuestro entorno, es retroceder en el tiempo y cargarnos de insatisfacción. ¿Cómo nos ayudarán los demás cuando lo necesitamos?, si quienes ellos conocen, no es más que un extraño. Seamos y vivamos como somos.

Ser socialmente correcto no implica uniformarse. Una de las bases de la buena educación, es asumir sin menoscabo alguno a los demás tal cual son, que la diversidad enriquece y hacer progresar, que la opinión discrepante no es sinónimo de enemistad. Saber estar, no debería ser lo contrario de mostrarse con sinceridad. Sólo a los que no saben a donde se dirigen, no les importa el camino que siguen y la compañía que tienen.

Juntos sí, unidos también… pero déjenme ser como soy … “please”. No me hagan ser otro, porque nunca me conocerán y a lo mejor… se lo pierden.
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